¿Ha enterrado la ciencia a Dios?. John C. LennoxЧитать онлайн книгу.
sido consultado por Wilberforce), se opuso también a la teoría de Darwin, al igual que el eminente científico Lord Kelvin.
En cuanto a las versiones contemporáneas del debate, John Brooke[30] señala que inicialmente el evento no causó apenas revuelo: «Es ciertamente significativo que el famoso debate entre Huxley y el obispo no fue reportado por ningún periódico de Londres en ese momento. De hecho, no existe registro oficial del encuentro; y casi toda la información procede de los amigos de Huxley. Él mismo escribió que el público «no paraba de reír» debido a su (propio) ingenio, y «creo que fui el hombre más famoso en Oxford durante las veinticuatro horas posteriores». Sin embargo, la evidencia apunta a que el debate estuvo lejos de ser monocolor. Un periódico después escribió que un anterior converso a la teoría de Darwin se arrepintió al presenciar el debate. El botánico Joseph Hooker se quejó de que Huxley no fuera capaz de «presentar el asunto de tal modo que mantuviera la atención del público» por lo que tuvo que hacerlo él mismo. Wilberforce escribió tres días después al arqueólogo Charles Taylor: «Creo que le vencí totalmente». El artículo del The Athenaeum da la impresión de que la cosa terminó en tablas, al afirmar que Huxley y Wilberforce «han encontrado enemigos dignos de sus aceros respectivos».
Frank James, historiador de la Royal Institution de Londres, sugiere que la impresión generalizada de que Huxley salió victorioso puede que procediera de que Wilberforce no era muy querido, hecho que no se menciona en la mayoría de los relatos: «Si Wilberforce no hubiera sido tan impopular en Oxford, habría vencido la contienda, y no Huxley»[31]. ¡Cómo recuerda todo a Galileo!
Analizando el asunto cuidadosamente, se desmoronan dos de los pilares principales de apoyo a la tesis del conflicto. De hecho, la investigación ha socavado la tesis, hasta tal punto de que el historiador de la ciencia Colin Russell concluye: «La creencia común de que (...) las relaciones entre la religión y la ciencia en los últimos siglos han estado marcadas por una hostilidad profunda y duradera (...) no es solo históricamente inexacta, sino que en realidad constituye una caricatura tan grotesca que lo que habría que explicar es cómo ha podido conseguir tal grado de respetabilidad»[32].
Parece claro, por lo tanto, que ha debido de haber un juego de fuerzas poderosas que justifiquen tal arraigo del supuesto conflicto en la mente popular. Y de hecho así es. Al igual que con Galileo, lo que estaba en juego no era simplemente una cuestión sobre los méritos de una teoría científica determinada. De nuevo, el poder institucional tuvo un papel clave. Huxley participaba de una cruzada para asegurar la supremacía de la emergente y nueva clase profesional de científicos en contra de la posición privilegiada de los clérigos, por muy intelectualmente dotados que estuvieran. Quería asegurarse de que fueran los científicos quienes manejaran los mandos del poder. La leyenda de un obispo vencido por un científico profesional se ajustaba a esa cruzada, y fue explotada al máximo.
Sin embargo, es evidente que había algo más en juego. Michael Poole destaca un elemento central de la cruzada de Huxley[33]. Así escribe, «en esta contienda, el concepto de “Naturaleza” se deletreó con una N mayúscula y se reconvirtió. Huxley confería a “Dame Nature” (la dama naturaleza), como él la llamaba, los atributos hasta entonces predicados de Dios, táctica copiada con entusiasmo por muchos desde entonces. Lo extraño de dotar a la naturaleza (entendida como todo lo físico existente) con las facultades de planificación y creación de todos los objetos físicos existentes, pasó inadvertido. “Dame Nature”, al igual que una antigua diosa de la fertilidad, había tomado residencia, abrazando como una madre al naturalismo científico victoriano». Así que un conflicto mítico fue (y sigue siendo) fomentado y descaradamente utilizado como arma de combate —del auténtico combate— entre naturalismo y teísmo.
EL AUTÉNTICO CONFLICTO: NATURALISMO CONTRA TEÍSMO
Llegamos así a uno de los principales temas de este libro: el hecho de que realmente existe un conflicto. Pero no es en absoluto entre la ciencia y la religión. Si así fuera, una lógica elemental dictaría que los científicos serían todos ateos y únicamente los no científicos creerían en Dios, lo que, como se ha visto, simplemente no se da. Más bien, el conflicto real es entre dos cosmovisiones diametralmente opuestas: el naturalismo y el teísmo, que no pueden menos de colisionar.
En aras de una mayor claridad, nótese que el naturalismo se relaciona con el materialismo, pero no se identifica con él, aunque a veces sea muy difícil distinguirlos. The Oxford Companion to Philosophy (guía de Oxford para el estudio de la filosofía) afirma que la complejidad del concepto de materia lleva consigo que «las diversas filosofías materialistas tiendan a sustituir “materia” por nociones como “aquello que pueda estudiarse con los métodos de las ciencias naturales”, identificando así materialismo con naturalismo; aunque sería exagerado decir que las dos perspectivas han coincidido casualmente»[34]. Los materialistas son naturalistas. Pero hay naturalistas que sostienen que la mente y la conciencia se distinguen de la materia, y las consideran fenómenos “emergentes”; es decir, dependientes de la materia, pero situándose a un nivel superior irreducible a las propiedades del nivel material inferior. Incluso hay naturalistas que sostienen que el universo está hecho de pura “realidad mental”. El naturalismo, sin embargo, tiene en común con el materialismo que se opone al sobrenaturalismo, insistiendo en que «el mundo de la naturaleza debería constituir una esfera cerrada sin incursiones exteriores de almas o espíritus, divinos o humanos»[35]. Cualesquiera que sean las diferencias, el materialismo y el naturalismo son, por lo tanto, intrínsecamente ateos.
También hay que hacer notar que el materialismo o naturalismo tiene distintas versiones. Por ejemplo, E. O. Wilson distingue dos. La primera es lo que él llama conductismo político: «Todavía apreciado por los pocos estados marxista-leninistas que quedan, afirma que el cerebro es en gran parte una tabula rasa sin moldura innata más allá de los reflejos e impulsos corporales primitivos. Consiguientemente, la mente sería casi por completo resultado del aprendizaje, y producto de una cultura que evoluciona debido a contingencias históricas. Ya que no existe una “naturaleza humana” basada en la biología, las personas pueden ser moldeadas por el mejor sistema político y económico posible, a saber, el comunismo, tal como se ha intentado inculcar al mundo a lo largo de la mayor parte del siglo xx. En la práctica política, esta versión se ha probado repetidamente y, después de colapsos económicos y decenas de millones de muertes en una docena de estados disfuncionales, esta creencia ha acabado considerándose un fracaso». La segunda, correspondiente a la propia opinión de Wilson, se conoce como humanismo científico, cosmovisión que afirma «secar las charcas calenturientas de la religión y el dogma de la tabula rasa». Él la define de la siguiente manera: «Mantenida por una pequeña minoría de la población mundial, considera que la humanidad es una especie biológica que evolucionó durante millones de años en un mundo puramente biológico, adquiriendo una inteligencia sin precedentes guiada por emociones complejas heredadas y por modos de aprendizaje predeterminados. La naturaleza humana existe, se ha hecho a sí misma, y consiste en la comunidad de las respuestas hereditarias y tendencias que definen nuestra especie». Wilson afirma que esta visión darwiniana «impone la pesada carga de capacidad de elección individual que acompaña a la libertad intelectual»[36].
Se sale del alcance de este libro considerar los diversos matices de estos y otros puntos de vista. Nos concentraremos en lo que es esencialmente común a todos ellos, tal como el astrónomo Carl Sagan expresó elegantemente en las primeras palabras de su aclamada serie de televisión Cosmos: «El cosmos es todo lo que hay, hubo, y habrá». Esta es la esencia del naturalismo. La definición de naturalismo de Sterling Lamprecht es más larga, pero vale la pena recogerla. La define así: «Postura filosófica, método empírico que considera condicionado todo lo que existe u ocurre por factores causales de un sistema natural que lo abarca todo»[37]. Por lo tanto, solamente existe naturaleza, sistema cerrado de causa y efecto. No existe un reino de lo trascendente o lo sobrenatural. No existe nada “afuera”.
Diametralmente opuesta al naturalismo y al materialismo es la visión teísta del universo, que encuentra una expresión clara en las primeras palabras del Génesis: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra»[38]. Aquí se afirma que el universo no es un sistema cerrado sino una creación, producto de