Mitología azteca. Javier TapiaЧитать онлайн книгу.
las variantes, percepciones, interpretaciones e intereses que nos ofrecen desde distintas disciplinas los autores y estudiosos que escriben sobre este tema.
A grandes rasgos, y para empaparnos con el mundo nahua, empecemos con sus creencias, es decir, con su cultura, que da lugar a los otros tres pilares de la estructura sociológica:
Cultural
En el panteón celestial nahua no hay teo, es decir, no hay la palabra “Dios” castellana que viene del griego y a su vez quiere decir Zeus, o buena luz; ya que teo viene de teotl, piedra, con lo que Teotihuacán no es el “lugar de los dioses”, sino el “lugar de piedras”.
Otro ejemplo, Tonacatecutli, o señor de nuestra carne, es como llamaban al ser que ocupaba el noveno cielo, el cual, por cierto, tenía mujer, Tonacacihuatecutli, la señora de nuestra carne.
En la lengua y cultura nahua todos los seres de los cielos van a pares, todos tienen mujer o contraparte femenina. Por tanto, es mucho menos machista, y bastante menos patriarcal, que otros sistemas de panteones divinos.
Sus seres celestiales eran cercanos, no solo intercedían, sino que actuaban y se relacionaban directamente con los humanos “porque eran de su misma carne”.
Sus dioses no eran dioses, sino señores y señoras de nuestra carne, que vivían y morían, aunque, como todos los seres vivos, no morían del todo, sino que se transformaban, cambiaban, esperaban o iban a existir en otros lugares o cielos.
Alguno de ellos pasa 600 años literalmente en los huesos, sin carne, pero se encarna y vuelve.
Otras tienen 600 hijos. Otros crean 600 guerreros; con lo que quizá sea el número 600 lo importante, o la clave de los ciclos estelares, y no los huesos, los hijos o los guerreros.
Tienen los mismos defectos y virtudes que los humanos: mueren, viven, aman, celan, pelean, resucitan, desaparecen, se relacionan, traicionan, engañan, envidian, medran, ambicionan, se rebelan, obedecen.
Hay prosopopeya, o sustitución de persona por animal o cosa. Son fundadores y maestros.
Poco mesiánicos, aunque hay algunos, como el Príncipe Uno Caña Serpiente Hermosa (Se Acatl Topiltsin Ketsalcoatl), que ni es hijo de dioses, ni perfecto ni salvador, pero que sí promete volver tras ser echado de Tula por borracho, incestuoso y mal dirigente, pues se dejó engañar y tentar por el Espejo Humeante (Tescatipotla o Tezcatipotla, aunque, la verdad, aún no he conocido a ningún náhuatl parlante que pronuncie la “z”).
Son poderosos, tanto para la construcción como para la destrucción.
Exigen tributo, porque también ellos se han sacrificado y tributado.
Cuidan de su pueblo, pero favorecen, por su puesto, a jerarcas, caciques y jefes.
El pueblo que los considera es devocional y ritual, es decir, más amante de las fiestas y las celebraciones que del trabajo duro, pero presto a la solidaridad y el sacrificio, a la danza y la poesía, a la bebida, la comensalía y el preciosismo.
Obviamente jerárquicos y asimétricos, con un sistema de casta social bien establecida y ampliamente aceptada, los nahuas eran muy similares a otros tantos grupos humanos de la antigüedad, que alcanzaron el refinamiento de lo que se considera como civilización en Tenochtitlan.
Curiosamente, los ritos de sangre de los católicos, como comerse a su dios y beber su sangre, el cilicio y la mortificación de la carne, casaron muy bien con las devociones y ritos nahuas, como el desollamiento, los cortes de orejas, mejillas, piernas y pene, para ofrendarlos a los dioses y fertilizar la tierra.
No tienen chamanes, porque el Chamán es siberiano, pero sí nahuales y tecolotes, brujos buenos y brujos malos (icuac tecolotl cuicas, maseuali miquis, ca amo neli, pampa chihuacan: cuando el tecolote canta, el pobre muere, esto no es cierto, pero sucede); médicos, herbolarios, sanadores, curanderas, etc., etc.
La comensalía es sana, sabrosa, amplia y variada, tanto que pervive y se considera paradigmática en el mundo entero, por eso no es nada extraño que muchos de sus ritos y rituales estén dedicados a la agricultura, las flores, la comida y la bebida, junto a los cantos, las narraciones, los poemas y los bailes.
La cultura nahua es constructora, pero también conquistadora e imperialista, y extiende su lengua, sus creencias, su cocina, sus artes y sus ciencias por un amplio territorio del Anáhuac, sin dejar por ello de negociar, intercambiar, aprender, e incluso dar grados de libertad políticos y comerciales a los pueblos tributarios; desde los olmecas hasta los mexicas pasando por los toltecas y teotihuacanos, la cultura nahua se extiende a lo largo y ancho del Semanauac, o Cemanauac si usted lo prefiere.
Por supuesto, y como en cualquier lucha por el poder, los pueblos vecinos a menudo no tenían por agradable el dominio nahua, y muchos de ellos, como tlaxcaltecas y totonacas, se mantuvieron rebeldes y guerreros ante el dominio nahua, por lo que vale la pena rescatar lo positivo, como la toponimia, y no abundar ni repetir los errores, como a menudo aconsejaban los siuacoatl a sus respectivos tlatoanis.
Social
En la estructura social podemos observar las diferentes capas, desde el maseuali, o gente del pueblo, hasta el tlatoani, jefe, o el siuacoatl (mujer serpiente) consejero del jefe, generalmente inteligente, sabio, lúcido, homosexual o asexuado, con un gran prestigio social.
En esta estructura nadie pasaba hambre ni era ajeno a la educación. Había muy pocas enfermedades, sobre todo las pandémicas, y era muy poco usual ver malformaciones genéticas o hereditarias a pesar de la promiscuidad y el incesto, o de la maternidad en edades tempranas.
Existía la poligamia y la endogamia, sobre todo en las clases altas, pero también la monogamia y la exogamia, normalmente en las clases medias y populares, pero no eran excluyentes, como tampoco lo eran la asexualidad o la homosexualidad, porque el sexo no era un marcador social.
En cualquier caso estaban muy mal vistos los excesos, tanto en el comer como en el beber, donde las castas elevadas estaban obligadas a poner ejemplo de recato y contención.
Las castas sociales se diferenciaban y reconocían tanto por el barrio que se habitaba, como por la vestimenta o el corte de pelo. Había muy poca delincuencia y severos castigos, poco qué robar y mucho que pagar por un robo, sin importar el rango del trasgresor, y toda queja o descontento recibía atención por parte de las autoridades y del pueblo. Quizá no era el Paraíso, porque había una fuerte moral represora, actos punitivos duros y crueles incluso para los niños; jerarquías, pobres, medianos y ricos, e incluso esclavos por deudas, pero a pesar de ello vivían en un saludable equilibrio social.
¿Cómo lograban este equilibrio? En buena parte lo lograban con la Astrología, es decir, definiendo y decidiendo desde el nacimiento hasta los siete años de edad las habilidades y cualidades de cada individuo dependiendo de su signo astrológico, lo que vaticinaba a menudo la movilidad social ascendente o descendente de unos y otros, es decir, el camino que habían de seguir en la vida.
Por supuesto, el linaje, dedicación y posición social y económica eran muy influyentes, pero si alguien nacía sin posibilidades astrológicas para ciertas tareas y habilidades para otras, era llevado a uno u otro tipo de colegio, para que las desarrollara y cumpliera con su destino: el que tenía habilidades artísticas iba a la escuela de los artistas, y el que tenía habilidades de lucha iba a la escuela de los guerreros.
Había cierta tolerancia para ancianos y ancianas, e incluso para personas de ciertos signos zodiacales, como los hombres venado y las mujeres conejo. De igual forma, se exigía de la misma manera para los hombres caña y las mujeres águila.
Por tanto, las relaciones sociales se basaban en el reconocimiento y respeto de cada clase, tomando en cuenta además la edad, favoreciendo a los niños, las madres y los ancianos, por ser los más vulnerables, incluso en el momento de la muerte. Por ejemplo, los niños que morían iban a un buen cielo, lo mismo que las madres que morían en el parto. Los ancianos (todos aquellos que pasaban de 52 años), eran considerados sabios, maestros y buenos consejeros, e incluso protectores de los vivos desde el mundo de la muerte.
Morir en la guerra, por un acto heroico