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El lado perdido . Sally GreenЧитать онлайн книгу.

El lado perdido  - Sally  Green


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       Para Indy

       En memoria de mi padre.

      El mismo ser humano es, en distintas edades, en distintas circunstancias, alguien completamente diferente. A veces es casi un diablo, a veces un santo. Pero su nombre no cambia, y a ese nombre le atribuimos todo, lo bueno y lo malo.

      Archipiélago Gulag, ALEKSANDR SOLZHENITSYN

      HERIDO, PERO NO PERDIDO

      —Deberíamos establecer una palabra clave.

      —¿Sí? ¿Por qué?

      —Porque un día harás uno de tus viajes y acabarán contigo, y luego un Cazador con el Don para transformarse se hará pasar por ti, regresará al campamento y me asesinará.

      —Es más probable que encuentren el campamento, te maten y esperen hasta que vuelva a casa silbando alegremente.

      —También ésa es una posibilidad, aunque no me imagino el silbido.

      —Entonces, ¿cuál es la palabra clave?

      —No sería sólo una palabra, sino una frase completa. Yo digo algo y tú la completas.

      —Ah, claro. Así que yo digo: “Estoy silbando porque he matado a diez Cazadores”, y tú contestas: “Pero preferiría estar escalando el Eiger”.

      —En realidad, estaba pensando en una pregunta que pudiera hacerse de verdad.

      —¿Como cuál?

      —Has estado fuera mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido?

      —¿Y yo qué contesto?

      —Herido, pero no perdido.

      —Creo que yo nunca diría eso.

      —De todos modos… ¿quieres practicar? ¿Para asegurarte de hacerlo bien?

      —No.

parte1

      En quién confiar

      PIEDRAS

      El año en que mi padre cumplió veintiocho mató a treinta y dos personas. Celia me obligaba a aprender datos sobre Marcus. Ése era uno de ellos. Fue el año en que más asesinó antes de la guerra entre el Consejo de Soul y la Alianza de Brujos Libres. Entonces pensaba que treinta y dos era un gran número.

      Cuando Marcus cumplió diecisiete, el año de su Entrega, sólo asesinó a cuatro personas. Yo todavía tengo diecisiete años. Antes de la Batalla de Bialowieza —el día en que murió mi padre, el día en que pereció casi la mitad de la Alianza, el día que ahora conocemos como “BB”—, en fin, antes de aquel día, ya había matado a veintitrés personas.

      La BB fue hace meses y he superado ya los cincuenta asesinatos.

      Para ser preciso, he matado a cincuenta y dos personas.

      Es importante ser preciso en estas cosas. No incluyo a Pilot —ya agonizaba— ni a Sameen. Lo que hice por ella fue un acto de misericordia. Fueron los Cazadores quienes mataron a Sameen. Le dispararon en la espalda mientras escapábamos de la batalla. ¿Y Marcus? Definitivamente no lo incluyo en esos cincuenta y dos. Ella lo mató.

      Annalise.

      Su nombre me produce náuseas. Todo en ella me da ganas de vomitar: su cabello rubio, sus ojos azules, su piel dorada. Todo en ella es asqueroso y falso. Ella dijo que me amaba. Yo también, pero yo hablaba en serio. la amaba. ¡Qué imbécil! Enamorarme de ella, de una O'Brien. Ella dijo que yo era su héroe, su príncipe y, como el tonto y torpe idiota que soy, quise escucharla. Y le creí.

      Ahora lo único que quiero es rebanarle la garganta. Abrirla con un cuchillo y arrancarle el sufrimiento a gritos. Pero ni siquiera eso será suficiente; ni se le aproxima. Tendría que hacerle pasar por el sufrimiento que me ocasionó. Tendría que obligarla a cortar su propia mano y comérsela, a sacarse los ojos y engullirlos. Aun así, no estaríamos a mano.

      He matado a cincuenta y dos personas. Ahora lo único que quiero es ponerle las manos encima. Me quedaría contento si llegara a cincuenta y tres asesinatos. Con sólo uno más estaría satisfecho.

      Sólo ella.

      Pero he peinado cada centímetro del campo de batalla y del antiguo campamento. He matado a todos los Cazadores con los que me he topado, a algunos que estaban limpiando el desastre después de la batalla, a otros que rastreé desde entonces. Pero de ella ni un solo rastro. ¡Ni una señal! Días y semanas siguiendo cada pista, cada indicio, pero nada me lleva a ella.

      Nada.

      Alzo la mirada al oír un sonido y presto atención. Todo está en silencio.

      El ruido era yo, pienso, hablando solo otra vez.

      ¡Mierda!

      Tiene ese efecto sobre mí. Annalise.

      —A la mierda con ella —levanto la cabeza para mirar a mi alrededor y gritar a las copas de los árboles—. ¡A la mierda con ella!

      Y luego en voz baja susurro entre las piedras:

      —Sólo quiero que esté muerta. Vacía. Quiero que su alma cese de existir. Quiero que desaparezca de este mundo. Para siempre. Eso es todo. Y entonces me detendré.

      Recojo una piedrecita y le digo:

      —O quizá no. Quizá no.

      Marcus quería que los matara a todos. Quizá sea capaz de hacerlo. Si no hubiera estado seguro de que yo podría hacerlo, no me lo habría dicho.

      Tomo más piedras hasta formar una pila pequeña. Cincuenta y dos. Suena a mucho, cincuenta y dos, pero en realidad no es nada. Nada comparado con los que mi padre hubiera deseado. Nada comparado con los que han muerto por culpa de Annalise. Más de cien sólo en la BB. Tengo que esforzarme verdaderamente si pienso competir con su nivel de carnicería. Por culpa de ella la Alianza está virtualmente destrozada. Por culpa de ella Marcus está muerto: la única persona que podría haber detenido a los Cazadores cuando atacaron, la única persona que podría haberlos derrotado. Pero en vez de eso, por culpa de ella, porque ella le disparó, la Alianza apenas sobrevive. Y también me asalta esa irritante idea de que quizá todo ese tiempo fue una espía de Soul. Después de todo, él es su tío. Gabriel nunca confió en Annalise y siempre dijo que podría haber sido ella quien reveló a los Cazadores dónde encontrar el apartamento de Mercury en Ginebra. Entonces no lo creí, pero quizá tenga razón.

      Percibo movimiento entre los árboles, es Gabriel. Estaba buscando leña. Me ha oído gritar, supongo. Y ahora se acerca, fingiendo casualidad, suelta la madera y se detiene junto a mi pila de piedras.

      No le he contado a Gabriel lo que son las piedras y no me lo pregunta, pero creo que lo sabe. Cojo una. Es pequeña, del tamaño de mi uña. Son pequeñas pero cada una de ellas es bastante singular. Una por cada persona que he matado. Antes sabía a quién representaba cada piedra: no me refiero a sus nombres ni nada por el estilo; la mayoría de los Cazadores son únicamente Cazadores para mí, pero usaba las piedras para ayudarme a recordar incidentes y peleas; cómo murieron. Ya lo he olvidado; todos los enfrentamientos se han desdibujado en un único e interminable festín de sangre. Pero hay cincuenta y dos piedrecitas en mi pila.

      Las botas de Gabriel dan un giro de noventa grados y se quedan quietas uno o dos segundos antes de decir:

      —Necesitamos más leña. ¿Vendrás a ayudarme?

      —Dentro de un rato.

      Sus botas se quedan ahí unos cuantos segundos más, luego dan otro giro de cuarenta y cinco grados y aguardan cuatro, cinco, seis segundos más, y luego comienzan a internarse en el bosque.

      Saco la piedra blanca de mi bolsillo. Tiene una forma


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