Narrativa completa. H.P. LovecraftЧитать онлайн книгу.
una inconcebible profundidad el indicio de un rítmico batir... entonces pienso que la transición de Juan Romero fue algo terrible.
The Transition of Juan Romero: escrito en 1919 y publicado de manera póstuma 1944.
Más allá del muro del sueño17
Entonces, el sueño se desplegó ante mí.
Shakespeare.
Con frecuencia me pregunto si el común de los mortales se habrá detenido alguna vez a considerar la enorme importancia de algunos sueños, así como a reflexionar acerca del oscuro mundo al que pertenecen. Aunque la mayoría de nuestras visiones nocturnas suelen resultar quizá poco más que débiles y fantásticos reflejos de nuestras experiencias durante la vigilia —a pesar de Freud y su infantil simbolismo—, existen también algunos sueños cuyo carácter etéreo y poco mundano no permiten una interpretación ordinaria y cuyos efectos ligeramente excitantes, además de inquietantes, sugieren posibles miradas fugaces a una esfera de la existencia mental que no es menos importante que la vida física, aunque esté separada de esta por una barrera inaccesible. Mi experiencia no me permite dudar de que el ser humano, al perder su conciencia terrenal, se ve de hecho albergado en otra vida incorpórea, cuya naturaleza es diferente y está muy lejos de la existencia que conocemos y que, tras despertar, solo se conservan de ella los recuerdos más leves y difusos. De estas turbias y segmentadas memorias es mucho lo que podemos concluir, pero muy poco lo que se puede probar. Podemos suponer que en la vida que hay en nuestros sueños, la materia y la vida, tal como se conocen aquí en la tierra, no resultan necesariamente constantes, y que el tiempo y el espacio no existen, tal como lo entienden nuestros organismos al estar despiertos. A veces creo que nuestra verdadera existencia es esa vida menos material y que nuestra breve estadía sobre el planeta resulta en sí un hecho secundario o meramente virtual.
Fue una tarde del invierno de 1900 o 1901, tras despertar de un juvenil ensueño plagado de especulaciones de este tipo, cuando ingresó en la clínica psiquiátrica en la que yo trabajaba como interno un hombre cuyo caso me ha vuelto a la memoria una y otra vez. Según consta en el registro, su nombre era Joe Slater o Slaader y su apariencia era como la del típico habitante de la zona montañosa de Catskill. Era uno de esos personajes extraños y desagradables de los antiguos pobladores campesinos, cuyo asentamiento, durante tres siglos en ese lugar poco transitado de la montaña, los ha hundido en una especie de salvaje decadencia, en vez de avanzar a la par de sus iguales más afortunados asentados en distritos más poblados. Entre esa peculiar gente, que de manera precisa pertenecen a los decadentes miembros de la “basura blanca” del Sur, no existe ni moral ni ley y, seguramente, su nivel intelectual se encuentra por debajo del nivel de cualquier otro grupo de la población nativa americana.
Joe Slater, llegó a la institución bajo la cuidadosa vigilancia de cuatro policías del estado y fue descrito como de un carácter altamente peligroso, sin embargo, la primera vez que lo vi no dio muestras de tal peligrosidad. Mostraba una absurda apariencia de inofensiva estupidez debido a sus ojillos acuosos y somnolientos de color azul pálido; a su rala, desatendida y jamás afeitada barba amarillenta y a la apatía con que colgaba su grueso labio inferior, aunque estaba muy por encima de la talla media y era de constitución fornida. Su edad se desconocía, ya que entre su gente no existen ni registros familiares ni lazos estables, pero el cirujano lo inscribió como hombre de unos cuarenta años por su calvicie frontal y por el mal estado de su dentadura.
Supimos cuanto se había recopilado acerca de su caso por los documentos médicos y jurídicos. Este hombre, vagabundo, trampero y cazador, siempre había sido considerado un ser extraño a los ojos de sus básicos paisanos. Durante las noches, solía dormir más de lo normal, y al despertar acostumbraba a mencionar palabras desconocidas en una forma tan extraña que inspiraba miedo en los corazones de aquella gente carente de imaginación. No era solo que su forma de hablar era completamente diferente, ya que aquellas personas solo hablaban en la decadente jerga de su entorno, sino que el tono y el tenor de sus expresiones tenían un carácter de exótico y misterioso que nadie era capaz de escucharlas sin sentir rechazo. El mismo Slater se sentía tan aterrado y confuso como quienes lo escuchaban, pero una hora después de despertar ya había olvidado todo lo dicho, o aquello que lo había llevado a decirlo, regresando a la campestre, y más o menos amigable, normalidad del resto de los montañeses.
Al parecer, las aberraciones matutinas de Slater fueron aumentando en frecuencia e intensidad según envejecía, hasta que cerca de un mes antes de su ingreso en la clínica, un día cerca del mediodía ocurrió la terrible tragedia que hizo que fuera arrestado por parte de las autoridades. Tras un profundo sueño en el que se hallaba sumergido después de una borrachera de güisqui, la tarde del día anterior cerca de las cinco de la tarde, Slater se había levantado con gran brusquedad, lanzando aullidos tan terribles y ultraterrenos que atrajeron a varios vecinos hasta su cabaña... una inmunda pocilga donde habitaba con una familia tan poco presentable como él mismo. Lanzándose hacia la nieve, en el exterior de la cabaña, alzó los brazos y comenzó a dar una serie de saltos hacia el aire, al mismo tiempo que gritaba su decisión de alcanzar una “gran cabaña con resplandores en el techo, los muros y el suelo, y la sonora y extraña música de allá a lo lejos”. Cuando dos hombres de gran tamaño intentaron detenerlo, luchó con furia y con fuerza maníaca, gritando su deseo y necesidad de encontrar y matar al “ser que brilla, se estremece y ríe”. Finalmente, tras derribar con un súbito golpe a uno de quienes le sujetaban en ese momento, se lanzó sobre el otro con una demoníaca necesidad de sangre gritando de manera infernal que “saltaría alto en el aire y se abriría paso a sangre y fuego entre quienes trataran de detenerlo”. Entonces, familia y vecinos huyeron presas del pánico y, cuando regresaron algunos más valientes, Slater se había ido, dejando detrás de él una masa irreconocible del que fuera un hombre vivo una hora antes. Ningún montañés había tenido el valor de perseguirlo y seguramente hubieran recibido con agrado su muerte en el frío, pero cuando varios días más tarde escucharon sus gritos en un barranco lejano, comprendieron que se las había ingeniado para sobrevivir de alguna forma, y que era necesario detenerlo de una u otra manera. Entonces, formaron una patrulla armada de búsqueda que acabó convirtiéndose en pelotón del sheriff cuando uno de los, pocas veces bien recibidos, policías del estado descubrió por casualidad a los buscadores que fueron interrogados y que finalmente se unió a ellos.
El tercer día hallaron a Slater inconsciente en el hueco de un árbol y fue llevado a la cárcel más cercana, donde médicos de Albany lo examinaron apenas recobró el sentido. Él les contó una historia muy simple. Dijo que había ido a dormir una tarde hacia el anochecer, después de ingerir grandes cantidades de alcohol, y que se había despertado para descubrirse de pie frente a su cabaña con las manos ensangrentadas y, en la nieve a sus pies, el cadáver mutilado de su vecino Peter Sladen. Horrorizado, huyó a los bosques haciendo un vano esfuerzo para escapar de la imagen de lo que debía tratarse de su propio crimen. Además de eso no parecía saber nada más y el experto examen de sus examinadores tampoco pudo aportar hechos adicionales. Esa noche Slater durmió tranquilo y despertó al día siguiente sin otros rasgos particulares que una pequeña alteración en el gesto. El doctor Barnard, que mantenía en observación a este paciente, creyó descubrir cierto brillo, con una cualidad peculiar, en sus ojos azul pálido y una real tirantez, aunque casi imperceptible, en los fláccidos labios, como de inteligente determinación. Pero cuando fue interrogado, Slater se refugió en el habitual vacío de los montañeses e insistía en lo que había dicho el día anterior.
Tres días después tuvo lugar el primero de los ataques mentales de Slater. Tras algunas señales de intranquilidad durante el sueño, el hombre estalló en un ataque tan espantoso que fue necesaria la fuerza combinada de cuatro hombres para ponerle la camisa de fuerza. Los médicos escucharon con gran atención sus palabras, ya que su curiosidad era estimulada en alto grado por las sugestivas, aunque en su mayor parte contradictorias e incoherentes, historias de sus vecinos y familia. Slater deliró alrededor de unos quince minutos, hablando en su dialecto campesino acerca de grandes edificios de luz, océanos de espacio, músicas extrañas, sombrías montañas y valles. Pero sobre todo fue muy explícito acerca de una entidad misteriosa y brillante que se estremecía, reía y se burlaba de él. Esta extraña y vaga entidad,