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Narrativa completa - H.P. Lovecraft


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buena reputación con sus proezas de fuerza y habilidades para trepar. Finalmente una noche, mientras su barco se encontraba fondeado frente a la costa del Congo, desapareció.

      Ahora, con el hijo de Philip Jermyn la reconocida marca familiar terminó convirtiéndose en algo extraño y fatal. Pese a sus particulares proporciones físicas, Robert Jermyn era un joven alto y bastante agraciado con una especie de misteriosa gracia oriental. Inició su vida de erudito e investigador haciendo célebre su apellido en el campo de la etnología y la exploración, también fue el primero en estudiar científicamente la gran colección de reliquias que su loco abuelo había traído de África. En 1815, Robert esposó a la hija del séptimo vizconde de Brightholme, cuyo matrimonio recibió la bendición de tres hijos. El mayor y el menor nunca fueron vistos en público debido a sus deformidades físicas y mentales. El científico se refugió en su trabajo, abrumado por tal desventura, e hizo dos largas expediciones al corazón de África. Su segundo hijo, Nevil, era una persona especialmente desagradable que parecía combinar el mal genio de Philip Jermyn y la altivez de los Brightholme. En 1849 se fugó con una vulgar cantante, aunque regresó un año después. Fue perdonado y Nevil volvió a la mansión Jermyn, viudo y con un niño, Alfred, que sería al crecer el padre de Arthur Jermyn.

      Sus amigos decían que esta serie de desgracias fue lo que trastornó el juicio de Robert Jermyn, aunque tal vez la culpa estaba tan solo en algunas costumbres africanas. El maduro científico había estado recopilando leyendas de las tribus Onga que se hallaban cercanas al territorio explorado por su abuelo y por él mismo. Tenía la esperanza de hallar explicación a las extravagantes historias de Wade Jermyn sobre la ciudad perdida, habitada por extraños seres.

      Los particulares escritos de su antepasado sugerían, con cierta coherencia, que la imaginación del investigador pudo haber sido estimulada por los mitos nativos. Un 19 de octubre en 1852, el explorador Samuel Seaton visitó la mansión de los Jermyn llevando consigo un manuscrito y notas recogidas entre los Onga, convencido de que podían ser muy útiles al etnólogo. En ellos se mencionaban ciertas leyendas acerca de una ciudad de piedra, poblada de monos blancos y gobernada por un dios blanco. Durante su conversación, Seaton debió proporcionarle muchos detalles adicionales, pero jamás llegará a conocerse la naturaleza de los mismos, dada la espantosa serie de hechos trágicos que sobrevinieron después.

      Cuando Robert Jermyn salió de su biblioteca dejó detrás de sí, el cuerpo estrangulado del explorador y antes de que pudiera ser detenido, había puesto fin a la vida de sus tres hijos —los dos que no habían sido vistos jamás y el que se había fugado—. Nevil Jermyn murió dando la vida por salvar a su hijo de dos años, lo cual logró. Al parecer, en las locas maquinaciones del anciano estaba incluido también el asesinato del pequeño. El propio Robert, tras múltiples intentos de suicidio se negó a pronunciar un solo sonido articulado y el segundo año de ser recluido murió de un ataque de apoplejía.

      Alfred Jermyn fue nombrado barón antes de cumplir los cuatro años, pero su conducta jamás estuvo a la altura de su título. A los veinte, se unió a una banda de músicos, y a los treinta y seis abandonó a su mujer y a su hijo para enrolarse en un circo ambulante americano. Murió de forma realmente repugnante.

      Entre los animales del circo con el que viajaba, había un enorme gorila macho sorprendentemente tratable y de gran popularidad entre los artistas de la compañía. Era un animal cuyo color era algo más claro de lo normal y Alfred Jermyn se sentía fascinado por este gorila. En muchas ocasiones los dos se quedaban mirándose a los ojos largamente a través de los barrotes. Finalmente, Jermyn logró que le permitiesen adiestrar al animal, asombrando a los espectadores y a sus compañeros con sus actos. Una mañana, en Chicago, cuando el gorila y Alfred Jermyn ensayaban un combate de boxeo muy ingenioso, el primero golpeó al segundo más fuerte de lo habitual, lastimando su cuerpo y su dignidad de domador novato. Los miembros de “El Mayor Espectáculo del Mundo” prefieren no hablar de lo que sucedió después. No esperaban el escalofriante e inhumano grito que profirió Alfred, tampoco esperaban verlo agarrar con ambas manos a su torpe antagonista y arrojarlo con fuerza contra el suelo de la jaula para luego morderlo furiosamente en la garganta peluda. El gorila no tardó en reaccionar, lo había cogido desprevenido, pero antes de que el domador oficial pudiera hacer nada, el cuerpo que una vez había pertenecido al barón quedó irreconocible.

      Arthur, era el hijo de Alfred Jermyn y de una cantante de music hall de origen desconocido. Cuando su marido, y padre de su hijo, abandonó la familia, la madre llevó al niño a la casa de los Jermyn donde no había nadie que se opusiera a su presencia. Ella tenía presente lo que debe ser la dignidad de un noble y cuidó que su hijo recibiera la mejor educación que su escasa fortuna le podía ofrecer. La Casa de los Jermyn había caído en la ruina y los recursos de la familia eran muy escasos, pero el joven Arthur amaba el viejo edificio con todo lo que contenía y, a diferencia de sus antepasados, era poeta y soñador.

      Algunas familias de la vecindad, que habían oído contar historias sobre la desconocida esposa portuguesa de Wade Jermyn, afirmaban que estas preferencias revelaban su sangre latina, pero la mayoría de las personas la atribuían a su madre cantante —a la que no habían aceptado socialmente— y se burlaban de la sensibilidad del joven ante la belleza.

      Si se tenía en cuenta su rudo aspecto personal, la poética delicadeza de Arthur Jermyn era mucho más evidente. La mayoría de los Jermyn había tenido una pinta particularmente extraña y desagradable, pero el caso de Arthur era asombroso. Era difícil decir con precisión a qué se parecía, no obstante, su expresión, su ángulo facial y la longitud de sus brazos generaban un gran rechazo en quienes lo veían por primera vez.

      Sin embargo, el carácter y la inteligencia de Arthur Jermyn compensaban su rara apariencia. Culto y poseedor de un gran talento, alcanzó los más altos honores en Oxford y parecía destinado a recuperar la reputación intelectual de su familia. Planeaba continuar la obra de sus antepasados en arqueología y etnología africanas usando la magnífica, aunque extraña, colección de Wade. No obstante, su temperamento era más poético que científico. Llevado por su imaginativa mentalidad, pensaba con frecuencia en la prehistórica civilización en la que había creído absolutamente el loco explorador e imaginaba, relato tras relato, los alrededores de la misteriosa ciudad de la selva que era mencionada en sus últimas y más extravagantes anotaciones. Las veladas palabras sobre una feroz y desconocida raza de híbridos de la selva, le producían un confuso y mezclado sentimiento de terror y atracción al imaginar el posible fundamento de tal fantasía y al tratar de encontrar alguna pista en los datos recogidos por su bisabuelo y Samuel Seaton entre los Onga.

      Después de la muerte de su madre en 1911, Arthur Jermyn decidió proseguir sus investigaciones hasta el final. A fin de obtener el dinero necesario, vendió parte de sus propiedades, preparó una expedición y zarpó rumbo al Congo. Con ayuda de las autoridades belgas contrató a un grupo de guías y pasó un año en las regiones de Onga y Kaliri. Allí logró obtener muchos más datos de lo que él esperaba. Entre los Kaliri había un jefe anciano llamado Mwanu que poseía un grado de inteligencia excepcional junto a una gran memoria, además, de un profundo interés por las tradiciones antiguas. El anciano confirmó la historia que Jermyn había escuchado, añadiendo, tal como él la había oído contar, su propio relato sobre la ciudad de piedra y los monos blancos.

      Según Mwanu, la ciudad de piedra y las criaturas híbridas habían desaparecido hacía muchos años, eliminadas por los belicosos N’bangus. Esta tribu, después de matar a todos los seres vivientes y destruir la mayor parte de los edificios, se había llevado a la diosa disecada que había sido el objetivo de la incursión: la diosa-mono blanca. Las tradiciones del Congo atribuían a su cuerpo, que había reinado como princesa entre ellos y que era adorada por extraños seres. Mwanu no tenía idea del aspecto que debieron tener aquellos seres blancos y simiescos, pero estaba convencido de que ellos eran quienes habían construido la ciudad que estaba en ruinas. Jermyn no logró formarse una opinión muy clara, pero después de infinitas preguntas logró una pintoresca leyenda sobre la diosa disecada.

      Se decía que la princesa-mono se convirtió en esposa de un gran dios blanco llegado de Occidente. Ambos reinaron en la ciudad durante mucho tiempo, pero se marcharon de la región al nacer su hijo. Luego, el dios y la princesa regresaron y al morir ella, su esposo


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