Cuéntamelo todo. Cambria BrockmanЧитать онлайн книгу.
chicos —sonaba más como un compañero que como asistente de profesor.
Debía estar en la mitad de sus veinte, pero vestía como si todavía estuviera en la universidad, con la camisa metida desordenadamente alrededor de sus pantalones y unos Birkenstocks en sus pies. Hawthorne tenía un destacado Departamento de Inglés que ofrecía un programa de posgrado muy selecto. Sólo cincuenta estudiantes eran admitidos cada año. Hale debía ser uno de ellos. No parecía lo suficientemente pulcro para dar clases.
Mi teléfono vibró de nuevo. Lo miré, molesta, y me incliné para ponerlo en mi regazo.
Un mensaje de Ruby.
Tenemos otro problema con Gemma.
Levanté la mirada. El profesor Clarke había abandonado el aula, y Hale estaba sacando cosas de su mochila, preguntándonos si habíamos disfrutado de la lectura. No podía verme. Me sentaba atrás, en el lugar más cercano a la puerta.
—Después del poema que leísteis la semana pasada, estaba pensando que hoy podríamos continuar con algo más ligero. No es que la literatura rusa sea muy ligera que digamos —dijo Hale.
Miré a mi alrededor. Se escucharon algunos murmullos de agradecimiento.
Escribí rápidamente una respuesta a Ruby:
¿Y ahora qué ha pasado?
Mi teléfono vibró. Cambié el ajuste al modo silencioso.
Ruby:
No para de hablar de lo guapo que es ese chico, Grant, el que vive en tu residencia. ¿Qué se supone que debo decirle? Él es de lo peor. ¡¡Y ella tiene novio!! ¡Siento que al menos debería romper con él antes de salir con otro!
Ruby tenía razón con respecto a Grant. Él vivía a unas pocas puertas de mi habitación. Cada vez que pasaba a su lado por el pasillo después de sus duchas (lo cual era raro, por lo que nuestro supervisor tenía que recordarle que se aseara), me guiñaba un ojo y preguntaba: “¿Qué hay?”. Según los rumores, a veces se aseaba sólo con toallitas húmedas.
Respondí:
Ella no lo engañará. Está obsesionada con Liam. Y Grant ya está saliendo con Becca.
Ruby:
¿De verdad crees que eso la detendrá?
Otra vez tenía razón. A pesar de que Gemma mantenía una relación con Liam, coqueteaba con todos los chicos de la universidad. Me pregunté cuánto duraría aquella situación.
Era jueves, lo que significaba que, en cuanto terminara la clase, nos iríamos en el coche de John al Walmart que estaba a un par de pueblos de aquí. Khaled ya tenía una identificación falsa incluso antes de que pisara territorio estadounidense, y siempre se aseguraba de que estuviéramos preparados para las fiestas. Nadie organizaba más fiestas que Khaled, y aun así, de alguna manera ya era conocido como el estudiante de primer año más prometedor para ingresar en el programa de medicina. A Max no parecía importarle la competencia, y los dos se daban ánimos con las evaluaciones y los ejercicios de laboratorio. Khaled siempre decía: “Trabaja duro, vive intensamente”.
Mi teléfono se encendió. Ruby otra vez:
No importa, sólo le seguiré recordando que tiene novio.
—Malin —la voz de Hale resonó en mi dirección. Miré a mi alrededor, confundida, ¿cómo sabía mi nombre? Hale me sonrió, y enseguida al resto del grupo.
—Oh, sí, conozco todos vuestros nombres. He estudiado la página de Facebook de vuestra promoción y leído todos vuestros trabajos de la semana pasada. Espeluznante, lo sé.
Se escucharon algunas risas.
—¿Malin? —Hale me miró directamente.
—Sí, lo siento —murmuré, guardando el teléfono en la parte inferior de mi mochila.
—Conoces las reglas sobre el uso del teléfono —dijo Hale, en pie, apoyado en el escritorio.
Los otros estudiantes me miraron, con los ojos muy abiertos por el alivio de que ellos no hubieran sido atrapados. Todos enviaban mensajes de texto durante las clases. Nuestro cometido era cubrirnos los unos a los otros, pero estar sentada en la esquina de atrás lo hacía más difícil. Hale sacó un libro de tapa dura de su mochila y lo puso frente a mí. Me quedé mirando el libro: la pintura en tonos sepia de un joven con la mirada perdida en la lejanía.
—Elige uno —dijo. Olía a humo de leña y desodorante Old Spice.
El salón permaneció en silencio mientras recorría unas pocas páginas, revisando la lista de poemas. Cuando encontré el adecuado, me aparté de mi escritorio y fui al frente del aula.
Me aclaré la garganta y comencé:
—“¿Qué es la amistad? La división de la resaca, / la libre conversación del ultraje” —eché un vistazo a Hale. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho mientras se apoyaba contra la pared posterior, con expresión alentadora—. “Intercambio de vanidades y omisiones, / o de la amarga vergüenza de los auspicios”.
Terminé de leer y cerré de golpe el libro entre mis manos. Observé cómo caían las hojas crujientes de un árbol rojo fuego al otro lado de la ventana. El olor a sidra y canela permanecía en el aire, y cada día se hacía más frío con la promesa del invierno. Todo era mejor cuando hacía frío. Café caliente, una larga carrera, una ducha caliente.
—Un poema corto, pero una gran elección —dijo Hale, interrumpiendo mis pensamientos—. Un tema conveniente para que discutamos en clase de primer año.
Se deslizó a través de los escritorios con paso relajado, sus Birkenstocks se arrastraron y los tablones de madera crujieron bajo su peso.
—Puedes sentarte —me dijo, mientras caminaba. Sus ojos se encontraron con los míos.
Cuando llegó al frente del aula, escribió en la pizarra: “AMISTAD”, ALEKSANDR PUSHKIN, con letra gruesa y pulcra.
—¿Quién quiere decirme algo sobre estos versos? —preguntó al grupo—. Shannon —dijo en respuesta a la chica que sostenía la mano en alto, ansiosa y desesperada—, adelante.
Shannon era siempre la primera en levantar la mano. Me alegraba que a ella le gustara hablar, así no tenía que hacerlo yo.
—Creo que intenta expresar que la amistad es superficial —Shannon hizo una pausa—. También parece negativo al respecto.
—¿Por qué superficial? —preguntó Hale.
—Bien... —Shannon hizo una pausa de nuevo, mirando hacia su derecha. Siempre hacía eso cuando pensaba en voz alta—. Está cuestionando la idea de amistad al inicio del poema. La compara con una resaca, indeseable consecuencia de una increíble noche de juerga.
Hubo algunas risas, y Hale continuó:
—¿Algo más?
—Hum, sí, parece aducir que la amistad no es tan buena como parece. Cómo después de enloquecer y pasar un buen rato, lo único que permanece es un dolor de cabeza. Parecía que lo estabas pasando muy bien porque habías estado bebiendo, cuando lo cierto es que el alcohol estaba engañando tu percepción de la realidad. Un amigo puede parecer genial al principio, pero luego, ¿lo será al día siguiente?
Shannon parecía confundida mientras volvía a sentarse en su silla.
—Piensas que Pushkin compara la amistad con una resaca. Bien, entiendo lo que dices, pero ¿qué pasa con el resto del poema? ¿Crees que renuncia por completo a la idea de amistad? ¿Tiene algún sentido tener amigos?
Hale paseó la mirada por el grupo, en busca de iniciativa.
—Es una visión tan pesimista. Parece frustrado —dijo alguien que se hallaba delante.
—Sí, es como si pensara que toda amistad resulta falsa y sin sentido —respondió otra voz, una