Camino al colapso. Julián ZícariЧитать онлайн книгу.
que fueron –justamente– las instituciones las que sirvieron de red para evitar un colapso mayúsculo; así, mientras se señala que el 2001 fue un tiempo de quiebre de las elites y que debemos mirar “hacia arriba” de la pirámide social para entenderlo, también se reclama lo contrario, proponiendo que el quiebre vino “desde abajo” o –incluso– “del medio”; si se afirma que las causas vinieron “de afuera”, con la misma convicción se indica que la lógica de lo sucedido fue endógena y “desde adentro”. Por ello mismo, y teniendo en cuenta la pluralidad de temáticas que implica el periodo, la presunción básica de este trabajo será considerar al año 2001 argentino como un amplio campo de problemas y conflictos sociopolíticos de distinto tipo. En consecuencia, los procedimientos de investigación para cada una de las cuatro dimensiones utilizarán diferentes tipos de metodologías, fuentes y formas de análisis (realizando estudios cualitativos como cuantitativos según cada caso), para reconstruir las diversas parcialidades de una misma secuencia histórica total y cómo dichas parcialidades –“nivel tras nivel”, “coyuntura tras coyuntura”– articularon un campo sociopolítico con tendencias a implosionar. El objetivo del tipo de abordaje propuesto entonces, y en el que residirá la originalidad, es señalar que la crisis 2001 se fue construyendo en diferentes niveles, ya que cada campo tuvo lógicas y formas de desenvolvimiento propias. Sin embargo, a medida que los conflictos fueran ganando en intensidad, volverían al contexto de interacción crecientemente irreconciliable. Por lo cual, las luchas y conflictos al multiplicarse y afectarse mutuamente, produjeron dinámicas y pautas de resolución no anticipables a ellas, sino al contrario: el año 2001 fue un momento de ruptura y de irrupción de nuevos procesos sociohistóricos sumamente complejos.
El plan de la obra cuenta con dos partes. En una primera se buscará reconstruir la secuencia sociohistórica de las cuatro dimensiones señaladas durante la década de 1990, respetando en las cuatro dimensiones la misma secuencia lógica: en los capítulos del 1 al 4 primero se dará cuenta de cómo se logró edificar en cada una de ellas un alto consenso para luego abordar la progresiva destrucción de este. Es decir, se utilizará una secuencia lógica en esta primera parte en la cual se entenderá al año 2001 a partir de las tendencias de los diversos elementos con una incompatibilidad tal entre sí que llegarán a hacer estallar el conjunto que los contiene. La segunda parte del trabajo tomará el año 2001 de lleno, abordando detenidamente los diferentes conflictos sociopolíticos suscitados y la dinámica que fueron generando. La separación de estos capítulos será temporal y estará dada por los cortes y epicentros sociopolíticos de los distintos meses de 2001. Así, el capítulo 5 abarcará desde marzo a julio de dicho año en función de dos hechos fundamentales: por un lado, la redefinición de los esquemas de funcionamiento de la Alianza, primero con López Murphy y luego con Cavallo, y que sería la última oportunidad para salvar el equilibrio sociopolítico perdido en marzo, para que, por otro lado, el consenso político finalmente terminara por estallar con la sanción de la ley de “déficit cero” en julio. El capítulo 6 irá de ese modo desde agosto a octubre, buscando señalar las reacciones de los diferentes actores al quiebre que representó la ley de déficit cero, especialmente cuando las respuestas se reorganicen y finalmente condensen en un resultado electoral devastador para el gobierno, expresado en los comicios de octubre. El capítulo 7 tomará los meses de noviembre y diciembre, con tres subperiodos claros: el primero es el que abarcará el mes de noviembre y los distintos tipos de posicionamientos luego del resultado electoral de octubre hasta la llegada del corralito, un segundo subperiodo es el que irá desde el corralito hasta la renuncia de Fernando De la Rúa y, finalmente, un tercer subperiodo que es el que se ocupará de la sucesión presidencial hasta la llegada de Duhalde al gobierno. Dada la intensidad de los conflictos, los diferentes capítulos, como se ve, abordarán secuencias temporales cada vez más acotadas, puesto que la densidad y lo espeso del tiempo marcaron pautas muy distintas en la experiencia política. Por último, en las conclusiones se dará lugar al estado de la cuestión y al planteo general del trabajo.
CAPÍTULO 1
Partidos políticos y neoliberalismo
El primer gobierno de Menem (1989-1995)
El caos hiperinflacionario y el reordenamiento de los actores sociopolíticos
Las nuevas autoridades asumieron el 8 de julio de 1989. A pesar de su claro triunfo electoral en los meses previos a su toma del gobierno era más bien lícito echar una mirada sin embargo sombría sobre su Argentina, ya que tenían frente de sí a un país en llamas. En ningún escenario de la vida social parecían poder pisar suelo firme. En las calles había represión, violencia y estallidos sociales; la impronta de los saqueos estaba presente y sobrevolaba como una amenaza impredecible. La pobreza había alcanzado a 18 millones de personas. El Estado estaba sometido a un ahogo financiero inédito, se hallaba sin recursos y no tenía capacidad de hacer frente a sus compromisos básicos, como pagar sueldos, jubilaciones o sostener las actividades imprescindibles. Cientos de hospitales estaban funcionando sin recursos y los empleados estatales desde hacía varios meses que no cobraban sus salarios. En algunas provincias del país la policía estaba en huelga y se hallaba acuartelada como señal de protesta. El partido político con el cual Menem había llegado a la presidencia –el Justicialismo– estaba en manos de Antonio Cafiero, quien era de la línea política opositora a Menem, y que era el gobernador de la provincia de Buenos Aires –el distrito más grande y populoso del país– en el cual le restaban por lo menos dos años más de gobierno, y donde estaba comenzando a hacer preparativos para pelear su reelección como gobernador allí. Por su parte, si bien muchos grupos sindicales habían apoyado a Menem para llegar al gobierno, ninguno le respondía totalmente, y tenía enemigos declarados dentro del ámbito gremial peronista. Es decir, puertas adentro del partido lo que había sido su principal virtud durante la campaña (sumar apoyos frágiles y sin compromisos firmes), se podía convertir en su mayor flaqueza a la hora de gobernar, ya que la falta de apoyos sólidos y orgánicos si bien le podría aportar mayor plasticidad y menores condicionamientos, también le restaba respaldos seguros a la hora de tomar un curso de acción.
Por supuesto, los problemas de Menem no terminaban allí. La cuestión militar seguía siendo un tema candente del cual no era sencillo predecir un futuro y del que tampoco era posible tener ningún tipo de garantías. El movimiento carapintada continuaba vivo y en las Fuerzas Armadas no estaban del todo purgados los grupos que no se resignaban a ver en la corporación militar a un actor político decisivo, el cual podría irrumpir –según sus propias pretensiones– con pleno derecho cuando lo desease. Así, a poco de asumir Menem se hicieron oír advertencias sobre “disgregación nacional”, “guerra civil”, golpes de Estado y nuevos levantamientos armados.
El frente externo no ofrecía un panorama mejor. El país había entrado en cesación de pagos y los principales acreedores de la deuda, poderosos bancos privados, estaban decididos a llevar sus acciones hasta las últimas consecuencias para cobrar sus deudas; y proyectaban realizar presiones aleccionadoras que pudieran ser vistas por otros países del continente que se encontraban en una situación similar. La postura de las nuevas autoridades en los Estados Unidos se había vuelto más rígida y menos permisiva con respecto a los países subdesarrollados, su cambio de enfoque sobre la deuda del tercer mundo dejó de ser considerado como un simple “problema de liquidez” (coyuntural) para pasar a ser entendido como un “problema de solvencia” (de largo plazo); suponiendo esto que serían necesarios cambios estructurales y profundos para modificar la situación. De esta manera, ahora no bastaría con aplicar tan solo un par de ajustes o equilibrar las cuentas para obtener ayuda. Es por ello que los organismos de crédito internacionales –Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)– endurecieron más sus políticas y no realizarían nuevos desembolsos hasta no ver cambios fundamentales, que de acuerdo a los tiempos que corrían, no podrían ser otros más que exigir la apertura de la economía, desregular mercados y privatizar el sector público. Por su parte, el bloque soviético había comenzado a dar indicios indisimulables sobre su disolución final y virtual colapso; y con el derrumbe del “socialismo real”