Hierbas Mágicas. Janice WickaЧитать онлайн книгу.
en forma de arrugas y canas, o de debilidad orgánica generalizada. Si el miedo es constante y no logramos superarlo, nos provocará enfermedades crónicas donde nuestro cuerpo está gritando siempre que necesita protección externa, en largos procesos psicosomáticos donde la persona se cura de un mal para adquirir de inmediato otro, y busca desesperadamente atención y cuidado, ya sea en la familia, la pareja y los amigos, o en el médico y en las medicinas. Para este tipo de personas la soledad es fatal, y cualquier tipo de compañía, por tóxica o negativa que sea, es un bálsamo para paliar sus temores.
Las emociones negativas suelen ser intensas, e incluso dar una sensación momentánea de placer a quien las experimenta, para dar paso inmediatamente después al malestar, la enfermedad o el desasosiego.
Cuando son más duraderas que intensas es cuando son más nocivas y hasta peligrosas para nuestro organismo y para las personas que nos rodean.
Persistir en el error y en el dolor es aumentar y acumular el mal, lo mismo que acallar los sentimientos, las quejas y las necesidades.
Lo negativo no expresado se pudre en nuestro interior.Expresar y reconocer nuestras deficiencias es el primer paso para superarlas.
Todos experimentamos emociones negativas en mayor o en menor medida, porque a menudo son reacciones irreflexivas ante el ambiente, el contexto o las situaciones de la vida, y en este punto las hierbas mágicas pueden ayudarnos a sacarlas del fondo de nuestro ser y a superar sus efectos.
La mente es poderosa, y puede salvar o condenar, restituir o destruir:
-Los pensamientos negativos o pesimistas abren las puertas a las enfermedades autoinmunes y al desorden celular, es decir, al cáncer.
-La gran mayoría de los males y enfermedades son psicosomáticos, es decir, se crean primero en la mente y pueden llegar a convertirse en enfermedades reales, abriendo la puerta a bacterias, virus e incluso a accidentes dolorosos o fatales.
¿Qué es la enfermedad?
Para muchas culturas de la antigüedad, la enfermedad era sólo un proceso de depuración que experimentaba el cuerpo para fortalecerse. Por desgracia, en muchos casos el cuerpo no superaba el proceso y moría, señal de que esa persona estaba mejor en el más allá que en este mundo hostil y peligroso.
Los animales siguen este proceso de forma natural y para superarlo, como los humanos, también hacen dieta y comen hierbas que les ayudan, pero no van al médico ni se atiborran de medicamentos a menos que sean mascotas y sus dueños los “cuiden” y quieran mantenerlos aparentemente sanos, impidiendo que sean ellos mismos los que superen la enfermedad.
Nosotros abandonamos la selección natural hace mucho tiempo, pero a partir de la Segunda Guerra Mundial la salud se convirtió en una panacea para los más débiles, que arrastran sus enfermedades durante largos años y se convierten en una magnífica clientela para médicos y farmacéuticas.
La OMS, Organización Mundial de la Salud, unificó los criterios de la salud en todo el planeta, y llevó la depresión y el cáncer a pueblos donde estas enfermedades eran mínimas o simplemente no existían, porque mucha gente sana aprendió a estar enferma.
Sí, aunque parezca una locura, las enfermedades también se aprenden, se copian y se convierten en verdaderas pandemias sociales, como la influenza, el síndrome de las vacas locas, la gripe aviar y similares.
Por supuesto, los gérmenes y las bacterias existen y pululan por todas partes. Nuestro cuerpo contiene más bacterias, virus y gérmenes que células defensivas, es decir, miles de millones que llegan a pesar hasta dos o tres kilos, y a muchas de ellas nos acostumbramos, convivimos con ellas, tanto y de tal manera, que cuando nos abandonan nos ponemos enfermos, igual que enfermamos cuando sus colonias aumentan desmesuradamente, porque lo que les permite vivir y a nosotros estar sanos es el equilibrio.
El cuerpo elimina lo que le sobra y absorbe lo que necesita, bacterias incluidas, y cuando se pierde el equilibrio sobreviene la enfermedad y empieza un proceso de recuperación del equilibrio.
Es por eso que muchos medicamentos alopáticos, es decir, de la medicina oficial, no curan nada, sólo son paliativos para no padecer dolor o inflamaciones, fiebres o falta de energía, mientras nuestro cuerpo batalla contra sus verdaderos males y busca recuperar el equilibrio.
Mi abuela, una mujer sabia, decía que sólo hay dos tipos de enfermedades: las que superas y las que te matan, se llamen como se llamen.
Actualmente y, siguiendo los consejos de la OMS, la enfermedad es la ausencia de la salud física, anímica y mental, y no un proceso de depuración y fortalecimiento. Se ataca con paliativos, vacunas y cirugías, no para erradicar las enfermedades, sino para mantener vivos y en condiciones sociales aceptables a los enfermos.
Tenemos la suerte de que la persona enferma ya no es un ser débil al que hay que abandonar a su suerte para que muera o viva si es lo suficientemente fuerte, sino un ser humano al que hay que cuidar, medicar, tolerar y mantener con vida todo lo que sea posible, independientemente de sus deseos, sufrimientos o carencias, y la eutanasia o el suicidio personal o asistido son ilegales en muchos países, y en los que son legales no acaban de convencer del todo a la población.
Hoy en día, y por regla general, las personas enfermas son consumidoras del aparato de salud del Estado y de las grandes empresas médicas y farmacéuticas, y hay que tratarlas con tacto y darles paliativos para que sobrelleven su enfermedad y no dejen de consumir consultas y medicamentos mientras vivan en este mundo.
La salud, por tanto, no es sólo la ausencia de la enfermedad, sino el bienestar de cuerpo, mente, alma y espíritu.
¿Por qué enfermamos?
Por un desequilibrio entre bacterias y organismo.
Por temores y frustraciones personales.
Por accidentes.
Por necesidad de atención y afecto.
Por moda.
Por contagio real.
Por la acción de parásitos, venenos, tóxicos, malas prácticas y excesos en el comer y/o en el beber.
Por influencia externa o manipulación, porque a menudo basta que alguien nos diga que nos ve mal, con poco o mucho peso, con mal color, mala cara o con síntomas extraños, para que creamos que estamos enfermos, e incluso para que enfermemos de verdad.
Nos recomiendan que vayamos al médico, que nos hagamos análisis, que nos pongamos a dieta, que no comamos carne, que aumentemos las proteínas, que nos hartemos de frutas, que bebamos mucha agua —pero no fría—, que tal o cual remedio es milagroso, que tal o cual té adelgaza sin dejar los excesos y sin hacer ejercicio, y si insisten y se suman dos o tres personas más al veredicto, podemos fácilmente caer en la creencia de que no estamos bien, que algo anormal sucede con nosotros, y, en fin, que estamos enfermos.
A menudo algunas madres, generalmente por temores infundados, ensayan con sus hijos métodos y consejos de salud nada recomendables, como atiborrarlos de vitaminas, alimentarlos de manera restringida o excesiva, medicarlos sin necesidad y ponerles lentes o zapatos correctores cuando no los necesitan.
No hay duda de que los seres humanos no somos perfectos y que no podemos evitar los defectos, los accidentes ni los contagios, tampoco nuestros propios errores, por lo que es muy posible que a lo largo de nuestra vida necesitemos del servicio médico, y es de sentido común acudir a cualquier tipo de medicina cuando en verdad se necesita.
En Occidente, a la medicina alopática normalmente, en Oriente a la ayurvédica o a la china, o a cualquier medicina alternativa que funcione en su ambiente o su cultura, incluso a varias de ellas en simultáneo con tal de recuperar la salud. Las hierbas mágicas son una buena y económica alternativa para prevenir antes de lamentar, o para curar cuando el mal o la enfermedad ya se ha manifestado, con sus lógicas limitaciones, como las tienen el resto de las técnicas de salud.
Si necesita de verdad una cirugía, vaya con un cirujano, pero no se opere por capricho, necedad o hipocondría. En cualquier caso, evite las obsesiones.
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