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Mitología Inca. Javier TapiaЧитать онлайн книгу.

Mitología Inca - Javier Tapia


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sonido de su voz lo puede todo.

      Si pones atención, oirás el sonido de su voz en todas partes.

      Los hijos del sol lo escuchan, los hijos de las sombras no oyen nada.

      Inti Wawa, niño y señor, te cantamos con amor para darte las gracias.

      Inti Wawa, el Niño Sol, ha pasado por muchos estadios a través de las diferentes creencias del mundo andino, desde las preincas hasta las actuales, pasando por la asimilación inca de los sacrificios humanos, que en el caso de Inti Wawa eran sacrificios humanos infantiles, la sincretización católica que lo convirtió en Niño Dios, hasta las celebraciones del Inti Wawa Raymi que se realizan hoy en día protagonizadas principalmente por niños.

      De divinidad independiente pasó a ser hijo de Viracocha, y de niño robusto y de oro, pasó a ser adolescente guerrero y adulto soberano, legitimador de la sangre divina entre los gobernantes incas.

      De hecho la palabra inca, con minúscula, puede traducirse como “hijo del sol”, mientras que la palabra Inca, con mayúscula, se refiere al Señor y Gobernante Inca o al Imperio inca en toda su extensión, con lo que todos los niños incas son reflejo de Inti Wawa, pero solo los destinados al gobierno de los pueblos, son sus hijos directos, de su misma sangre, Incas de verdad y con potestad sobre el mundo entero, con lo que todos y cada uno de los monarcas incas son parte de la mitología, dioses menores con la garantía de gozar con un lugar reservado en el cielo.

      Según la leyenda, Inti Wawa es quien legitima a Manco Cápac como primer gran soberano inca en el 1200 de nuestra era, y vaticina que Atahualpa y Pachacámac lograran la unión de las cuatro provincias.

      La guerra, la muerte, el sacrificio humano, la conquista, la destrucción y posterior reconstrucción también están amparados por Inti Wawa, y, como en muchas otras mitologías, a menudo la creación del mundo, o del universo entero, está precedido de un conflicto bélico entre los dioses.

      Cantar de la guerra de los cielos

      Antes, mucho antes de la gran inundación.

      Antes, mucho antes de que Viracocha fuera padre.

      Antes, mucho antes de que los hermanos Ayar y sus esposas surgieran de las montañas.

      Antes de que Inti iluminara a Pachamama.

      Antes, mucho antes de que nacieran y murieran tantas humanidades.

      Antes, cuando solo estaba el Sol Primordial como fuente de todo final y de todo principio, los dioses que han perdido su nombre en nuestra memoria entraron en guerra.

      Los fuertes eran celados y envidiados por los débiles.

      Los débiles eran esclavos y comida de los fuertes.

      La primera gran armonía se precipitaba al caos.

      En el Gran Sol Primordial, que había sido todo luz eterna, empezaron a brotar sombras de ira, venganza, traición y guerra.

      Nada podía hacerse para doblegar las revanchas y los celos, por eso el Gran Sol Primordial se retiró a sus aposentos.

      La oscuridad lo rodeó todo.

      Los dioses se lanzaban rayos y piedras ígneas unos a otros.

      La oscuridad se rompía con aquellos relámpagos.

      El cielo quedó roto, más negro que luminoso.

      Cuando la guerra acabó, pues no había nadie a quien matar, en el cielo quedaron piedras de fuego y piedras de hielo, piedras frías y piedras calientes, sin orden ni concierto.

      Solo entonces el Gran Sol Primordial volvió a brillar para poner orden entre las piedras alocadas que surcaban el firmamento.

      El Gran Sol Primordial tuvo nuevos hijos para que le ayudaran en la tarea.

      Viracocha e Inti fueron los encargados de darle forma al universo que vemos.

      Todo volvió al orden.

      Hubo muchos hermanos antes que nosotros que nacieron y murieron, y muchas más guerras de dioses, pero ninguna como aquella que lo oscureció todo entre grandes y terribles destellos.

      Las palabras y los hechos son muchos, la memoria es poca, pero algo nos queda en el recuerdo y en los sueños, y así lo transmitimos a los que vienen y están por venir, y así no se pierda nuestro origen, pues somos hijos o nietos del Gran Sol Primordial del que emana todo, y a él debemos oración, devoción y respeto.

      Que no se pierda nuestro canto en los laberintos de los tiempos.

      II: Nacimiento de la humanidad

      Cuando me elevo

      miro a los humanos como hormigas,

      con alegría o con desprecio,

      pues la vanidad de los dioses

      es un arma fría.

      Dentro de la mitología inca hay varios dioses, pero la religión oficial del imperio impuso la figura de Viracocha como dios supremo y creador, rescatando al Viracocha de los tiahuanacos y fusionándolo, de una o de otra manera, con Inti, el popular dios Sol al que prácticamente todo el mundo andino veneraba.

      Sabemos que el monoteísmo no ha funcionado nunca, la superstición, que algunos consideran innata en el ser humano, lo impide, y si un dios no funciona se busca a otro o a sus intermediarios, santos, vírgenes, gurús, reliquias, piedras, muros, aves, animales, o lo que sea, con tal de tener la esperanza de que la suerte mejore o que la muerte no sea traicionera.

      Los dioses demasiado elevados no responden ni corresponden a las necesidades inmediatas de los pueblos, pero sí suelen hacerlo sus hijos, esposas, nietos o sacerdotes, con lo que todo panteón divino tiene, además de su dios principal y oficial, a muchos otros seres divinos con dones y funciones específicas capaces de contentar a sus creyentes.

      La religión inca no es la excepción, tal y como nos lo muestra su rica y extensa mitología, donde el laberinto de creencias no respeta ni tiempo ni espacio, y lo inca y lo preinca a menudo se confunden y tropiezan para desespero de aquellos que pretenden darle un orden o definir fechas exactas.

      Dioses incas

      Al tratarse de un imperio, los dioses preincaicos se mezclan o sincretizan con los dioses incas aprovechando que la mayoría de los pueblos andinos y costeños practicaban cultos solares y tenían en el oro al referente solar por excelencia.

      No pocas ciudades preincas tenían sus templos y ciudades revestidos en oro, un oro que los incas cambiaron por piedras, muy bien trabajadas y labradas, pero piedras al fin y al cabo.

      Donde había piedra amarilla, aunque no fuera oro, los inca colocaron piedras grises, reservando los colores dorados para la capital, Cuzco, centro y ombligo del mundo, donde el oro que entraba no salía, y donde los nuevos dioses eran los más poderosos del universo, como Viracocha, que dentro de la religión inca era el padre y creador de todo, incluso de los dioses arcaicos que lo superaban en edad, porque Viracocha era el señor del tiempo y podía ser padre de sus antecesores sin ningún problema, así como ser padre de los hijos de sus padres, e incluso ser padre de sí mismo encarnándose en Pachacámac, para poder vigilar y cuidar a los seres humanos de cerca.

      Muchos de los dioses primigenios de los Andes y de la costa eran divinidades itinerantes, peregrinas, vagabundas, sin un área geográfica determinada, mientras que otras deidades, más animistas, eran patronas de las cuevas, los ríos, los mares, los animales, las piedras, de las casas, de los caminos o de lo que fuera.

      Algunos de ellos eran creadores, y cada uno de ellos había concebido su propia humanidad que a menudo no se parecía demasiado a la humanidad creada por otro dios; mientras que otras deidades eran pasajeras o simplemente presenciales, sin seres humanos bajo su mando o su protección.

      Unos eran tan antiguos como la Tierra misma, y otros apenas si tenían unos cuantos años visitando el planeta. Unos conocieron a los grandes lagartos, según las leyendas, y otros apenas si conocían al mítico puma y tenían a la llama como animal de compañía.


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