La conquista de la actualidad. Steven JohnsonЧитать онлайн книгу.
profundamente confuso al mismo tiempo.
De Landa comienza el libro con un brillante giro interpretativo. Imaginemos –sugiere– un libro de historia escrito en el futuro por un tipo de inteligencia artificial, que describa la historia del último milenio. “Podríamos imaginar –argumenta De Landa– que este historiador robot escribiría un tipo de historia diferente que su homólogo humano”. Los eventos que parecen más importantes para el hombre –la conquista de Europa sobre las Américas, la caída del Imperio romano, la Carta Magna– serían apenas notas a pie de página desde la perspectiva de un robot. Otros eventos que parecen insignificantes para la historia tradicional –los autómatas que parecían jugar ajedrez en el siglo xviii, el telar de Jacquard que inspiró las tarjetas perforadas de los albores de la informática– serían un punto de inflexión para el historiador robot, momentos clave que trazan una línea directa con el presente. De Landa agrega: “Mientras que un historiador humano podría intentar entender cómo se ensamblaron los relojes, los motores y otros artilugios físicos, un historiador robot haría hincapié en la forma en que estas máquinas afectaron la evolución del ser humano. El robot destacaría el hecho de que cuando los relojes representaban la tecnología dominante del planeta, las personas imaginaban el mundo a su alrededor como un sistema de engranajes y ruedas”.
Lamentablemente, no hay robots inteligentes en este libro. Las innovaciones que aquí se describen pertenecen a la vida cotidiana y no a la ciencia ficción: bombillas, grabaciones de sonido, aire acondicionado, un vaso de agua potable, un reloj pulsera o lentes de vidrio. Sin embargo, he intentado contar la historia de estas innovaciones desde la perspectiva del historiador robot de De Landa. Si una bombilla pudiera escribir la historia de los últimos trescientos años, también nos mostraría un relato muy diferente. Podríamos ver en qué medida nuestro pasado se abocó a la búsqueda de la luz artificial, qué tanto ingenio y esfuerzo fueron necesarios para luchar contra la oscuridad, y cómo los distintos inventos impulsaron cambios que, a simple vista, no parecen tener ninguna relación con las bombillas.
Esta es una historia que vale la pena contar, en parte, porque nos permite ver con otros ojos un mundo que, por lo general, damos por sentado. La mayoría de quienes habitamos en los países desarrollados no nos detenemos a pensar en lo maravilloso que es poder beber agua del grifo sin tener que preocuparnos por morir de cólera a las cuarenta y ocho horas. Gracias al aire acondicionado, muchos vivimos cómodamente en climas que hubieran sido intolerables hace apenas cincuenta años. Nuestras vidas están rodeadas y respaldadas por todo tipo de objetos que se vieron encantados con las ideas y la creatividad de miles de nuestros antepasados: inventores y aficionados y reformadores que despedazaron con constancia el problema de obtener luz artificial o de beber agua potable para que pudiéramos disfrutar sin obstáculos de estos lujos en la actualidad, sin siquiera considerarlos un lujo en primer lugar. Como nos recordarían los historiadores robot, estamos en deuda con aquellas personas tanto –o incluso más– que con los reyes, conquistadores y magnates de la historia tradicional.
Asimismo, considero importante contar este tipo de historias porque estas innovaciones han desencadenado un abanico de cambios en la sociedad mucho más amplio de lo que hubiéramos podido imaginar. Por lo general, las innovaciones surgen como una forma de resolver un problema determinado, pero una vez que comienzan a circular pueden desencadenar otros cambios que no hubiera sido posible predecir. Este es un patrón de cambio que se repite constantemente en la historia evolutiva. Por ejemplo, pensemos en la polinización: en algún momento del Cretáceo, las flores comenzaron a desarrollar colores y aromas que indicaban la presencia de polen a los insectos, que simultáneamente desarrollaron artilugios complejos para extraer el polen y así, involuntariamente, fertilizar otras flores con ese polen. Con el tiempo, las flores complementaron el polen con un néctar aún más rico en energía a fin de atraer a los insectos para que realizaran el ritual de la polinización.
Las abejas y otros insectos desarrollaron herramientas sensoriales para ver y acercarse a las flores, así como las flores desarrollaron propiedades específicas para atraer a las abejas. Este es un tipo diferente de supervivencia del más apto; no se trata de la típica historia de ganadores y perdedores que solemos escuchar en los relatos moderados del darwinismo, sino algo más simbiótico: los insectos y las flores tuvieron éxito porque se complementan físicamente (el término técnico es “coevolución”). La importancia de esta relación no pasó inadvertida para Charles Darwin, quien escribió un libro sobre la polinización de las orquídeas tras haber publicado El origen de las especies. Estas interacciones coevolutivas suelen llevar a transformaciones en organismos que parecerían no tener ninguna conexión inmediata con las especies originales. La simbiosis entre las flores y los insectos que lleva a la producción de néctar despertó la oportunidad de que organismos mucho más grandes –los colibríes– extrajeran néctar de las plantas, para lo cual debieron desarrollar mecanismos de vuelo extremadamente inusuales que les permiten volar junto a la flor de una forma muy diferente a la mayoría de los pájaros. Los insectos pueden estabilizarse mientras vuelan porque tienen una flexibilidad inherente a su anatomía de la que carecen los animales vertebrados. No obstante, a pesar de las restricciones de su estructura esquelética, los colibríes desarrollaron una innovadora forma de rotar las alas, que les permite volar hacia arriba y hacia abajo, y así flotar en el aire para extraer néctar de una flor. Estos son algunos de los extraordinarios saltos de la evolución: las estrategias de reproducción sexual de las plantas terminaron influyendo en el desarrollo de las alas del colibrí. Si un grupo de naturalistas hubiera observado el primer desarrollo de la conducta polinizadora de los insectos junto a las flores, hubiera asumido de forma lógica que este nuevo y extraño ritual no tendría ningún tipo de relación con la vida de las aves. Sin embargo, fue el artífice de una de las transformaciones físicas más sorprendentes en la historia evolutiva de los pájaros.
La historia de las ideas y las innovaciones se desarrolla de forma muy similar. La imprenta de Johannes Gutenberg disparó la necesidad de gafas, dado que la nueva práctica de lectura hizo que muchas personas del continente europeo se dieran cuenta de que eran hipermétropes; la demanda del mercado de gafas incentivó a un creciente número de personas a producir y experimentar con las lentes, lo que llevó a la invención del microscopio, que luego nos permitiría observar que nuestros cuerpos están compuestos de células microscópicas. Nadie hubiera creído jamás que la tecnología de la imprenta podría relacionarse tanto con la expansión de nuestra visión como con la escala celular, así como tampoco hubiéramos imaginado que la evolución del polen alteraría de alguna manera el diseño de las alas de los colibríes. Pero así suceden los cambios.
A primera vista, esto puede parecer una variación del “efecto mariposa” de la teoría del caos, según la cual el simple aleteo de una mariposa en California puede desatar un huracán en medio del Atlántico. No obstante, ambas teorías son fundamentalmente diferentes. La extraordinaria (y perturbadora) propiedad del efecto mariposa es que implica una cadena de causalidad virtualmente enigmática: no es posible establecer un vínculo definido entre las moléculas de aire que se mueven en torno a una mariposa y el sistema tormentoso que se gesta en el océano Atlántico. Tal vez están relacionados, ya que todo está conectado en última instancia, pero analizar estas conexiones o predecirlas de antemano está mucho más allá de nuestras capacidades. Sin embargo, lo que sucede con las flores y el colibrí es algo diferente: aunque se trata de dos organismos distintos, con diferentes necesidades y aptitudes –sin mencionar sus sistemas biológicos básicos–, las flores ejercen una clara influencia sobre la fisonomía del colibrí de forma directa e inteligible.
Este libro trata parcialmente acerca de estas extrañas cadenas de influencia: “el efecto colibrí”. Una innovación –o un grupo de innovaciones– en un campo puede desencadenar cambios que parecen pertenecer a un sector completamente diferente. El efecto colibrí puede producirse de distintas formas. A veces es intuitivo: un aumento de órdenes de magnitud en la repartición de energía o de información suele accionar una ola de cambios caótica que trasciende cualquier límite intelectual y social (esto puede verse en la historia de Internet de los últimos treinta años). En ocasiones, el efecto colibrí es más sutil y deja huellas más casuales y menos llamativas. Los avances en nuestra capacidad para medir un determinado fenómeno –tiempo, temperatura, masa– suelen abrir nuevas oportunidades que parecen no estar relacionadas