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El bienestar de todos. John RuskinЧитать онлайн книгу.

El bienestar de todos - John Ruskin


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Asimismo, el autor intenta dar su propia perspectiva a temas tales como la riqueza y su relación con el honor, o la influencia de las pasiones y los sentimientos en la economía de una nación. El valor de Unto this Last y la originalidad de su análisis reside en que se trata una búsqueda moral y dialógica, y por ende, una forma innovadora, antes y ahora, de pensar en la economía. Las ideas de Ruskin siguen vigentes, porque nos llevan a pensar y a cuestionarnos, desde una perspectiva personal, qué es la economía de un país, cómo nos influye y cómo podemos ser actores en ella y no meros agentes pasivos a la espera de la próxima crisis o del próximo auge.

      Aunque a principios del siglo xx, el periodista y traductor español Manuel Ciges Aparicio realizó una traducción de los cuatro ensayos titulada Hasta este último (1906), esta ya no se encuentra a la venta, por lo que no se pudo tener acceso a ella. Sin embargo, se trabajó con la retraducción de la paráfrasis hecha por Gandhi de los ensayos del inglés al gujarati en 1908. La retraducción fue publicada en 1956 por Valji Govindji Desai, ayudante personal de Gandhi, y presenta interpretaciones que han sido de gran ayuda para entender algunas de las ideas más complejas contenidas en el texto original.

      Pablo Saavedra

      PREFACIO

      Los siguientes cuatro ensayos fueron publicados en un período de 18 meses en Cornhill Magazine, y recibieron una violenta reprobación, por lo que pude escuchar, de parte de la mayoría de los lectores.

      Creo absolutamente que son los mejores textos que jamás he escrito, es decir, los más elocuentes y los más útiles; y el último de ellos, el cual me tomó gran esfuerzo, es probablemente lo mejor que jamás escribiré.

      “Es posible”, puede replicar el lector, “que esto sea así, pero no por esto están bien escritos”. Aunque admito sin falsa modestia esto último, esta obra me satisface como no lo hace nada más que haya escrito antes; y a modo de seguir los temas examinados en estos ensayos en el corto plazo, según pueda encontrar tiempo, me gustaría que estos párrafos introductorios estén al alcance de cualquier persona que quiera volver a ellos. Por lo tanto, he republicado los ensayos de la misma manera en la que aparecieron. Solo una palabra ha cambiado, a fin de corregir un estimado de peso; y ninguna ha sido añadida.

      Sin embargo, aunque no encuentro nada que quiera modificar en estos ensayos, me causa pena que la idea más notoria en ellos, aquella relacionada con la necesidad de organizar el empleo sobre la base de un sueldo fijo, haya terminado en el primero de los ensayos, dado que es una de las ideas menos importantes, aunque en ningún caso la menos relevante, de las que aquí se defienden. La esencia de estos ensayos, su significado y objetivo central, es entregar una definición lógica de riqueza en un lenguaje sencillo y llano, como lo hicieron Platón y Jenofonte, y en buen latín Cicerón y Horacio; porque tal definición es absolutamente necesaria para la base de la ciencia de la economía. El ensayo más célebre sobre el tema que ha aparecido en los últimos tiempos, luego de abrir con la declaración de que “los escritores de economía política profesan enseñar, o investigar1, la naturaleza de la riqueza”, plantea su tesis: “Todos tienen una noción, lo suficientemente correcta para propósitos comunes, de lo que significa riqueza… No es parte del diseño de este tratado buscar una definición metafísicamente más sutil”.

      De seguro no necesitamos una definición más sutil en términos metafísicos; pero la sutileza física, y la exactitud lógica en relación al tema físico, de seguro que sí es necesaria.

      Supongamos que el tema que estamos investigando, en vez de ser la ley de la casa (oikonomia), fuera la ley de las estrellas (astronomia), y que, ignorando la distinción entre las estrellas fijas y aquellas en movimiento, como se hace aquí entre la riqueza radiante y aquella reflexiva, el escritor hubiera comenzado así: “Todos tenemos una noción, lo suficientemente correcta para propósitos comunes, de lo que queremos decir con estrellas. El objeto de este tratado no es llegar a una definición metafísicamente más sutil de una estrella”. Un ensayo que empiece de esta manera, a fin de cuentas, hubiera sido más sincero en sus afirmaciones finales, y mil veces más útil al navegante, de lo que puede serlo a un economista un tratado sobre la riqueza que basa sus conclusiones en la concepción popular de la misma.

      Por lo tanto, el principal objetivo de los siguientes ensayos es entregar una definición precisa y estable de este concepto. El segundo objetivo es demostrar que la adquisición de riquezas finalmente es posible solo bajo ciertas condiciones morales de la sociedad, de las cuales la primera es una fe en la existencia y en la posibilidad de actuar con honestidad en propósitos prácticos.

      Sin ánimo de hacer un pronunciamiento, debido a que en tales temas el juicio humano no es en ningún sentido certero, sobre cuál es o no es el trabajo más noble de Dios, tal vez podemos concordar en gran medida con la aseveración del poeta Pope, que decía que una persona sincera es una de las mejores obras que se pueden ver en el presente y, como están las cosas ahora, también es una obra más bien rara; y sin embargo, no es una obra increíble o milagrosa; menos aún, una anormal. La honestidad no es una fuerza perturbadora, que desordene las órbitas de la economía, sino una fuerza consistente e imponente, a la cual obedecen (y a ninguna más) estas órbitas para seguir libres del caos.

      Es verdad que por momentos hay personas que le reprueban a Pope la bajeza, y no la altura, de su estándar:

      “La honestidad es una virtud respetable, pero ¡cuánto más alto pueden los seres humanos llegar!”

      “¿No se nos pide nada más aparte de que seamos honestos?”

      Por el momento, mis buenos amigos, nada más. Parece que en nuestra aspiración de ser más que solo honestos, hemos perdido de vista hasta cierto punto, la decencia de a lo menos ser eso. Si es que hemos perdido la fe en alguna otra cosa no será tema en este ensayo, pero de seguro que hemos perdido la fe en la honestidad común y en su poder. Y es esta fe, con los hechos sobre los cuales se puede apoyar, aquello que debemos recuperar y mantener, no solo creyendo, sino también, por medio de la experiencia, asegurándonos a nosotros mismos que todavía existen en el mundo personas que pueden elegir no cometer un fraude por otras razones aparte del miedo a perder sus empleos2; y mejor aún, asegurándonos de que un país solo puede prolongar su existencia en proporción exacta a la cantidad de personas de este tipo que ahí residan.

      Por lo tanto, los siguientes ensayos tratan principalmente sobre estos dos puntos. El tema de la organización del trabajo solo se toca casualmente, porque, una vez que tenemos la suficiente cantidad de honestidad en nuestros directores, la organización del trabajo es fácil, y se llevará a cabo sin peleas ni dificultades; pero si no podemos sembrar la honestidad en nuestros capitanes, la organización del trabajo será siempre imposible.

      En la secuela pretendo examinar las distintas condiciones que dan cabida a esta posibilidad. No obstante, para que el lector no se alarme por las sugerencias hechas durante la siguiente investigación de principios básicos, como si le estuvieran llevando a un terreno peligroso, afirmaré de una vez, para brindarle completa seguridad, el peor de los credos políticos del que lo quiero convencer.

      Primero, que deberían existir escuelas de entrenamiento para jóvenes costeadas y supervisadas por el gobierno3; que a cada niño y niña que nazca se le debería permitir, a deseo de los padres (y en algunos casos, bajo castigo), asistir a una; y que, en esas escuelas, al niño o niña se le debería (con otros aprendizajes menores que en estos ensayos serán considerados) enseñar de forma obligatoria, con la mejor calidad pedagógica que el país pueda producir, las siguientes tres cosas:

      (a) las leyes de la salud y los ejercicios relacionados con ellas;

      (b) hábitos de gentileza y justicia; y

      (c) la vocación a la cual debe dedicar su vida.

      En segundo lugar, que en conexión con estas escuelas, se deberían establecer, también bajo la regulación del gobierno, fábricas y talleres para la producción y venta de todo lo necesario para la vida y el ejercicio de todo arte útil. Y que, sin interferir ni un ápice con la empresa privada, ni imponiendo restricciones o impuestos al comercio privado, sino dejando que ambos den lo mejor de sí


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