Corrientes pedagógicas contemporáneas. Juan Carlos Pablo BallesterosЧитать онлайн книгу.
radicalmente el proceso de aprendizaje y el de enseñanza. Finalmente, habrá de cambiar el régimen de la educación, incluyendo su administración y elaboración de sistemas. Así pues, los planes de estudio, el proceso de enseñanza y aprendizaje y el régimen de la educación, tendrán que transformarse. Esto lo implica una filosofía democráticamente radical, que sostiene que las modificaciones parciales, insignificantes, no sirven para alcanzar los objetivos necesarios. Únicamente el planteamiento reconstructivo, de largo alcance, de la educación como fin y como medio, será útil en una época como la actual».49
La educación y la cultura
Sostiene Brameld que la educación tiene siempre un carácter normativo. Está gobernada por normas que derivan de la cultura en la que están insertas. Se ha visto ya que para este autor la educación nace en la cultura, y es allí donde adquiere su más profunda significación. No es de extrañar entonces que Brameld dedique particular atención al estudio de la cultura, tarea que emprende fundamentalmente es su obra Bases culturales de la educación. Una experiencia interdisciplinaria.
Lo primero que corresponde precisar es el concepto mismo de la cultura. Brameld recurre —será una constante en toda esta obra— al aporte de los antropólogos culturales, y encuentra en la obra publicada en 1871 por Edwar Burnett Tylor (1832–1917), Cultura primitiva, la definición tantas veces citada: «Cultura o civilización... es aquella totalidad compleja que incluye conocimiento, creencias, arte, moral, ley, costumbre, y todas las demás capacidades y hábitos que el hombre adquiere como miembro de la sociedad».50
Se observa en esta definición que hay una identificación de significado entre los términos cultura y civilización, superando la noción tradicional que consideraba lo «civilizado» como superior a lo «primitivo». Al hablar de «totalidad compleja» indica que la cultura posee una unidad por múltiples que sean las partes que la componen, pudiendo llegar a esquematizarla, diseñarla o estructurarla a partir del descubrimiento de los aspectos comunes y de las relaciones que se establecen particularmente en su interior; y entre las culturas en general, por la comparación.
Los elementos que hacen compleja esta totalidad son los conocimientos y las creencias, que son manifestaciones de la vida psíquica y que implican la inclusión de la filosofía, la religión, la ciencia, el folklore y la superstición; el arte, las normas morales y los valores que se expresan materialmente en grupos visibles; la ley y la costumbre que muestran el carácter de regularidad y continuidad de la conducta; las capacidades y hábitos que el hombre adquiere como miembro de la sociedad.
En esta última parte de la definición se puede establecer que es el hombre el que crea la cultura, pero esto no lo realiza en forma aislada sino en sociedad con otros, como «socio» de una comunidad, la cual le transmite un cierto orden de valores, hábitos y capacidades en diversos oficios, en normas sociales comunes que le posibilitan una convivencia armónica, y que no se adquieren por herencia genérica sino por «herencia social». Son estos valores, esas tradiciones y esos hábitos comunes los que le dan a una sociedad el carácter de cultura.
Es a través de la educación como la persona incorpora las formas de vida de una cultura determinada, por medio del aprendizaje de pautas sociales, símbolos, expectativas, sentimientos, etc. Es decir que la educación transmite los valores propios de la cultura en la que está inserta, lo que no siempre implica la clara conciencia de cuáles deben ser esos valores.
El contenido de las normas que se pretenden comunicar derivan de los valores inherentes a una cultura determinada; pero si el esfuerzo educativo está centrado en el estudio de los métodos y técnicas de transmisión y no en lo que le da sentido, que son los fines, entonces surgen los problemas que actualmente demandan una urgente tarea de reconstrucción.
Los problemas de educación y cultura que Brameld sugiere encarar son:
1 El problema del orden humano.
2 El problema del proceso humano.
3 El problema de los fines humanos.
Para Brameld el orden se vuelve problemático por la insatisfacción del hombre frente a una forma determinada de orden, y es precisamente esa insatisfacción la que genera cambios en la organización social.
Brameld sostiene que el orden cultural se presenta problemático básicamente por cuatro razones:
Dado que la cultura es emergente de los órdenes físico, biológico y racial, comparte algo con cada uno de ellos, al mismo tiempo que no puede ser reducida a ninguno de ellos. Cabe preguntarse, en consecuencia, cuáles son las diferencias y similitudes que existen entre el orden cultural y los otros órdenes de la naturaleza, para ver si es válido concluir que tiene una existencia real independiente.
La cultura es el orden humano más amplio. Puede ser objeto de análisis, entonces, siguiendo la ya mencionada definición de Tylor, qué relaciones se establecen entre las distintas partes de esa «totalidad compleja».
El orden de la cultura es dinámico. Nunca estático. Basados en ese dinamismo de la cultura, debe indagarse hasta qué punto los hombres pueden deducir el futuro de las culturas y en qué medida pueden conducirlas hacia el logro de fines deseables, como el de la libertad.
Si el problema del orden se centra precisamente en el fin de la libertad, cabe también analizar si es posible conciliar orden y libertad.
Con el fin de comprender las relaciones que se dan en la cultura, Brameld analiza el orden cultural bajo dos tipos de pautas, las espaciales, que permiten observar e interpretar cualquier cultura en un plano horizontal, y las temporales, que permiten interpretar cualquier cultura como un orden dinámico que evoluciona y que puede ser observado en un corte transversal. La perspectiva espacial de la cultura sugiere las relaciones simultáneas de las partes de una cultura, que incluye a su vez el carácter horizontal y el vertical.
A través del carácter horizontal se pueden comprender las relaciones que se producen en el orden humano desde las relaciones concéntricas más estrechas hasta las más amplias, desde el rasgo cultural, el complejo cultural, el esquema cultural, hasta la más amplia, que es la configuración cultural entendida como «modo de vida». Esta última es la integración de la infinidad de factores materiales y no materiales que le confieren un carácter único y que permiten diferenciar una cultura de otra. Tendría su equivalente con lo que antiguamente se denominaba «el ethos del pueblo».
Las culturas consisten en series de estratos que pueden analizarse en su íntima estructura. Son numerosas las combinaciones por medio de las cuales las culturas sistematizan sus relaciones humanas. Parentesco, posición, clase, casta y configuración cultural son en casi todas las culturas las jerarquías típicas que predominan.
Este carácter espacial de la cultura es fundamental, dice Brameld, para apoyar el concepto de educación integrada, para combatir el tradicional encasillamiento de cursos y contenidos separados. Una manera de lograr un esquema de educación integrada es adaptar a ellas las pautas espaciales de orden y plasmarlas en una sola esfera de problemas de relaciones humanas. Esto permitiría que el alumno vea el arte, la ciencia, la religión y la política como partes de una totalidad orgánica.
Pero además las pautas adoptadas deben atravesar las fronteras culturales para lograr la amplitud de perspectiva y de experiencia que se necesitan en una época intercultural e internacional. El orden cultural en su carácter temporal es considerado como una realidad que va evolucionando desde el pasado, a través del presente y con proyección al futuro. Para la mayoría de los antropólogos la cultura es, al mismo tiempo, diacrónica. Sin embargo, no todos están de acuerdo sobre el valor o el papel que desempeña el tiempo o la historia en la conformación de las culturas. Las confrontaciones que realiza Brameld al respecto entre las concepciones de Malinowski, Bidney, Boas y Margaret Mead son bastantes ilustrativas al respecto, como lo son también las diferencias entre el evolucionismo de Darwin y Spencer y el de Tylor y Morgan.
Estas distinciones entre pautas temporales y espaciales le parecen a Brameld bastantes ambiguas y fuentes de innumerables confusiones, prefiriendo la interpretación operatoria como más emancipada y fecunda, aunque, aclara, necesita una mayor especificación.