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Corrientes pedagógicas contemporáneas. Juan Carlos Pablo BallesterosЧитать онлайн книгу.

Corrientes pedagógicas contemporáneas - Juan Carlos Pablo Ballesteros


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lo son: «Una experiencia es antieducativa cuando tiene por efecto detener o perturbar el desarrollo de ulteriores experiencias», escribe Dewey en Experiencia y educación.38 Por eso define a la educación en términos de experiencia; la educación, escribe en Democracia y educación, es «…aquella reconstrucción o reorganización de la experiencia que da sentido a la experiencia y que aumenta la capacidad para dirigir el curso de la experiencia subsiguiente».39 Reitera esta concepción en Mi credo pedagógico, donde escribe que la educación ha de ser concebida como una reconstrucción continua de la experiencia, y el proceso y el objetivo de la educación son una y la misma cosa.40 Se afirma así la primacía del valor utilitario, con prescindencia de toda norma o cualificación moral. Con esta concepción Dewey se opone tanto a la llamada educación progresiva, que hacía de la actividad libre y del cultivo de la individualidad el centro de sus consideraciones, como a la educación tradicional, que defendía, según la valoración de Dewey en Democracia y educación, una escuela transmisiva que pretendía la conformidad con conocimientos y normas que han sido elaborados en el pasado. Como una síntesis —en sentido hegeliano— Dewey convierte a la experiencia en el centro de su concepción sobre la educación, pensando al individuo como un ser total e integrado a su medio social y natural. Por eso el tipo de educación que adquiere el ser inmaduro se realiza controlando el ambiente en que actúa. Todo medio ambiente es causal en lo que concierne a su efecto educativo, por lo que puede afirmarse que la escuela tiene tres funciones suficientemente específicas. La primera es ofrecer un ambiente simplificado, seleccionando los rasgos que son más fundamentales y capaces de hacer reaccionar a los jóvenes. Luego establece un orden progresivo, utilizando los factores primeramente adquiridos como medios para obtener una visión de los más complicados. Su segunda función de la escuela como ambiente escolar es eliminar, hasta donde sea posible, los aspectos perjudiciales del medio ambiente existente para que no influyan sobre los hábitos mentales que el niño está adquiriendo. Consecuentemente, la tercera función del ambiente escolar es contrarrestar diversos elementos del ambiente social y tratar que cada individuo tenga la oportunidad de librarse de las limitaciones del medio social en que ha nacido y pueda así ponerse en contacto vivo con un ambiente más amplio. Entiende Dewey que el deseo de todo padre norteamericano ha sido que sus hijos tengan más facilidades en la vida que ellos. Ese deseo es inherente a ese sistema social con su fe en las posibilidades del hombre común. Es precisamente en la educación, considera Dewey, donde debemos esforzarnos en poner en práctica lo que el historiador James Truslow Adams llamó el «gran sueño americano» (the American Dream): la visión de una vida más larga y más plena del hombre ordinario, de iguales oportunidades para todos para hacer de sí mismos todo lo que son capaces de llegar a ser.41

      Todo lo anterior indica la connotación marcadamente social que tiene la educación para Dewey. No se trata ya de preparar para un futuro ignoto sino de vivir el presente de una manera cada vez más socializada. Por eso considera que la escuela debe transformarse en una comunidad en miniatura, donde el alumno «aprende haciendo» y no recibe la ciencia hecha sino que la va gestando a través de su propio esfuerzo, creando los modos de vida propios de la sociedad democrática. La democracia es entendida por Dewey como un ideal ético más que como una forma de gobierno, en el que se destaca el grado en que los intereses de un grupo son compartidos por todos sus miembros, y la plenitud y la libertad con la cual un grupo actúa en relación con los otros grupos. En su concepción la formación del espíritu democrático se debe al trabajo, que engendra costumbres sociales de colaboración. Esto, sin embargo, no implica que esta acción obedezca a un fin predeterminado y externo a la acción misma. El fin nunca se halla fuera del proceso y debe ser una consecuencia de las condiciones existentes. Su validez está determinada solamente por su eficacia, que debe ser necesariamente moralmente aceptable, por lo menos para el consenso social.

      La escuela, escribe en Mi credo pedagógico, es primariamente una institución social. Siendo la educación un proceso social, la escuela es simplemente la forma de vida en comunidad en la cual se han concentrado todos los medios más eficaces para llevar al niño a participar en los recursos heredados y a utilizar sus propias capacidades para fines sociales. La educación es un proceso de vida y no una preparación para la vida ulterior. La escuela ha de representar la vida presente, que tiene que ser tan real para el niño como la que vive en su casa o en su medio social cotidiano. Para Dewey el hogar es la forma de vida social en la que el niño se ha creado y donde ha recibido su educación social. La función de la escuela es profundizar y ampliar su sentido de los valores recibidos en el hogar. Por eso la escuela tiene una función subsidiaria, que viene a ser como una extensión de la formación familiar.

      La educación debe estimular la capacidad del niño por las exigencias sociales en las que se encuentra, estimulándolo a actuar como miembro de una unidad social más amplia que el hogar. Pero no por esto el niño pierde su individualidad, ya que su crecimiento individual y el interés por el orden social deben estar en armonía. La democracia no se puede desarrollar sin una educación que la haga posible, y la escuela es un agente esencial en este proceso.


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