Democracia envenenada. Bernhard MohrЧитать онлайн книгу.
país postsoviético que no presentaba crecimiento económico desde la caída de la Unión Soviética. Los ánimos se caldearon rápidamente. Del 18 al 21 de febrero fallecieron cientos de manifestantes en las calles de Kiev. Muchos recibieron disparos de las fuerzas públicas enviadas por la presidencia. Cuando parte de las fuerzas de seguridad y los militares se unieron a los manifestantes, Yanukóvich se asiló en Rusia. El parlamento de la Rada Suprema eligió a Aleksandr Turchínov como presidente interino y anunció nuevas elecciones.
El 27 de febrero las fuerzas especiales rusas ocuparon la península de Crimea, al sur de Ucrania, con la excusa de que las autoridades locales les habían pedido ayuda. Desde que la Unión Soviética se derrumbó, Rusia mantuvo su presencia militar en la península a través de la base naval de Sebastopol, la sede principal de la flota rusa en el mar Negro.
El 16 de marzo se organizó un referendo carente de observadores internacionales, en el que el 96% de la población de Crimea, de acuerdo con los resultados oficiales, votó por el «Sí» a favor de la unión con Rusia. Dos días más tarde se aprobó en la cámara alta de la Asamblea Federal rusa que Crimea y Sebastopol serían parte de Rusia; al mismo tiempo, la mayoría de miembros de las Naciones Unidas votó por una resolución con la que se rechazaba el referendo y apoyó la integridad territorial de Ucrania.
En abril, la situación se agravó en la cuenca del Donbás. Se suscitó un conflicto armado entre separatistas prorrusos y soldados ucranianos. Aunque Rusia rechazó las acusaciones de injerencia, la inteligencia extranjera y los periodistas locales descubrieron que los separatistas recibían apoyo desde el lado ruso de la frontera. Como respuesta a la agresión rusa, la Unión Europea adoptó sanciones económicas, las cuales fueron respaldadas por Noruega. Varios miembros de la elite política y económica de Rusia, muchos de ellos amigos cercanos y colaboradores de Putin, fueron declarados personas no gratas en la Unión Europea y en los Estados Unidos.
Al mismo tiempo en que yo leía los informes sobre los sufrimientos de la población civil en el Donbás, el tema empezó a viralizarse en Facebook. En mi feed aparecían interpretaciones, explicaciones y opiniones que se diferenciaban por completo de lo que se mostraba en los medios noruegos e internacionales. «Crimea siempre ha sido rusa», leí en varios sitios. «Estados Unidos planeó la guerra entre Rusia y Ucrania hace quince años», rezaba el titular de un artículo. Este había sido compartido por Larisa, que había sido directora administrativa de Moj rajon en San Petersburgo. Oleg —director de ventas, a quien le gustaba A-ha6 y Duran Duran, y que sabía mucho de música— compartió contenido desacreditando a la posición liberal rusa y a la prensa independiente, porque apoyaba el papel de Rusia en Ucrania. «Las bombas en Lugansk son un intento de los Estados Unidos y de Occidente por aniquilar al pueblo eslavo», escribió Alina, una rusa del sur, a quien recordaba como una de las que más le interesaba pasar vacaciones en el Mediterráneo.
¿Qué era lo que estaba sucediendo? Fue impactante descubrir cómo estas personas que hace diez años vivían admirando las manifestaciones contra el poder, ahora competían alabando las maniobras de Putin en Ucrania, las cuales implicaban claras violaciones de los derechos humanos. ¿Qué había pasado con la filosofía de vida de aquellos que hacía diez años estaban felices de trabajar en una empresa occidental basada en valores democráticos y liberales? Hace diez años estábamos de acuerdo con estos valores. La gente que en su tiempo había entregado el alma para que los lectores de Moj rajon conocieran la verdad, ahora repetía mentiras construidas por la maquinaria de propaganda rusa.
Decidí organizar una visita a la Feria Internacional del Libro de Moscú y una cena con Olga para hacerle unas cuantas preguntas. No obstante, cuando nos encontramos, sentí que las palabras de la mujer sentada frente a mí parecían un eco de los contenidos que nuestros excolegas habían compartido en Facebook. Durante la última media hora, ella y Serguéi expusieron cosas que consideré como carentes de argumentos y veracidad, similares a las transmitidas en el Primer Canal, una cadena de televisión estatal a la que nos oponíamos y criticábamos diez años atrás cuando éramos compañeros de trabajo.
Hice un intento para que Olga y Serguéi razonaran. Les hablé de las leyes que Vladimir Putin había promulgado desde que llegó nuevamente al poder en el año 2012, leyes que de plano restringían la libertad de expresión, de reunión y el derecho a la protesta. ¿Acaso no les preocupaba el rumbo de los acontecimientos políticos? ¿Eran incapaces de ver que Putin encaminaba a Rusia hacia una dirección que en muchos aspectos se asemejaba a la Unión Soviética?
«El manejo del Kremlin puede no ser el ideal, pero es mejor que haya un régimen político fuerte a que haya en su lugar un movimiento revolucionario que acabe con todo. Porque entonces regresaríamos a los años noventa», dijo Olga.
¡Los años noventa!, ¡la década de los noventa!, ¡los noventa! ¿Por qué ellos, de repente, se habían quedado en los años noventa? Los años noventa también eran los años noventa en 2006, cuando Olga trabajó por una Rusia más abierta y liberal. Los recuerdos del periodo crítico de Yeltsin quizá fueron más temibles entonces que ahora. ¿Y por qué Olga y Serguéi estaban totalmente convencidos de que los años noventa volverían a aparecer automáticamente si Putin soltaba un poco la presión y les abría el paso a otros partidos y medios de comunicación liberales? Para que pensaran así, seguramente había una suerte de influencia o mecanismos políticos que les hizo cambiar la manera como los rusos de clase media percibían su país y el mundo.
«Deberías darte una vuelta y hablar con varios de nuestros viejos colegas. Yo estoy completamente segura de que son muchos los que opinan lo mismo que Serguéi y yo. Ustedes en Occidente nunca han entendido lo que es lo importante para nosotros».
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1 Organización noruega que vela por la protección medioambiental. En Rusia se dedica a vigilar el uso de la tecnología nuclear (N. del T.).
2 Konstantín Stanislavski fue un director de teatro ruso que proponía al actor trabajar sobre sus propias emociones.
3 Sede del parlamento ruso en la época socialista y destruida por orden de Yeltsin el 4 de octubre de 1993.
4 La Fundación Tinius controla el 26% de las acciones del grupo de medios Schibsted y, por ende, es su mayor accionista.
5 vg es un periódico de Noruega (N. del T.).
6 Grupo noruego famoso en el mundo en los años ochenta.
La red en Nevá
(Putin)
Mi hombre se metió en algo,
resultó en una pelea, resultó en algo feo
y me puse tan triste que lo eché de la cama.
Ahora quiero tener uno como Putin.
Poyushchie vmeste (Las que cantamos juntas),
banda de pop (2002-2004)
decidí hacerle caso a olga y contactar a algunos de mis viejos colegas para escuchar lo que pensaban. ¿Qué pensaban con respecto a la situación y los cambios políticos del país en los últimos diez años? ¿Que los motivó a compartir en Facebook sus opiniones contra Occidente? ¿Estaban siendo presionados o realmente sus actitudes habían cambiado? También me interesaba la opinión de los viejos directores de Moj rajon, que si bien seguían siendo firmes contra Putin en las redes sociales y que evidenciaban los problemas más álgidos de Rusia, sus críticas no eran tan frecuentes, además de que tocaban temas distintos a la situación política.
Independientemente de todo, primero tenía que conocer mejor al hombre que estaba dirigiendo a Rusia desde el último cambio de milenio, ese que mantenía a su favor altos porcentajes de popularidad en comparación con otros jefes de estado