La Casa De La Esclusa. Andrea Calo'Читать онлайн книгу.
en cuya utilidad los hombres están unánimemente de acuerdo. […] Todo el mundo sabe que la vida no es vida sin amistad, si al menos en parte quieres vivir como un hombre libre. La amistad, de hecho, se mete, no sé cómo, en la vida de todos y no permite que ninguna existencia pase sin ella. Por el contrario, si un hombre tiene un temperamento tan rudo y salvaje que rehúye todo contacto humano y lo odia, no puede evitar buscar a alguien sobre quien vomitar el veneno de su amargura. Entonces es cierto lo que dijo, si no me equivoco, Arquitas de Tarento: «Si alguien subiera al cielo y contemplara la naturaleza del universo y la belleza de las estrellas, la maravilla de tal visión no le daría la alegría más intensa, como debería, sino casi un disgusto, porque no tendría a nadie a quien comunicárselo». Así, a la naturaleza no le gusta nada el aislamiento y siempre trata de apoyarse, por así decirlo, en un soporte, que es tanto más dulce cuanto más querido es un amigo. […] En realidad, las relaciones de amistad son variadas y complejas y hay muchos motivos de sospecha y fricción; saber cómo evitarlos, mitigarlos, soportarlos es un signo de sabiduría. Un motivo de resentimiento en particular no debe ser exacerbado, para mantener las ventajas y la lealtad en la amistad: hay que advertir y reprochar a los amigos y, con espíritu amistoso, hay que aceptar de ellos los mismos reproches si están inspirados por el afecto. Si, por lo tanto, es un signo de verdadera amistad amonestar y ser amonestado —y amonestar sinceramente, pero sin dureza, y aceptar las reprimendas con paciencia, pero sin rencor— entonces debemos admitir que la plaga más grave de la amistad es la adulación, el halago y el servilismo. Ponle todos los nombres que quieras: siempre será un vicio que condenar, un vicio de quien es falso y mentiroso, de quien siempre está dispuesto a decir cualquier cosa para complacer, pero nunca la verdad.
La amistad es ante todo comunicación entre dos personas que comparten pasiones, situaciones comunes, que para bien o para mal, se soportan durante el largo viaje de la vida. Utilizo la expresión «soportarse» porque siempre hay diferencias entre las personas que pueden hacer reflexionar y crecer al mismo tiempo, pero también provocar un distanciamiento, a veces incluso definitivo, en los casos más graves en los que la confianza se desvanece, provocando malentendidos entre ellas. Por desgracia, uno sólo se da cuenta de la importancia de los amigos cuando nos ignoran, cuando uno percibe su alejamiento de nuestras vidas. En otras palabras, nos quema la falta de amistad cuando nos damos cuenta de que la hemos perdido para siempre. Las disculpas sirven de poco. Pueden recrear el diálogo, tal vez permiten que las relaciones físicas se reconecten, pero no devuelven la confianza perdida. Como las heridas causadas por la hoja de un puñal, aunque se curen con el tiempo, permanecen visibles de por vida. La amistad es un bien preciado que debe ser cultivado día a día, está en constante evolución, tanto que gracias a ella no nos damos cuenta del paso del tiempo. Plauto decía: «Donde hay amigos, hay riqueza», y para ser tal, la amistad debe ser vivida, construida y no contemplada como un monumento o una maravilla natural genérica. No puedes ser espectador de una amistad, tienes que ponerte la ropa de actor y honrar tu papel en el escenario hasta que se cierre el telón. Hay que hacerlo en primera persona, involucrándonos, quizás a veces cometiendo errores o arriesgándonos a ser traicionados. Uno puede estar extasiado ante la visión de una aurora boreal, pero no es indiferente a la imagen de dos cachorros de perro y gato acurrucados el uno al otro mientras juega sin ser conscientes de su diversidad y de su futuro «adverso/adversario». A veces buscamos a la gente porque sabemos que con ellos el día parece ser más sereno, cada evento más feliz. No nos demos cuenta de que podían ser amigos potenciales. Así, de repente, sin motivo ni razón, se convierten en tales, tanto para nosotros como para ellos. De acuerdo con las leyes de la Economía, «dar» sólo es bueno si es correspondido por «recibir». En la verdadera amistad desinteresada hay un continuo dar, y la forma en que se hace vale más que lo que se da.
Y luego viene el amor, en todas sus formas. Amistad y amor, ¿una unión indisoluble? ¿Y ese afecto que de alguna manera los une? Son sensaciones fundamentales en nuestra vida cotidiana, portadoras de emociones únicas e inolvidables, razones válidas para afrontar las miles dificultades que cada día se ponen en nuestro camino. A lo largo de nuestra existencia vivimos estas situaciones varias veces, nos encontramos tan a menudo con estas emociones que también debemos saber manejar, comprender, a veces aceptar y aceptarnos a nosotros mismos, a pesar de todo y de todos. A veces, estos sentimientos se confunden y se hace difícil distinguirlos para aclarar cómo nos sentimos. En otras ocasiones, esta tarea es inútil y ni siquiera nos damos cuenta: el hambre de claridad sólo alimenta aún más nuestro estado de confusión interior. Cuando amamos a un amigo, sin distinción de sexo, cuando nos importa y es parte integrante de nuestra propia existencia, se hace casi superfluo distinguir ambas cosas. El amor es como el culmen de la amistad. En lo más profundo de nosotros, el amigo que sufre o se alegra, que vive los momentos buenos o malos de su vida, nos involucra totalmente. Compartimos las mismas experiencias y emociones con él. Del mismo modo, el amigo siente las nuestras. Se llega a vivir en simbiosis, cuidando a nuestro amigo tanto como nos preocupamos por nosotros mismos. Debido a que, lo queramos o no, nos amamos, es justo afirma que también lo amamos de la misma manera. Entonces, ¿realmente vale la pena distinguir entre la amistad y el amor? Por supuesto, cuando en la relación entran el sexo, la familia y la convivencia. El hecho es que, en ciertas situaciones, es simplemente innecesario hacerse la pregunta.
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