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El Secreto Oculto De Los Sumerios - Juan Moisés De La Serna


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Serna

      El Secreto Oculto de Los Sumerios

El Secreto Oculto de los Sumerios Juan Moisés de la SernaEditorial Tektime2019

      “El Secreto Oculto de los Sumerios”

      Escrito por Juan Moisés de la Serna

      1ª edición: febrero 2019

      © Juan Moisés de la Serna, 2019

      © Ediciones Tektime, 2019

      Todos los derechos reservados

      Distribuido por Tektime

      https://www.traduzionelibri.it

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      PRÓLOGO

      Una exposición de las antiguas civilizaciones de la humanidad dará inicio a una de las más intrigantes y trepidantes aventuras por las calles de New York, en donde las persecuciones se sucederán con los más misteriosos encuentros con personajes misteriosos.

      Una búsqueda incesante de lo que puede suponer el mayor hallazgo de la civilización occidental, descubrir de dónde procede el conocimiento que le hizo dar el salto cualitativo que convirtió a un pueblo pesquero en el que se consideró cuna de la cultura y el desarrollo del mundo conocido hasta escasos siglos.

      Una intriga que te mantendrá en suspense hasta el final, en donde las más avanzadas técnicas de espionaje se verán enfrentadas a los más secretos conocimientos antiguos, todo ello ambientado en la actual New York, ciudad siempre cosmopolita, que encierra entre sus barriadas y calles, una gran diversidad cultural.

      Dedicado a mis padres

      CAPÍTULO 1. LA BIBLIOTECA

      Estaba nervioso por lo que iba a ser mi estreno en sociedad, mi puesta de largo. Invertí tantos años de estudios realizado en distintos países a lo largo del mundo. Había dedicado cuantiosas horas de trabajo en solitario en las bibliotecas para poder culminar mi carrera en este momento.

      A decir verdad, tuve mucha suerte de poder contar con tanta colaboración, otros a pesar de sus posibilidades quedaron retrasados por ese pequeño pero imprescindible detalla de la financiación. Gracias a que mi antiguo director de tesis conocía a las personas adecuadas y que estos estuvieron interesados en mi proyecto he podido realizar mi sueño.

      Aparte del coste económico, esto ha supuesto una gran inversión de recursos humanos, pero sobre todo de colaboración con otras instituciones, museos y universidades además de con coleccionistas privados que generosamente habían cedido sus obras para ser apreciadas por otros.

      Creo que ha sido la primera vez en la historia y por supuesto en mi vida que se consigue reunir tantos restos arqueológicos de esta civilización bajo el mismo techo, aunque han existido otros precedentes, el número de piezas exhibidas era muy inferior al que había logrado acaparar para este evento.

      Igualmente me considero privilegiado al tener la oportunidad de utilizar para este evento un lugar tan privilegiado como el New York Public Library (la Biblioteca de Nueva York).

      Un edificio rodeado de rascacielos de mármol blanco y estilo neoclásico, conocido como la Library Lion (la Biblioteca León) debido a dos leones de mármol rosado que custodian la entrada llamados Patience (Paciencia) y Fortitude (Fortaleza); con dos fuentes a ambos lados de la escalinata que simbolizan La Verdad y La Belleza. Una suntuosa construcción ubicada en la famosa Fifth Avenue (la Quinta Avenida), siendo considerada como una de las bibliotecas más importantes del mundo y de las más grandes de Estados Unidos.

      Una escalinata que conduce a un pórtico de triple arcada que da acceso al edificio, iniciando el recorrido por el Astor Hall con su espectacular bóveda de mármol blanco y de ahí a la sala donde se realiza la exposición, la Gottesman Hall.

      Menos mal que en este momento estaba de remodelación pues de otra forma no podría haberlo realizado, debido al ajetreo diario de estudiantes y curiosos que consultan sus bases bibliográficas con uno de los archivos digitales más desarrollados del mundo.

      Me había tenido que desplazar a distintos países, todavía recuerdo mis discusiones en Jordania por trasladar aquellas pequeñas pero valiosas joyas, ese ha sido un problema recurrente que al que no me había enfrentado hasta ese momento.

      Como comisario de la exposición, sabía todo lo que hacía falta sobre la organización de espacios, la selección de piezas, la clasificación de temáticas, las asignaciones de tiempo, pero de seguridad no conocía nada.

      Ha tenido que ser el propio ayuntamiento el que se ha ofrecido para asesorarme, o mejor dicho decidir en cada caso qué hacer, pues la exposición se realizaba en un edificio público en la ciudad.

      Nunca he visto tantas cámaras, sensores ni detectores de movimiento, humos o calor en un solo sitio. Había escuchado de la seguridad invisible, aquella que se encarga de la vigilancia y detección de problemas sin que el ciudadano de a pie se dé cuenta, pero cientos de cámaras instaladas en aquel recinto me daban una idea de a lo que puede llegar la seguridad.

      Necesitaron habilitar una de las salas que ya tenía proyectado como parte de la exposición, únicamente como sala de seguridad para el control de todas las cámaras, así como la coordinación del personal de seguridad.

      Para mí era exagerado tener tanta vigilancia, únicamente con haber asignado a una persona en la puerta encargada de fijarse de que nadie se llevase ninguna pieza era suficiente, pero desde la alcaldía advirtieron que o se cumplían sus condiciones de seguridad o no se realizaba la exposición.

      Al final había tenido que ceder, aunque no de buena gana, los que trabajábamos ahí en la organización, los transportistas y los de seguridad e incluso del personal de limpieza éramos escrupulosamente examinados en una antesala para evitar que entrase cualquier tipo de sustancia sospechosa, gracias a esa nariz electrónica.

      Se acabaron los arcos de seguridad, ahora era todo a base de control de aires, como lo llamaba yo; todavía no entendía muy bien cómo funcionaba, a pesar de que me lo explicaron en varias ocasiones.

      Se trataba de un proceso en cuatro bloques, el primero y más complejo para mí, el de transducción, conformado por sensores químicos o de gas; el de adquisición de señal y conversión a formato digital; el de procesado y el cuarto y último de presentación de resultados.

      Por mi parte lo único que veía es que tenía que situarme delante de un fondo de color verde, esperar unos segundos a que me echase un chorro de aire y listo; se supone que aquel es especial y que expande las moléculas de olor de mi cuerpo y si se detecta alguna sustancia potencialmente peligrosa suenan las alarmas.

      Así sucedió más de una vez con los montadores de vitrinas, que alguno que otro, trabajaba por las tardes en la construcción y cuando quería al día siguiente entrar sonaban todas las alarmas, por haber estado cerca de donde se soldaba con productos como acetileno, propano o butano.

      Todo un espectáculo sonoro y visual de alarmas que boqueaban a la persona y la asilaban hasta que comprobasen todas sus pertenencias y su identificación ocular y dactilar.

      Un derroche de ingenio y concienzudo trabajo para algo tan inocente como una exposición de “cacharos antiguos” como les definió el jefe de policía de la ciudad cuando vio el catálogo de piezas a presentar en la exposición.

      Personalmente estaba muy orgulloso de presentar mi primera exposición como comisario, a pesar de haber tenido algunas propuestas previas en varios museos de pueblos alejados, preferí


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