Coma. Federico BettiЧитать онлайн книгу.
estás aquí porque te has visto envuelto en un accidente en la carretera de circunvalación de Bologna, a la altura de la salida 7. ¿No te acuerdas?
Luigi lo miró con la expresión típica de aquel que acaba de caer de la parra.
–No, no recuerdo nada de este accidente. ¿Cuándo ha sucedido?
–Hace dos semanas, –explicó Mario.
–Hace dos semanas... no, no recuerdo absolutamente nada.
El hermano lo miró ligeramente preocupado.
– ¿Seguro? ¿Ni siquiera vagamente?, –preguntó.
–Mmmm... No, lo siento, –respondió Luigi.
–Comprendo. Intentaré hablar con los médicos que te están vigilando... ahora debes descansar, ya has caminado mucho, volvamos a tu habitación: necesitas tumbarte.
–De acuerdo, –asintió Luigi –puede que lea algo.
–No, prefiero leer para ti. Ahora vamos a tu habitación, luego iré a por una revista al quiosco.
Así lo hizo y, a su vuelta, Mario Mazza tenía debajo del brazo un ejemplar de aquellas revistas mensuales de viajes.
-–Sé que esto te gustará –dijo comenzando a hojear las páginas –Veamos qué hay de interesante aquí.
Después de unos minutos de silencio Mario Mazza volvió a hablar mientras el hermano enfermo escuchaba interesado:
– ¡Guau! El Caribe, Europa, Canadá... Lugares maravillosos, realmente... He aquí un hermoso artículo sobre los fiordos noruegos. ¿Qué te parece? ¿Te apetecería ir este verano?
–Sabes que me gusta viajar... iría a cualquier sitio, a condición de que haya algo digno de ver. Antes o después conseguiré ver incluso los fiordos, –respondió Luigi.
–El fiordo es un brazo de mar que penetra en la costa durante muchos kilómetros, –explicó Mario leyendo –los más famosos se encuentran en la Europa del norte, pero hay otros interesantes en otras partes. Existen también cruceros en los fiordos noruegos: una semana o incluso más, para llegar desde Bergen hasta el cabo Norte. Deben ser paisajes hermosísimos.
–También yo lo creo. ¿Han escrito ahí el precio de estos cruceros?
–No, –respondió Mario, –pero hay direcciones web a las que te envían para una mayor información.
–Realmente me podría interesar. Echa una ojeada en cuanto tengas algo de tiempo.
–Claro, lo haré encantado, luego te digo.
–Bien, perfecto.
– ¿Por qué no intentas ahora dormir un poco?
–No tengo sueño.
–Inténtalo, a lo mejor te adormeces, echa un sueñecito y luego estarás mejor. Cuando he llegado un enfermero me ha dicho que tenías un ligero dolor de cabeza. Quizás durmiendo te pasaría.
–De acuerdo, lo intentaré.
Mientras Luigi cerraba los ojos su hermano volvió a poner la revista sobre la mesita de noche. Cuando se dio cuenta de que se había dormido cogió un trozo de papel e escribió en él REPOSA TRANQUILO, REGRESO DENTRO DE UN RATO y salió de la habitación para ir a tomar un café en los distribuidores automáticos de bebidas y charlar un poco con los médicos.
17
Estoy conduciendo, o eso creo. Estoy parado, en la oscuridad, me duele la cabeza.
Estoy convencido de que no estoy en un drive-in. Parece que estoy esperando algo o a alguien. Tengo las manos sobre el volante y a mi lado no hay nadie.
Estoy parado, sí, pero no por culpa de un semáforo en rojo: no hay semáforos delante de mí, no los hay por ninguna parte aquí. Sólo estoy yo, inmóvil en esta posición; ¿quizás estoy esperando?
No lo sé, no entiendo nada. Una cosa es segura, y es el dolor de cabeza que me late entre las sienes.
Veo que se acerca una sombra, desde atrás. Me doy cuenta porque tiene una tonalidad ligeramente más clara que la de la oscuridad que me rodea y por lo tanto consigo distinguirla, pero no la reconozco.
¿Un forastero? ¿O quién?
Debo preguntarle quién es, y quizás le pregunte si tiene un analgésico para darme.
Ha llegado cerca de mí por lo que me armo de valor para decir algo.
¿Nos conocemos? ¿Quién es usted?
La figura etérea permanece inclinada hacia delante, pero no responde.
¿Tiene un analgésico para mi migraña?, pregunto sin obtener respuesta.
Un momento.
Ahora entiendo porque no responde: no tiene boca, no puede hablar.
Muevo la mano izquierda para ver si reacciona de alguna manera, pero lo único que obtengo es su alejamiento, no sé si por culpa mía o por algún otro motivo.
Tengo la clara impresión de que alguien me está gastando una broma pesada, me está tomando el pelo.
¿Por qué?
Es una manera de comportarse que no me gusta nada y sigo sin entender.
No entiendo muchas cosas.
Permanezco aquí, parado, a la espera de un cambio. A la espera de una luz clarificadora.
18
Mario Mazza salió de la habitación dejando a su hermano reposar y, después de un café, fue a hablar con los enfermeros, con la esperanza de que también los médicos estuviesen libres.
Consiguió concertar una cita con el doctor Parri para el día siguiente al mediodía y, cuando llegó el momento, le hizo algunas preguntas al anestesista.
–Para empezar, muchas gracias por haber podido dedicarme un poco de tiempo, -dijo el hombre.
– ¡Por favor!, –dijo el otro.
–Bien, verá, le querría preguntar algunas cosas. He conseguido hablar con mi hermano y estar un poco de tiempo con él; me ha dejado asombrado cuando me ha dicho que no recordaba haber tenido ningún accidente.
El doctor Parri quedó durante un rato sin decir nada, luego respondió:
–Entiendo. Sabe, puede ocurrir, aunque raramente, que un paciente pierda momentáneamente la memoria, quizás relacionada con un determinado hecho, a continuación de un traumatismo craneal como aquel que ha sufrido su hermano. Cuando ocurre, habitualmente la memoria regresa después de un tiempo, gradualmente o de una vez.
–Ok. Por lo tanto, según usted, dentro de unos días todo será como antes.
–Sí, creo que será justo así.
– ¿Habéis pensando en algún tipo de rehabilitación?
–Su hermano deberá hacer algunos ejercicios físicos, gimnasia y, con calma, volver a caminar cada vez más hasta volver a la normalidad, como antes del accidente.
–Bien.
–De todas formas, le explicaremos todo con más detalles los próximos días –dijo el doctor Parri.
–Gracias.
–A su servicio.
Mario Mazza agradeció de nuevo al anestesista la información que le había dado, luego volvió a la habitación de su hermano.
Había estado fuera casi media hora y Luigi estaba todavía durmiendo; decidió no molestarlo y permanecer sentado en silencio a la espera de que se despertase.
19
Cuando Luigi Mazza volvió a abrir los ojos eran