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Pickle Pie. George SaoulidisЧитать онлайн книгу.

Pickle Pie - George Saoulidis


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muestra. Pero entra.

      Canvas se acomodó la enorme ametralladora que colgaba de su hombro y suspiró. “Cuando la gente es tan amable conmigo, sé que no tienen el dinero”.

      “Son momentos difíciles”, dijo Héctor moviendo la cabeza de arriba a abajo. Pero tengo 4K”

      Canvas miró a Ángelo y negó con la cabeza. “Cuatro K es algo que le puedo mostrar a mis superiores, por el día de hoy”.

      “No, no hay necesidad-”

      Ángelo pateó una de las muestras y la destrozó contra el piso. La pequeña perra rubia. Héctor se estremeció pero ignoró el daño. “Y tengo algo que te gustará. Llamémoslo un regalo”

      Canvas levantó una ceja “¿Oh?”

      “Sígueme hasta la parte de atrás, está en mi taller”.

      Héctor se dirigió hacia la parte trasera y el titán lo siguió.

      “Esto es una pieza de arte, absolutamente única en el mundo, nadie más tiene una”.

      Canvas arrugó el ceño. “Esto es raro ¿Qué es, la mitad de una armadura?”

      “Es una armadura sexy, mi sexy amigo. Revísala por favor, me tomé la libertad de ajustarla a tu talla. Pruébatela”.

      Canvas le echó una mirada a Ángelo y el novio levantó el rifle unos grados, cubriendo de manera casual a su jefe. Se desvistió allí mismo dejando caer la armadura que tenía hacia el piso.

      “Hay un cuarto de pruebas justo – Oh, está bien, con ese físico no tienes nada de qué avergonzarte”. Héctor miró hacia otro lado.

      Canvas miró hacia abajo molesto. “¿Cómo me –?”

      Héctor ajustó las correas.

      “Ahora, imagínate caminando por ahí con esto. Con tu pecho y tus abdominales pintados, justo como te gusta. Puedes hacer alarde de ello, ¡puedes ser el Canvas!”

      Canvas se vio en el espejo.

      Ángelo se acercó con una expresión lujuriosa.

      ¡Sí! Héctor contuvo su emoción, pero dio un pequeño punch en el aire.

      “¿Cómo me veo?” Preguntó Canvas.

      “Como un tipo duro y sexy”, silbó Ángelo. “Me encanta. De hecho, quiero hacerlo contigo aquí mismo”.

      “Muy bien, ¿Y detiene las balas?”

      Héctor se puso en modo de ventas. “Meta material de alta calidad, se transforma en algo mejor que el kevlar al ser impactado, impenetrable por las navajas. Exhibe tu cuerpo y lo protege al mismo tiempo. El costo por centímetro es malditamente caro. Sólo las celebridades y los grandes jefes corporativos pueden pagarlo”. Luego se alejó y dijo de manera casual, “Viko lo usa”.

      A la sola mención del nombre de la celebridad, Canvas se animó. “¿Viko? ¿En serio?”

      “No sale de su casa sin él. Hecho a la medida con estas manos que ves aquí”. Héctor movió sus dedos. “Tú sabes que yo no hablo de mis clientes, pero sé que puedo confiar en ti”.

      Canvas se volvió a mirar en el espejo. Se veía muy bien, tuvo que admitir Héctor. Un titán musculoso, inteligente, entrenado, con una armadura completa pero con partes transparentes en sitios estratégicos

      Un tipo duro y sexy, sin lugar a dudas.

      Héctor se sintió orgulloso.

      Ahora, si pudiera vivir para disfrutar el sentimiento de orgullo.

      Canvas se acercó y Héctor se asustó. Lo palmeó en el hombro y mostró sus dientes perfectos. “Me gusta”.

      Héctor tomó su primer aliento profundo en horas.

      CAÍDA CINCO

      Timbo oyó la voz de Dios.

      Con los pies desnudos golpeando el mármol frío giró alrededor de la estación del metro.

      “Fuera”, dijo la voz de Dios.

      Timbo miró hacia arriba, registró cada esquina, el techo era tan alto que al voltear la cabeza demasiado, cayó sentado de culo.

      “Dije, ¡Fuera!” La voz de Dios resonó por todas partes.

      Timbo Salió disparado y corrió unos pocos pasos y luego se escondió tras una esquina. Seguro que Dios no lo podría ver ahora.

      “Todavía puedo verte”, dijo Dios con una voz clara que salía de todas partes. Crujía como un mal radio, como el que su abuela solía escuchar.

      Timbo necesitaba obtener algunas monedas para ese día. En realidad no sabía cuántas tenía pero las tenía en su mano y podía sentir su peso. Era muy poco peso y el phuro le daría una paliza si regresaba así. Timbo descubrió que el mejor sitio para pasársela era cerca de las cabinas de recarga. La gente ponía los pases del metro en la máquina, presionaban algunas cosas y luego deslizaban otra tarjeta o ponían monedas. Los que iban contando las monedas mientras se acercaban a la máquina eran a los que Timbo podía estafar. Se les acercaría hurgando en su nariz por mocos, mostrándoles sus piernas asquerosas y mirándolos con sus grandes ojos.

      Al menos eso era lo que la familia decía, que tenía ojos grandes. Timbo no podía ver sus ojos para saber cuán grande eran, pero si todo el mundo lo decía, debía ser verdad y Timbo era muy bueno en eso. Se dirigiría a la gente, le suplicaría y le darían algunas de las monedas que la máquina expedía. Salían por la ranura de un plástico que te dejaba verlas desde el fondo. Timbo había intentado alcanzarlas y tomar algunas monedas pero ninguna cayó. La máquina le aruñó el brazo e hirió a Timbo que dijo “Ay”.

      Por eso era que Dios le estaba gritando, por patear la máquina que soltaba las monedas.

      Timbo miró alrededor, la estación del metro estaba vacía a esa hora. Bien alumbrada, todo funcionaba, pero no había nadie más excepto el pequeño-pobre-Timbo. Se escondió detrás de la esquina con las monedas en su mano. Eran muy pocas y sabía que el phuro estaría enojado.

      Timbo necesitaba llevar algo. Todos sus hermanos, hermanas y primos llevaban algo todas las noches. Si no lo hacían los golpeaban, se quedaban sin comer y dormían afuera. Algunas veces la gente veía las manos y los pies sucios de Timbo y le daban algo de comer comentando sobre ser un pedigüeño y cómo era usado.

      Timbo asentía, sonreía y mantenía la palma de su mano hacia arriba, pero sabía que no lo usaban. La familia era la familia. Simplemente proveías a la familia y a la compañía como un todo. ¿Acaso esos extraños no lo sabían?

      Y cuando eras lo suficientemente viejo como para tener hijos, obtenía parte del botín del trabajo. Timbo tenía un primo que ya tenía dos hijos a los que su esposa llevaba por todo el sur de Atenas. Timbo los veía algunas veces porque él estaba en el metro todo el día recorriéndolo de arriba a abajo y de abajo a arriba. Ellos lo trataban bien y cuando veían que tenía pocas monedas algunas veces le daban un par de ellas para qué se las llevara al phuro.

      Su primo sabía muy bien que algunos días eran muy difíciles.

      “¡Vete al coño, despreciable gitano de mierda!” dijo Dios desde todas partes.

      Timbo se asustó y corrió como un demonio.

      Corrió contra el flujo de las escaleras mecánicas jadeando mientras lo empujaban de nuevo hacia abajo. En su apuro, se le olvidó que esta era la forma más difícil. Timbo sólo iba contra el flujo cuando estaba fastidiado y quería divertirse. En su desespero empujó a todos en cuatro patas para llegar más arriba.

      Logró salir. Sus ojos se adaptaron rápidamente a la calle oscura. El metro estaba tan alumbrado y con el reflejo de la luz en el mármol, parecía de día allá abajo. Caminó por algunas cuadras, mirando hacia todos lados para ver si Dios todavía


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