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Lluvia De Sangre. Amy BlankenshipЧитать онлайн книгу.

Lluvia De Sangre - Amy Blankenship


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y comenzó a caminar de un lado para otro mientras sus pensamientos se aceleraban. Era cierto que tendría que poner a prueba los límites de ella en saber cuánto del mundo que le rodeaba estaba cifrando. Lo último que necesitaban era que ella enloqueciera sólo porque el demonio de a su lado estaba de mal humor. Él había estado practicando en esto mucho más tiempo que ella, y él sería el que le enseñaría cómo lidiar con ello.

      Su ritmo se moderó al darse cuenta de que ella no era la única que necesitaba aprender a manejar las nuevas cosas. Por el amor de Dios, ni siquiera había salido del baño para que ella pudiera ducharse en paz. ¿Tenía tanto miedo de perderla de vista? De nuevo, la respuesta a esa pregunta era obvia.

      Ren volvió lentamente su mirada hacia el vidrio ligeramente esmerilado que los separaba. Su vista era demasiado buena para seguir mirando.

      Con un suspiro frustrado, se giró sobre sus talones y salió del baño a grandes pasos. Necesitaba alejarse de la visión de su desnudez para poder pensar con claridad. Se detuvo en medio de su dormitorio cuando vio a Storm, que se apoyaba sin reparo en el poste de la cama con un par de bolsas de las compras a sus pies.

      –Voy a contarte esto rápidamente porque en unos minutos, ella saldrá de allí con el culo al aire echándote la culpa. Storm sonrió, sabiendo que su amigo estaba pasando por un momento difícil. Parecía que ninguno de los dos estaba teniendo un buen día, pero el de Ren estaba a punto ser mucho más corto.

      –Pues entonces date prisa, antes de que yo mismo teletransporte tu lento trasero fuera de aquí —dijo Ren, devolviendo la sonrisa, que rápidamente se desvaneció cuando se dio cuenta que Storm sabía que Lacey saldría desnuda. Ladeó la cabeza al ver la sangre que se acumulaba en la oreja de Storm cuando el Caminante del Tiempo giró su cabeza.

      –Ella va a necesitar esto —dijo Storm, señalando las bolsas antes de desaparecer.

      El saber que Storm evitaba la reprimenda que estaba a punto de darle no ayudó en nada al mal humor de Ren. ¿Qué demonios estaba haciendo Storm para que le sangrara la oreja? Se acercó para mirar las bolsas y comprobó que había ropa. Al ver la ropa se acordó de que ella en ese momento no llevaba nada bajo el agua.

      Miró lentamente a la puerta que los separaba preguntándose si no debería dejar la ropa justo donde estaba.

      El pulso de Lacey seguía acelerado mientras se enjabonaba y frotaba su piel febril con movimientos rápidos y casi dolorosos. Estaba muy enfadada y curiosamente, todavía muy excitada, lo que aún la enfadaba más. Maldición, el dolor al restregarse demasiado fuerte le hacía sentir incluso bien.

      Todo esto era culpa de Ren. Estaba segura de que había sido la necesidad sexual de él la que la había llenado en la oficina justo hace un momento. El deseo había sido tan fuerte que ella casi podía saborearlo. Tampoco había duda de que él se había excitado cuando la encerró contra el escritorio, el enorme bulto de sus pantalones no se podía negar.

      ¿Cómo se atrevía a sermonearle que tuviera que controlarse cuando ella acaba de ver como perdía el control en La Cerveza de la Bruja? Cerró los ojos y se mordió el labio inferior tratando de suprimir un gemido cuando ese recuerdo le trajo una ardiente ráfaga blanca que la golpeó directamente en su abdomen.

      Maldito sea. Hubiera deseado que funcionara en ambos sentidos para poder devolverle la frustración sexual que ella estaba experimentando. La esponja enjabonada se detuvo justo debajo de sus pechos, mientras ella se calmaba. Tal vez sí era una vía de doble sentido. Él sacaba las emociones de otros, así que, podría sentir la excitación que tenía en este momento, especialmente si ella la aumentaba adrede. Ninguna mujer de carne y hueso en su sano juicio dejaría pasar la oportunidad de la masturbación si no tenía otras opciones.

      Bajó sus hombros mientras se preguntaba por qué intentaba pelear con el hombre que le había salvado la vida hace un par de horas. De acuerdo, era mandón y podía ser un verdadero idiota, pero eso no lo era todo sobre él y ella lo sabía. Lentamente extendió la mano y abrió el agua fría, levantando la cara para recibir en el rostro el agua fría.

      Ren abrió los ojos cuando sintió que a ella le bajaba el calentón, y se quedó mirando la mano que agarraba el pomo de la puerta dispuesto a entrar. Sabía muy bien que perdería esa pequeña batalla de deseos con ella si salía desnuda como Storm había dicho. Se dio la vuelta y miró las bolsas de ropa que Storm había traído para ella.

      Lacey cerró el agua temblando de frío y miró el vestido mojado que Storm le había dado. De ninguna manera ella se volvería a contonear de nuevo con eso puesto. Ahora mismo solo podían pasar dos cosas si ella salía de ahí en cueros, o se acostaba con alguien o le daba ropa muy amplia.

      Ya podía imaginarse su cara y se sonrió, preguntándose por qué ocurría cada vez que decidía ser una buena chica, el destino le daba siempre oportunidades perfectas para ser muy mala.

      Al salir de la ducha, miró con disgusto las bolsas de compras en el largo lavabo de mármol. Sólo le llevó un momento el revisar el contenido y llegar a la conclusión de que era exactamente lo que habría comprado si hubiera ido ella misma de compras.

      Sus labios se separaron cuando se dio cuenta de quién le había impedido realizar el desnudo delante de Ren. Se puso rápidamente la ropa y pensó que si Storm quería que se vistiera, probablemente había una buena razón para ello. Finalmente se vistió y sintiéndose un poco más en control, miró al espejo y vio la puerta que había detrás de ella, y su mente volvió en el acto al hombre que estaba esperando justo al otro lado.

      Realmente debía tener cuidado en seguir actuando así. Además, no era muy divertido ya que él siempre terminaba teniendo razón. La inesperada ducha fría había sido un poco intensa, pero ella no era tonta, había sentido el fuego de su ira en cuanto se había burlado de él. Recordó sus palabras exactas.

      – Ya que tú eres el que me dio el poder de prenderme fuego accidentalmente de esta manera, ¿quieres ser el que me ayude a apagar este fuego, o necesito encontrar a otro que esté dispuesto a ser mi bombero?

      Lo dijo solo en defensa propia, ya que él la rechazó la primera vez que quiso tener sexo con él. Pero honestamente, ella también lo había dicho medio en broma, esperando que él decidiera ser su bombero. Vincent siempre la había seguido la corriente e incluso bromeaba con ella a menudo, pero entendió que había sido porque eran amigos más que verdaderos amantes, debería tenerlo en cuenta.

      Ren le había dado una parte de sí mismo para salvar su vida y ella podía sentir el fuerte vínculo que ahora los unía, más cerca de lo que ella y Vincent habían estado nunca. Ella sólo quería estar con Ren y se daba cuenta de que él también lo quería, la posesividad hacia ella lo había dejado muy claro. Respiró hondo levantándose el pelo para tomar una decisión de si lo quería, y entonces tendría que seducirlo hasta que no pudiera aguantarla más. Se lanzó un beso en el reflejo del espejo, se giró y se fue a la habitación con la cama grande.

      Su teoría de que ella necesitaba estar completamente vestida se demostró cuando salió del baño y vio como el dormitorio de Ren desaparecía a su alrededor.

      Capítulo 4

      Angelica atravesó la puerta de su dormitorio y rápidamente la cerró detrás de ella. Deslizó el pasador de la cerradura y apoyó su frente contra la gruesa madera deseando que estuviera hecha de algo mucho más fuerte, de titanio, por ejemplo.

      Soltando un pesado suspiro, se alejó enfadada de la puerta, mirando la cerradura como si fuera su única esperanza. En cierto modo lo era. Esa pequeña cerradura era lo único que se interponía entre ella y el ansia que tenía de ver a Syn ahora que no estaba aquí observándola, acechándola.

      Levantando la mano, se frotó en círculos la sien derecha tratando de entender el hecho de que acababa de escapar del hombre, o lo que fuera, sólo para ahora echarlo de menos de tal manera que le dolía el pecho.

      –No necesito a nadie —se recordó a sí misma Angelica, pero sus dedos se detuvieron a la mitad. Retiró la mano de su sien sabiendo que sus palabras estaban vacías. Considerando que lo que sentía era un auténtico síndrome de abstinencia, podría etiquetarlo como lo que era, una adicción.

      Lentamente


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