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La Chica Y El Elefante De Hannibal. Charley BrindleyЧитать онлайн книгу.

La Chica Y El Elefante De Hannibal - Charley Brindley


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el cielo mezclados—. Es una estrella de zafiro, del lejano este, de las mismas tierras de donde provienen las especias. Esta es una piedra muy valiosa.

      Yzebel me miró fijamente, obviamente sorprendida por mis palabras. La miré y después a la piedra otra vez.

      —¿Cómo puedes saber eso? —preguntó, estudiando el zafiro.

      Me encogí de hombros y agité la cabeza.

      —No tengo ni idea. Salió solo de mi boca.

      —Una cosa es segura, has visto una piedra como esta antes.

      —Sí, pero ¿dónde?

      —Conoces la piedra por su nombre, de dónde viene, y algo sobre su valor.

      Asentí, pero estaba desconcertada.

      —Ese cabeza de buey de Sakul ni siquiera sabía lo que tenía.

      Yzebel me levantó una ceja.

      —¿No crees?

      —Dudo que sepa distinguir un zafiro de los nudillos de un cerdo. Pensó que nos había dejado una baratija sin valor.

      —Tal vez nos dio su posesión más valiosa.

      Le levanté una ceja a Yzebel, haciéndola reír.

      —Mañana —dijo—, iremos a Bostar y veremos qué piensa él de esto.

      —Sí, podría darnos veinte panes por ese zafiro.

      —¡Ja! Si es un zafiro estrella como dices, podría cambiarnos toda su panadería por él. Hornos, mesas, carros de bueyes, tienda y todo.

      —¿En serio? —Pensé por un momento—. Entonces podríamos hornear nuestro propio pan y cambiar los panes por algodón.

      —¿Algodón? ¿Por qué algodón?

      —Para hacer hilo.

      —No sé nada de hilar. ¿Y tú?

      —Podría aprender.

      —Averigüemos lo que vale esta piedrita antes de ir a hornear pan y hacer hilo —dijo.

      * * * * *

      Esa noche esperé a que Yzebel durmiera profundamente antes de escabullirme.

      Cuando llegué a la tienda de la esclava, el cesto de algodón y la rueca habían desaparecido. No sabía qué pensar, si bueno o malo, pero algo había pasado desde que pasé por allí con el pan antes del atardecer.

      Me tomó un solo instante decidir qué hacer. Con la mano en el costado, corrí por el sendero que subía la ladera de Stonebreak Hill y entré en el bosque. Seguí el camino que Tin Tin Ban Sunia y yo habíamos tomado con la cesta de hilo y llegué a la cabaña solitaria donde vivía el gordo peludo.

      La luz de la luna proyectaba sombras negras a lo largo del camino. Corrí hacia uno de los árboles y me apreté contra el tronco, escondiéndome tras él para ver la cabaña. Los únicos sonidos que se oían eran los ladridos de un perro en algún lugar del campamento principal y mi respiración jadeante. Nada se movía en ningún sitio. Corrí a otro árbol más cercano a la puerta principal y me quedé completamente quieta, escuchando. Nada, ni un sonido del interior.

      Me agazapé al lado de la cabaña y me asomé a una ventana, pero estaba cerrada. Después, me dirigí a la parte de atrás y encontré otra ventana con los postigos abiertos. Me acerqué con cuidado al borde para mirar dentro, pero estaba muy oscuro. Pasé por debajo para mirar desde el otro lado, seguía sin ver nada. Me aplasté contra la pared y escuché. Percibí un sonido débil, como una respiración pesada, pero quizá era solo mi propia respiración entrecortada y el latido de mi corazón.

      Si hubiera sido más valiente, me habría deslizado dentro y tratado de encontrar a Tin Tin Ban Sunia en la oscuridad, pero solo habría logrado que la golpearan de nuevo.

      Corriendo de una sombra de árbol a otra, llegué al sendero y bajé al campamento completamente abatida.

      * * * * *

      En Elephant Row, encontré a Obolus comiendo heno a la luz de la luna.

      —Hola, Obolus.

      Parecía no registrarme, buscaba más heno. El hecho de que estuviera tranquilo teniéndome cerca era buena señal. Y yo sabía lo que le complacería.

      —Vuelvo enseguida.

      Miré a ambos lados del sendero para asegurarme de que no había nadie, y corrí por el camino para coger un enorme melón de rayas verdes. Era tan grande que apenas podía con él.

      Cuando volví a Obolus, levantó la trompa y abrió la boca, pero el melón era demasiado pesado y no lo podía levantar tanto. Pensé en dejarlo caer al suelo para abrirlo de golpe y darle los pedazos, pero entonces se perderían los jugos que tanto le gustaban. Levanté el melón, y esta vez él lo enroscó en la trompa, y juntos se lo metimos en la boca. Inclinó la cabeza hacia atrás, aplastando el melón como un gran huevo. Una vez comido, me rozó con la trompa y casi me derriba.

      —Obolus —dije, riendo—. Mejor no me empujes mucho.

      Agarré su colmillo con ambas manos, tirando tan fuerte como pude. Subió la cabeza, levantándome del suelo. Me reí a gritos, y él me bajó suavemente al suelo.

      —Desearía poder subirme a tu cabeza y montar en tu espalda como hacen los mahouts. —Le di una palmadita en la cara—. ¿Y por qué no estás durmiendo? Es muy tarde, ya lo sabes.

      Cuando alcanzó más heno, fui al otro lado de su almiar y cogí un objeto con forma de ladrillo.

      —¿Qué es esto, Obolus?

      Lo levanté para que pudiera verlo. Era una especie de comprimido que contenía zanahorias, dátiles y aceitunas, junto con otras verduras verdes y amarillas.

      Obolus dejó caer su heno y alcanzó el ladrillo. Se lo puso en la boca, lo mordió y se lo tragó.

      —Bueno, espero que sea lo que se supone que debes comer.

      Fuera lo que fuera ese ladrillo, aparentemente satisfizo su hambre porque se arrodilló sobre sus rodillas delanteras, bajó sus cuartos traseros hasta el suelo y se puso cuidadosamente de lado.

      —Veo que finalmente vas a descansar un poco. —Agarré un montón de heno y lo dejé caer al suelo junto a su pecho, y él acercó la trompa—. ¡No! —Le aparté la trompa—. Es mi cama lo que te estás intentando comer.

      Extendí el heno y me tumbé sobre él, apoyando la cabeza en su trompa enrollada. Dio un gran suspiro, y supe que pronto se dormiría. Me puse de costado y cerré los ojos.

      Más tarde esa noche, me desperté sorprendida, ¡alguien se movió a mi lado!

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