Mi Águila Ottawa. Virginie T.Читать онлайн книгу.
Incluso me sorprendo que no hayas venido antes. Te conozco. Hemos crecido juntos, no lo olvides. Deseas una compañera desde hace tiempo y la unión de Achak con su alma gemela ha reavivado tu deseo de encontrar a tu amor verdadero, ¿no es así?
Efectivamente, me conoce bien. Hicimos muchas tonterías juntos cuando éramos niños. Y todavía de adolescentes. ¿Habéis visto alguna vez a un lince volar? ¿Imposible? No cuando es llevado por el aire por mi animal. Pero basta de nostalgia.
—Así es. Y pienso que mi alma gemela no se encuentra en la isla. Si los dos así me dais permiso, me gustaría irme por un tiempo para intentar encontrarla. Estamos en temporada baja de turismo, mis compañeros se las apañarán muy bien sin mí.
Los dos hermanos se miran y se comunican en silencio, únicamente con la mirada. Lo suelen hacer a menudo. Es desconcertante y frustrante. ¿Cómo te puedes oponer a sus argumentos si no puedes oírlos? Achak retoma entonces la palabra.
—Seguramente tengas razón. Tu alma gemela no se encuentra entre los nuestros, ya la habrías descubierto hace tiempo, teniendo en cuenta todas las personas con las que te cruzas durante el día. Además, el clan de los zorros no ha emprendido represalias desde la muerte de Takhi. Su familia ha aceptado el hecho de que ella actuó mal y la conocían bien para saber que murió porque se negó a someterse. Así que puedes partir a explorar tranquilo. Podemos apañárnoslas bien durante un tiempo sin ti. No eres tan indispensable como te crees.
A pesar de sus palabras, sus ojos chispeantes me demuestran que les importo tanto como ellos me importan a mí. Su manera bromista me ayuda a relajarme. No me había dado cuenta hasta este momento que la idea de este enfrentamiento me había puesto de los niervos. Me habría sentado muy mal su negativa.
—¿A dónde piensas ir?
—El Gran Espíritu permanece callado a pesar de mis plegarias. Únicamente sé que tengo que dirigirme al noroeste, pero resulta vago.
Achak asiente con la cabeza. Sabe algo que yo ignoro, sin lugar a duda. Lógico, se comunica con todos los espíritus sin excepción. Nuestro chamán es muy poderoso y cercano a los espíritus tótem.
—Dirígete hacia el lago de Kipawa, pero ve con mucho cuidado. Encontrarás el objeto de tu búsqueda, pero deberás probar tu valor para obtenerlo.
Ah, es verdad. A los espíritus les gustan los enigmas y los misterios. Nos estimulan, pero no dan jamás todas las respuestas. Nos toca a nosotros escoger el camino que tomamos para lograr nuestro objetivo, pues al fin y al cabo el trayecto es igual de importante que el destino. No pierdo más el tiempo. Tengo su bendición, lo cual es muy importante para mí, y sobre todo, un indicio del lugar donde encontraré el amor de mi vida. Por primera vez toco con la yema de los dedos mi sueño y no pienso dejarlo escapar. Ahora me toca hacer lo que sea para lograrlo y no me echaré atrás ante ningún obstáculo.
—Siento no poder darte más precisiones. Sé que no supone una gran información.
—No te preocupes. No me esperaba tanto, así que gracias. Tu ayuda me es muy útil. Gracias a ti no parto a ciegas. Mi animal debería lograr hacer el resto. Es tan impaciente como yo y hará todo lo que está en su poder para dar con aquella que nos pertenece. Hasta pronto. Vendré para presentaros a mi mujer a mi regreso.
—Hasta pronto Apenimon. Y no dudes en llamarnos si necesitas ayuda. Estamos aquí para ti, aun estando lejos. Trae a tu alma gemela a casa.
Me paso por casa para preparar las cosas mientras sigo pensando en la advertencia del chamán. Tendría que probar mi valor. ¿Qué han querido decir los espíritus? Soy un guerrero, mi fuerza y mi lealtad no son un secreto para nadie. Para ningún ottawa, más bien. Mi alma gemela está sin duda fuera de este mundo, y de hecho, mi nombre no le dirá nada sobre mí, seré un hombre como cualquier otro a sus ojos. Y el valor no depende ciertamente sólo de la fuerza física, se necesita más que eso para impresionar a una mujer. Me pongo en camino lo antes posible, en cuanto tengo lista la bolsa de viaje y está cargada en el coche, con la cabeza repleta de esperanza y de interrogantes. Estoy impaciente por encontrar a la mujer que colmará mi alma y la de mi animal. Estoy más que listo para seducirla y mantenerla a mi lado.
Capítulo 2
Cayla
Partir por una corazonada en medio del Bosque Antiguo del lago Kipawa me había parecido una buena idea en ese momento. Cuando el MFBP, el Ministerio de Fauna, Bosques y Parques, me propuso esta misión, me dije «genial, podré aunar mi pasión con mi necesidad de estar sola». Ahora que me encuentro en medio de esta vegetación preservada desde hace más de 400 años, magnífica y exuberante sí, pero completamente perdida, estoy menos convencida de este arrebato de genialidad. La soledad está bien, pero en absoluto cuando no hay más que árboles hasta perder la vista y cuando la orientación no es para nada mi punto fuerte. Aún estoy convencida que tenía todas las razones del mundo para exiliarme de esta manera, pero eso no me supone ahora ninguna ayuda frente al mapa que no me aclara en qué posición estoy. ¿Cómo diantres se lee esta cosa? No tengo ni idea de dónde me encuentro y mi cabeza rezuma de pensamientos extraños, cortocircuitando mi lado racional y pausado. Mi última relación amorosa se terminó en pérdida y fracaso y no me dejó más herida de lo que dejé ver a mi familia, dejándome llena de amargor. Mis padres pensaron que el cambio de aires me ayudaría a recuperarme y así pues me apoyaron en mi deseo de irme a la otra punta del mundo, sola. De todas maneras, a mi familia nunca les gustó Richard y era indispensable para mi salud mental que cambiara de aires.
Soy originaria de Lorena, donde descubrí mi pasión: los animales. Desde que era pequeña, tanto como logro recordar en mi memoria, me quedaba admirada frente a ellos y obligaba a mis padres a ir al zoo de Amnéville mínimo una vez al mes. Mis padres conocían esos caminos de memoria a fuerza de llevarme constantemente y a pesar de su lasitud, siempre accedieron a mi demanda. Las cebras y los tigres con sus rayas negras irregulares, los leones blancos de espeso pelaje y todos los otros habitantes del parque de animales me cautivaron a primera vista, como a cualquier niño supongo, pero sobre todo me enamoré de los rapaces. Su pajarera es una de las más grandes del mundo y su espectáculo es simplemente alucinante. Los inmensos halcones, las águilas pescadoras y los halcones de Harris, entre otros, vuelan libremente en un ballet excepcional que acaba en apoteosis con un vuelo final de más de sesenta pájaros simultáneamente que te dejan atónito. Para la pequeña niña que yo era en mi primera visita, aquello fue una revelación. Envidiaba su libertad en el cielo y su apariencia tan majestuosa. Tenía la impresión de ser minúscula bajo esos maestros de los cielos. Entonces decidí ser veterinaria y trabajar en ese zoo. Estudié, perseveré y seguí estudiando. Me sumergí en ese universo con todas las fuerzas de mi ser, poniendo frecuentemente entre paréntesis mi vida de estudiante fiestera y despreocupada diciéndome que ya recuperaría el tiempo más tarde. Mientras las locas de mis compañeras de piso se ponían de punta en blanco para reír, flirtear y seamos honestos, acostarse, yo me sumergía en mis libros de anatomía canina y de comportamientos de animales. Conseguí mi objetivo a los veinticinco años y nunca me he arrepentido de mis sacrificios.
Y justo cuatro años después me encuentro lejos de mi casa porque hice una mala elección. Una mala elección desde el inicio de mi vida y me encuentro a miles de quilómetros de mi familia. Si hay algo de lo que me arrepiento es de haberle hecho más caso a mi corazón que a mi cerebro. Tendría que haber seguido como antes y escuchar a mi cabeza que me gritaba que no hiciera eso. Salir con mi jefe fue un grave error. Sin embargo, todo había empezado bien. El director del zoo, Richard Watson, diez años mayor que yo, se fue fijando cada vez más en mí y yo me sentí halagada. Bueno, quién no se habría sentido. Richard es rico, carismático, agradable a la vista y respeto su trabajo y su lucha por salvaguardar las especies. Navegábamos en el mismo barco profesional, lo cual para mí era una ventaja. Creí ingenuamente haber encontrado mi alter ego. Era halagador llamar la atención de una autoridad como él en ese campo. Todo empezó con pequeños detalles: me saludaba dándome un beso en vez de apretarme la mano, venía frecuentemente al centro para comprobar que no me faltase material, me preguntaba a menudo mi opinión sobre los animales que iban a venir… Y luego un día todo se volvió más concreto.
«Me