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Amor y Pedagogía. Miguel de UnamunoЧитать онлайн книгу.

Amor y Pedagogía - Miguel de Unamuno


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mejor... sin embargo...» Y al siguiente día le enseña una preparación embriológica en el período correspondiente. Y ella, emergiendo del sueño crónico, exclama:

      —Quita, quita, por Dios, quita, quita eso...

      —Ah, si pariésemos los hombres...—suspira Avito, callándose lo de: «lo haríamos más científica y concientemente.»

      —Es que si parieseis los hombres no seríais hombres, sino mujeres...

      Al oir lo cual piensa Avito con regocijo: «genio, genio, ¡de seguro genio!» y luego, en vez de «¡cállate!», dícele á su voz interior: «¿lo ves?»

      Han corrido días. La pobre Materia siente que el Espíritu, su espíritu, un dulce espíritu material, va empapándola y como esponjándola, pero no ya en aguas de amargura, sino en el más dulce rocío que de esa amargura al evaporarse queda. Cántale la Humanidad eterna en las eternas entrañas del alma. A solas se toca los pechos que empiezan á henchírsele; va á brotar del sueño la vida, la vida del sueño. ¡Pobre Avito! ¿despertará ahora? ¿se adormirá ahora?

      Ha llegado el día; lo tiene ya de antemano dispuesto todo Carrascal, y aquí él, tranquilo, abroquelado en ciencia, al encuentro del Destino. Laméntase la Materia de cuando en cuando, levantándose, paseándose un momento, volviéndose á sentar.

      —No puedo, no puedo, don Antonio, no puedo más... yo me muero ¡ay! me muero... no puedo más...

      —Eso no es nada, Marina, un dolorcillo sin importancia; ayúdelo, ayúdelo... venga un dolor decente, un dolor como es debido y se acabó todo....

      —Yo tengo más, don Antonio, yo tengo más... esto es otra cosa... esto es muy grave... yo me muero... ¡ay! adiós. ¡Avito!... yo me muero... me muero...

      —Lo de todas, doña Marina, lo de todas... eso no es nada...

      —¿Que no es nada?... ¡ay! me muero... me muero... quiero morirme... ¡adiós!

      —¡Vaya, vaya! descanse un rato...

      —Fruto de la civilización estos dolores—interviene don Avito,—la civilización habrá de suprimirlos. Bien te dije que el cloroformo...

      —Cállate... no... no... cloroformo no... ¡ay! que me muero... ¡ay!... yo quiero morirme... Don Antonio... el cloroformo es cosa de judíos... ¡ay! que me muero...

      —O bien se anticipará científicamente este acto y luego la incubadora...

      —Calla, calla, calla...

      Trágase á hurtadillas una cintita de papel, hecha rollo, cintita en que está impresa una jaculatoria en dístico latino, y luego otro papelillo en que hay una imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Son su cloroformo.

      Llega el momento, asoma el futuro genio la cabeza para mirar al mundo, entra en el escenario y se pone á berrear. Es lo único que se le ocurre hacer, ya que ha de hacer algo al pisar las tablas. Juega con el aire; toca un chillido en el albogue de su gaznate. Avito mira al reló; las 18 horas y 58 minutos.

      —Esa cabeza...—dice con desfallecimiento la madre.

      —Ella se le arreglará sola—contesta el médico.

      —Pero qué fea la tiene, ¡pobrecito!—y sonríe.

      —¡Bah!—dice Avito,—ha sido el trabajo de nacer. ¿O crees que tú lo has hecho todo y él nada?

      —Yo le he dado á luz, ¡hombre!

      —¡Y él te ha nacido, mujer!

      —Y ahora, ¿quiere usted morirse?—le pregunta el médico.

      —¡Pobrecito!—contesta ella.

      El padre le coge y le lleva á la balanza, á pesarle; luego á una bañera especial que á prevención tiene, y ¡adentro del todo!, que le cubra por completo el agua, para ver en el tubo registrador el número de litros que ha subido, el volumen. Con peso y volumen deducirá luego su densidad, la densidad genial nativa. Y lo talla, y le toma el ángulo facial y el cefálico y todos los demás ángulos, triángulos y círculos imaginables. Con ello abrirá el cuadernillo.

      La casa está dignamente provista para recibirlo; techos altos, como ahora se lleva, iluminación, aereación, antisepsia. Por todas partes barómetros, termómetros, pluviómetro, aerómetro, dinamómetro, mapas, diagramas, telescopio, microscopio, espectroscopio, que á donde quiera que vuelva los ojos se empape en ciencia; la casa es un microcosmo racional. Y hay en ella su altar, su rastro de culto, hay un ladrillo en que está grabada la palabra Ciencia, y sobre él una ruedecita montada sobre su eje; toda la parte que á lo simbólico, es decir, á lo religioso, como él dice, concede don Avito.

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