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E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.

E-Pack Jazmín Luna de Miel 2 - Varias Autoras


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sentirse más culpable: había fallado incluso como acompañante.

      –Siento haberte dejado. Un ministro quería hablar urgentemente conmigo, pero no conseguíamos establecer el contacto y, cuando lo hemos conseguido –sonrió con cansancio–, la verdad es que no tengo la menor idea de lo que pretendía decirme. Venga, ¡vamos a bailar!

      Bailar con Gordon fue muy diferente. Se rieron y hablaron mientras Estelle intentaba no pensar en el baile que había compartido con Raúl.

      –Raúl no te quita los ojos de encima –comentó Gordon–. Creo que le has causado una gran impresión.

      Estelle se tensó en sus brazos.

      –Tranquila, Estelle. Me siento halagado. Competir con Raúl es todo un cumplido.

      Le dio un beso en la mejilla y Estelle apoyó la cabeza en su hombro. Después, miró a Raúl, que continuaba clavando sus ojos en ella. Intentó desviar la mirada, pero no fue capaz. Vio a Raúl curvando los labios en una lenta sonrisa, hasta que Gordon cambió de rumbo y Raúl desapareció de su línea de visión. Un segundo después, recorrió el salón con la mirada, rezando para que aquella peligrosa parte de la velada hubiera terminado. Y sí, Raúl había desaparecido.

      –¡LO SIENTO!

      Gordon se disculpó profusamente por haberla asustado, después de que, al entrar en su habitación, se hubiera encontrado con lo que le había parecido un monstruo.

      Gordon se quitó la mascarilla.

      –Es para respirar. Tengo apnea del sueño.

      Estelle se había cambiado en el cuarto de baño que había en el pasillo y, en aquel momento, llevaba un viejo pijama rosa. Era el único que tenía, pero estaba segura de que Gordon no esperaba un camisón de pronunciado escote.

      Se ofreció a dormir ella en el sofá, puesto que era él el que pagaba, pero, fiel a su palabra, Gordon insistió en que ocupara ella la cama.

      –Gracias por esta noche, Estelle.

      –Lo he pasado muy bien –contestó Estelle–. Pero para ti debe de ser muy difícil tener que ocultar tu verdadera vida.

      –No ha sido fácil, pero, dentro de seis meses, podré ser yo mismo de verdad.

      –¿Y no puedes serlo ahora?

      –Si de mí dependiera, probablemente ya se sabría todo –le explicó Gordon–. Pero Frank es un hombre muy reservado y para él sería terrible que se hablara públicamente de nuestra relación. Pero, dentro de seis meses, nos iremos a vivir a España.

      –¿Queréis vivir allí?

      –Y casarnos. En España, es legal el matrimonio homosexual.

      Estelle estaba agotada. Se acostaron y estuvieron hablando un poco más.

      –¿Sabes que Virginia está a punto de terminar la carrera? –le preguntó Gordon.

      –Sí, lo sé.

      –El mes que viene comenzará a trabajar. No pretendo ofenderte sugiriendo nada, pero si quieres seguir acompañándome durante estos meses…

      No la presionó, a pesar de que ella no contestó, y Estelle lo agradeció.

      –Piensa en ello –le pidió Gordon y le deseó buenas noches.

      Estelle pronto comenzó a divagar, pero no pensando en la oferta de Gordon, sino en Raúl.

      Desde el instante en el que cerró los ojos, Raúl apenas abandonó sus pensamientos. Todavía no comprendía lo que había pasado en la pista de baile; casi esperaba sentir las campanas, las sirenas y los silbidos del orgasmo y, sin embargo, había experimentado algo infinitamente delicioso y delicado. ¿Cuánto más le quedaba por saber? Ni siquiera se atrevía a pensar en ello. Agotada después de un largo día, estaba a punto de hundirse en el sueño cuando Gordon encendió la máquina para respirar.

      Ginny no le había hablado de aquella parte de la velada.

      Así que permaneció tumbada, con la cabeza debajo de la almohada. A las dos, continuaba escuchando el siseo y el zumbido de la máquina y, al final, se rindió. Se levantó y, descalza, se dirigió al cuarto de baño y bebió un poco de agua del grifo, deseando que la noche acabara cuanto antes. Pero al salir del baño, olvidó sus lamentaciones. Salió a una enorme balconada de piedra y contempló la vista del lago. Era increíble que hubiera tanta luz a aquella hora de la madrugada. Respiró la cálida brisa del verano y comenzó a pensar en la oferta de Gordon.

      Justo en ese momento, se abrió la puerta del balcón. Se volvió y puso los ojos como platos al ver a Raúl vestido únicamente con la falda escocesa.

      Estelle habría preferido que fuera completamente vestido. Y no porque tuviera nada que resultara decepcionante. Todo lo contrario. Pero la visión de aquella piel de color oliva y del ligero vello oscuro que cubría su pecho le dejaba un único lugar en el que fijar la mirada. Y mirarle a los ojos no era en absoluto seguro.

      Advirtió entonces que Raúl no la había seguido hasta allí. Estaba hablando por teléfono.

      Seguramente tenía mejor cobertura allí fuera. Estelle le dirigió una breve sonrisa e intentó alejarse de él, pero Raúl la agarró por la muñeca, obligándola a permanecer a su lado.

      –No tienes por qué saber en qué habitación estoy –entornó los ojos mientras hablaba por teléfono–. Araminta, te sugiero que te acuestes –dejó escapar un irritado siseo–. ¡Sola!

      Terminó la llamada y, solo entonces, le soltó la muñeca a Estelle. Esta permaneció donde estaba mientras él examinaba su rostro.

      –¿Sabes? Sin todo ese maquillaje con el que te habías embadurnado, estás impresionante. Me sorprende que Gordon se haya permitido perderte de vista.

      –Necesitaba tomar el aire –le explicó.

      –Yo me estoy escondiendo.

      –¿De Araminta?

      –Alguien debe de haberle dado mi número de teléfono. Voy a tener que cambiarlo.

      –Pronto renunciará.

      Estelle sonrió, compadeciendo a la otra mujer. Si Araminta había tenido una aventura con él años atrás y sabía que iba a estar allí aquella noche, entendía que se hubiera hecho ilusiones.

      El teléfono de Raúl volvió a sonar. En aquella ocasión, decidió no contestar.

      –¿Y tú qué haces aquí a esta hora de la noche? –le preguntó a Estelle.

      –Pensar.

      –¿En qué?

      –En cosas –no añadió que muchos de sus pensamientos estaban dedicados a él.

      –Ha sido un día interesante –admitió Raúl.

      Fijó la mirada en el silencioso lago y se sintió muy lejos del lugar en el que se había despertado aquella mañana. Ni siquiera sabía cómo se sentía. Miró a Estelle, que también contemplaba la noche y parecía sentirse cómoda con el silencio.

      Era Raúl el que no lo soportaba. Era él el que se aseguraba de que sus noches y sus días estuvieran repletos de actividades para llegar agotado por la noche a la cama.

      Allí, por primera vez desde hacía mucho tiempo, se encontraba solo con sus pensamientos, y no le gustaba. Interrumpió el silencio. Quería oír la voz de Estelle.

      –¿Cuándo te vas?

      –Mañana a última hora de la mañana –contestó Estelle con la mirada fija en el lago–. ¿Y tú?

      –Me iré temprano.

      Se acercó al balcón para asomarse y Estelle vio la enorme cicatriz que iba desde el hombro a su cintura. Raúl se volvió y reconoció en el rostro


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