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E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.

E-Pack Jazmín Luna de Miel 2 - Varias Autoras


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que tanto había disfrutado besando–. Durante el tiempo que dure nuestro contrato, no habrá nadie más…

      –No va a haber ningún contrato.

      –Bueno, si cambias de opinión… –le tendió un sobre–, a lo mejor necesitas esto.

      Estelle abrió el sobre y se quedó mirando fijamente la fotografía que les habían hecho la noche anterior. Raúl tenía el brazo apoyado en el respaldo de su silla y sonreía con los ojos fijos en ella mientras Estelle se reía. Seguramente sabía que estaba allí el fotógrafo, comprendió Estelle. Parecía haber tramado todo aquel plan la noche anterior. Comprendió entonces hasta dónde era capaz de llegar para salirse con la suya.

      –¿También fuiste tú el responsable de la llamada de teléfono que obligó a salir a Gordon?

      –Por supuesto.

      –¿Ni siquiera vas a intentar negarlo?

      –¿Prefieres que te mienta?

      Estelle desvió la mirada hacia la repisa de la chimenea, hacia la fotografía en la que aparecían su hermano y Amanda sosteniendo a una diminuta y frágil Cecilia. Estaba cansada de luchar, pero le parecía increíble estar considerando la posibilidad de aceptar su oferta. Sin embargo, había considerado la oferta de Gordon, se dijo. Al día siguiente, iría a ver a su hermano, le diría que pensaba aplazar los estudios y se iría a vivir con ellos.

      Ya había decidido dar un vuelco a su vida. Lo que Raúl le ofrecía también sería un vuelco, pero bastante más espectacular.

      Se dirigió a la cocina con la excusa de preparar un café, pero, en realidad, necesitaba pensar.

      Raúl iba a comprarla.

      Estelle cerró los ojos con fuerza. Aquello iba en contra de todo lo que creía, pero no era solamente el dinero lo que la tentaba. Había algo más. Tener a un hombre como Raúl como primer amante. La idea de compartir su cama, su vida, durante un tiempo, era tan tentadora como el cheque que le había firmado. Estelle resopló, excitada ante la idea de acostarse con él. Pero sabía que, si Raúl se enteraba de que era virgen, se acabaría la posibilidad de firmar aquel acuerdo.

      –No hagas para mí.

      Raúl estaba en la puerta de la cocina, observándola mientras ella echaba café instantáneo en dos tazas.

      –Dejaré que pienses en ello. Si no vienes a la cita, anularé el cheque. Como ya te he dicho, mañana cambio de número de teléfono. Si cambias de opinión después, será demasiado tarde.

      Realmente, y Estelle lo sabía, aquella era una oportunidad con la que uno se encontraba una sola vez en la vida.

      –TU FAMILIA podrá venir a la boda. Yo hablaré con tus padres y con tu hermano.

      Estaban sentados en el despacho del abogado de Raúl, revisando numerosos detalles que tenían a Estelle al borde de la histeria, pero que eran tratados de una forma muy fría y precisa.

      –Mis padres están muertos –le recordó Estelle en tono muy práctico. No buscaba la compasión de Raúl–. Y mi hermano y su esposa no podrán asistir. Cecilia está muy enferma.

      –Pero debería venir algún invitado de tu parte.

      –¿Porque si no tu familia no nos creerá? –había cierto tono burlón en su voz, aunque estaba intentando controlarse.

      Al fin y al cabo, había sido ella la que había decidido estar allí. Pero el recuerdo de sus padres y de Cecilia le había provocado un nudo en la garganta, y también el comprender que tendría que estar sola durante aquella boda.

      –No tiene nada que ver con eso. Es el día de tu boda y es posible que te cueste estar sola.

      –¡Oh, por favor! –respondió Estelle, decidida a no mostrar su temor–. Estaré perfectamente.

      –Muy bien –Raúl asintió–. Será una boda sencilla, pero tradicional. La prensa se volverá loca, llevan mucho tiempo esperando a que me case, pero no diremos nada hasta después de la boda.

      Estuvieron hablando durante horas, fijando cada detalle. Estelle insistió en elegir su propia ropa, pero Raúl replicó con un agrio:

      –Tengo que pensar en mi reputación.

      Acordaron que Estelle podría visitar a su familia una semana al mes durante el tiempo que durara el contrato.

      –Estoy seguro de que los dos necesitaremos espacio –fue la explicación de Raúl.

      Y tuvieron también una conversación extremadamente incómoda, al menos para Estelle, sobre la regularidad de las relaciones sexuales, métodos anticonceptivos y revisiones médicas. Raúl no parecía ni mínimamente afectado.

      –En el caso de que hubiera un embarazo… –comenzó a decir el abogado.

      Raúl le interrumpió con un tono ligeramente amenazador.

      –No habrá ningún embarazo. No creo que mi futura esposa sea tan tonta como para intentar atraparme de esa forma.

      –No tengo ninguna intención de quedarme embarazada –Estelle se rio nerviosa, horrorizada ante la perspectiva de un embarazo.

      Había visto el estrés al que habían estado sometidos Andrew y Amanda, y eso que ellos estaban profundamente enamorados.

      –Podrías cambiar de opinión, decidir que te gusta mi estilo de vida y no querer renunciar a él –Raúl miró a su abogado–. Sí, habría que dejarlo claro por si se diera el caso.

      –Absolutamente –dijo el abogado.

      No podía estar más claro que aquel era un asunto estrictamente de negocios. Estelle permanecía sentada observando con frío distanciamiento, mientras Raúl aseguraba que mantendría al hijo que pudieran tener solo en el caso de que viviera en España.

      –Bueno, creo que con esto ya está todo cubierto –dijo el abogado.

      –No del todo –Estelle se aclaró la garganta–. Me gustaría que quedara claro que no nos acostaremos hasta después de la boda.

      –No hace falta establecer algo tan absurdo –protestó Raúl.

      –Yo he aceptado todas tus condiciones –le miró fríamente. Aquella era la única manera de sacar adelante aquel plan. Si Raúl se enteraba de que era virgen, la reunión podía terminar en ese mismo instante–, supongo que no te costará aceptar una mía. Me gustaría poder disfrutar de algún tiempo libre antes de empezar a… trabajar.

      Vio que Raúl tensaba ligeramente la barbilla cuando le dejó claro que para ella aquello solo era un trabajo.

      –Muy bien, pero es posible que cambies de opinión.

      –No lo haré.

      –Vendrás a Marbella un par de días antes de la boda. Yo estaré en el yate, de fiesta, como corresponde a un novio antes de la boda. Y tú tendrás tu propio apartamento –esperó a que ella asintiera y se volvió entonces hacia su abogado–. Haz un borrador.

      Raúl y Estelle esperaron en un elegante salón mientras el abogado trabajaba, pero Estelle no podía relajarse.

      –Estás muy tensa.

      –No todos los días me ofrecen un millón de dólares. Ni me voy a vivir a Marbella.

      –Te encantará. La vida nocturna es fantástica.

      Estelle volvió a pensar en lo poco que la conocía.

      –¿Cómo murieron tus padres? –preguntó Raúl. Estelle tensó los hombros–. Mi familia querrá saberlo.

      –En un accidente de coche –contestó Estelle, volviéndose hacia él–, como tu madre.

      Raúl abrió la boca para decir algo, pero cambió de opinión.

      –Espero


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