. Читать онлайн книгу.
Cuando su madre había muerto, él solo era un niño.
–Yo siempre he querido mucho a Raúl. Para mí ha sido como un hijo.
–Entonces, ¿por qué has tardado tanto en decirle la verdad? –quizá fuera por la emoción del día, pero las lágrimas que afloraron a los ojos de Estelle fueron completamente reales–. Si tanto le querías…
Se interrumpió bruscamente. Aquel no era el momento de preguntarlo y, desde luego, Raúl no le iba a agradecer que indagara en su vida. Estaba allí para garantizar que heredara el negocio de su padre, y haría bien en recordarlo.
–Y le quiero. Desde la distancia, siempre le he querido como a un hijo.
–¿Desde la distancia? –repitió Estelle con amargura.
Giró sobre los talones y regresó directamente a los brazos de Raúl.
–Ángela quería que habláramos de ti y no sé si lo he manejado bien –le explicó.
–Ya hablaremos de eso más tarde –había visto a Ángela seguirla al cuarto de baño–. Ahora tenemos que repartir los recuerdos de la boda a los invitados.
Como marcaba la tradición, los novios tenían que despedir personalmente a todos los invitados y ser los últimos en marcharse. Antonio, cansado, fue el primero en irse, y Estelle sintió que Raúl tensaba la mano alrededor de la suya al ver a su padre yéndose con Ángela.
–Ha sido genial –dijo Andrew mientras se disponía a dirigirse al hotel en el que se alojaba–. En cuanto Cecilia esté bien y me ponga a trabajar, vendremos a verte.
–Por supuesto –dijo Estelle.
Se inclinó para darle un abrazo y permaneció a su lado mientras Raúl le estrechaba la mano.
–Cuida de mi hermana –le pidió Andrew.
–De eso no tienes ni que preocuparte.
–Que disfrutéis de una maravillosa luna de miel.
Aparte de los empleados, ya solo quedaban Raúl y Estelle. La música continuó sonando mientras disfrutaban del último baile de la noche.
–Me ha ayudado mucho tener a Andrew a mi lado –reconoció Estelle–. Y no solo me has ayudado a mí.
Estelle comenzó a hablarle de la falta de confianza de Andrew, pero Raúl la interrumpió dándole un beso en el hombro.
–Ya está bien de hablar de los demás.
Estelle tragó saliva. Podía sentir los dedos de Raúl explorando su escote, mientras con la otra mano recorría los botones que llegaban hasta la base de su espalda. Comprendió entonces que fingía estar desnudándola mientras bailaban.
–Raúl…
Raúl comenzó a besarle la base del cuello. Estelle podía sentir la delicadeza de su succión y el calor de su lengua a medida que iba creciendo su excitación.
–Raúl, nunca me he acostado con nadie.
Raúl gimió contra su hombro y la estrechó con fuerza contra él, de manera que pudiera sentir plenamente su excitación.
–Lo digo en serio –insistió Estelle con voz temblorosa–. Serás mi primer amante.
–Vamos –le susurró él al oído–, vamos a jugar a las vírgenes.
Capítulo 10
LES llevaron en coche hasta el puerto. La mañana estaba a punto de llegar, pero a pesar de lo avanzado de la hora, las fiestas continuaban. Alberto, el capitán del barco, les dio la bienvenida y le presentó rápidamente al resto de la tripulación, pero Estelle apenas retuvo sus nombres. Mientras la tripulación brindaba por ellos, solo era capaz de pensar en lo que la esperaba.
–Mañana te lo enseñaré todo como es debido –le prometió Raúl tras despedir a sus empleados–. Pero ahora…
No había escapatoria. La atrajo hacia él y deslizó la lengua por su cuello. Ya había simulado desnudarla durante el baile, pero en aquel momento, estaba desatándole con mano experta el lazo que fijaba el escote del vestido.
Esperaba encontrarse con algún otro obstáculo, pero al ver que el vestido tenía un sujetador interior, soltó un gemido de aprobación mientras uno de los senos que habían alimentado su imaginación durante los días previos a la boda caía maduro sobre su mano.
–Raúl, podría entrar alguien…
–No, nadie va a molestarnos.
Raúl bajó la cabeza y lamió la pálida aréola del pezón, sorprendido por el hecho de que a Estelle le preocupara que pudieran verles. Los empleados del yate habían visto suficientes fiestas como para que una noche de bodas palideciera frente a lo que ocurría habitualmente en el yate. Volvió a tomar el seno entre sus labios y sintió que Estelle intentaba apartarle. Aunque sorprendido en un primer momento por su reticencia, no tardó en recordar lo que creía su juego.
–Por supuesto –sonrió–, estás nerviosa.
La levantó en brazos y la llevó al camarote sin dejar de besarla durante todo el trayecto. Una vez allí, la dejó en el suelo y la hizo volverse para desabrochar los botones del vestido. Y continuó besando cada centímetro de piel que quedaba al descubierto.
Le quitó el vestido, los zapatos y las medias. Cuando comenzó a lamerle el sexo a través de la seda de las bragas, Estelle estuvo a punto de enloquecer. Raúl no la desnudó por completo hasta que la humedad que provocaba con la lengua igualó la humedad de la seda.
–Raúl…
Estelle posaba las manos sobre su cabeza intentando apartarle al tiempo que sus gemidos le instaban a continuar.
–Te deseo con locura –arrodillado frente a ella, buscó su clítoris y lo lamió una y otra vez mientras ella enredaba las manos en su pelo.
–¡Raúl…! –gimió Estelle–. Lo digo en serio. Nunca me he acostado con nadie.
Pero Raúl no la creía. Mientras alcanzaba el orgasmo bajo su boca, Estelle se dijo que a lo mejor no se daba cuenta, que a lo mejor no se enteraba. Porque, a pesar de su falta de experiencia, su cuerpo respondía. Lo sentía palpitar contra su boca mientras él continuaba besándola suavemente, desesperado por hacer el amor con ella.
Se levantó entonces en toda su altura y se quitó la chaqueta.
Excitada, sin aliento y dejándose guiar por su instinto, Estelle le desató los botones de la camisa. Dejó que sus manos vagaran por su pecho y le lamió los pezones mientras le desataba el cinturón.
Raúl quería sentir sus dedos sobre la cremallera, quería que Estelle se diera prisa, pero ella prolongó el momento explorando su sexo a través de la tela del pantalón. La ya dolorosa erección se endureció todavía más con aquellas caricias.
–Estelle… –apenas podía pronunciar su nombre.
Afortunadamente, Estelle reconoció su urgencia, le bajó la cremallera, deslizó los dedos a lo largo de su sexo y palpó la delicada piel que ocultaba la fuerza de su erección. Le asustaba pensar que pronto estaría dentro de ella, pero deseaba al mismo tiempo que lo estuviera. Vio una gota plateada, la atrapó con el dedo y la extendió sobre el prepucio de Raúl, extasiada por su belleza.
Raúl cerró los ojos con una mezcla de frustración y placer. Quería sentir la presión de su mano sobre él y, al mismo tiempo, disfrutaba de aquella lenta exploración.
Se besaron profundamente. La lengua de Raúl parecía urgirla a moverse más rápido, la erección se tensaba ante el placer de los besos y él ya no aguantaba más.
–Te deseo.
Se lo dijo mientras la empujaba a la cama y la instaba a abrir las piernas.
–Intenta ser delicado.
Pero