Una novia indómita. Stephanie LaurensЧитать онлайн книгу.
haber sido disparado. No estoy segura de haber entendido la conexión.
—De todos modos, ya ves que estoy resignado a tu compañía. Estoy esperando confirmación de nuestra ruta exacta, pero creo que tendremos que pasar unos días, puede que una semana, en Londres.
—¿Londres?
Del tenía la esperanza de que Deliah fuera a distraerse ante la perspectiva de poder ir de compras, a fin de cuentas llevaba años fuera del país, pero por la expresión de su mirada fue evidente que intentaba entender qué clase de misión exigiría pasar por Londres.
—Por cierto —Del optó por no contestar—. ¿Por qué Jamaica?
—Necesitaba nuevos horizontes y tenía allí el contacto adecuado —ella se encogió de hombros.
—¿Cuánto tiempo hace que abandonaste Inglaterra?
—Fue en 1815. Siendo coronel, ¿estabas a cargo de un… cómo se dice? ¿Escuadrón de hombres?
—No —de nuevo ella se lo quedó mirando, expectante, la curiosidad reflejándose en sus ojos y su expresión, hasta que él al fin volvió a hablar—. En la India comandaba a un grupo de oficiales de élite, cada uno de los cuales comandaba a su vez una tropa, y tenían como misión tratar con las pequeñas insurrecciones y disturbios que estallan constantemente en el subcontinente. Pero, cuéntame, había mucha actividad social en… Kingston, ¿verdad?
—Sí, Kingston —Deliah asintió—. Y sí, allí había el típico círculo de expatriados, muy parecido a una colonia, supongo. ¿Cómo era la India en ese aspecto?
—Yo estuve destinado mayormente en Calcuta, allí está el cuartel general de la compañía. Siempre había algún baile y fiesta en la, así llamada, temporada, pero no tanto de la clase casamentera que se produce en Almack's y sitios así.
—¿En serio? Yo pensaba que…
Continuaron con el intercambio de preguntas y respuestas mientras seguían comiendo. Del intentó averiguar por qué Deliah había sentido la necesidad de ver nuevos horizontes mientras procuraba no caer en las trampas dialécticas que ella le tendía y revelar más de lo que ella necesitaba saber sobre su misión.
Cierto que se la había llevado con él con el fin de garantizar su seguridad, pero tenía la intención de hacer todo lo posible por que ella permaneciera ignorante y totalmente apartada de su misión y, en la medida de lo posible, de la vista de la Cobra Negra.
Hasta que no abandonaron juntos el salón para subir a la planta superior, Del no fue consciente de que había pasado toda una velada a solas con una dama soltera, sin hacer otra cosa que hablar y, sin embargo, no se había aburrido en absoluto.
Cosa que solía sucederle. Hasta ese momento, en su vida, las mujeres solo habían tenido un sentido para él, y fuera de ese ámbito le interesaban más bien poco. Y, aunque se había fijado en los exuberantes labios de Deliah con excesiva frecuencia para su propia tranquilidad, había estado tan concentrado en su mutuo interrogatorio, en la agilidad mental de ella, que le obligaba a mantenerse a la altura, que no había podido dejar vagar su mente por su potencial sexual, mucho menos hacer algo sobre la atracción que, le sorprendió descubrir, no solo había sobrevivido a las últimas horas, sino que había aumentado.
Ella se detuvo frente a la puerta de la habitación contigua a la de él y levantó la vista. Sus labios se curvaron ligeramente dibujando una sonrisa genuina teñida de cierta apreciación y una pizca de desafío.
—Buenas noches… Del.
—Deliah —él obligó a sus labios a formar una sonrisa franca e inclinó la cabeza.
La sonrisa de Deliah se hizo más profunda, pero su tono de voz cuando volvió a hablar fue totalmente inocente:
—Que duermas bien.
Del permaneció en la penumbra del pasillo y contempló la puerta de la habitación cerrarse tras ella, antes de dar dos lentos pasos hacia la suya, bastante seguro de que no iba poder concederle el último deseo a la dama.
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