E-Pack Magnate. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
que ver con el problema de la tubería. No se me había ocurrido pensarlo.
–No importa. Tal vez incluso sea mejor. De todos modos necesitaba una ducha fría.
Los pezones de Sara se irguieron. ¿Le estaba diciendo que se sentía tan atraído por ella que había necesitado enfriar su deseo? Además, antes le había dicho que la encontraba atractiva...
No se atrevió a mirarlo. Se limitó a murmurar en voz baja y a fingir que seguía haciendo el crucigrama.
Mientras Luke se tumbaba en la cama a su lado, el colchón se hundió bajo su peso. Se movió varias veces tratando una postura cómoda y al final lanzó una exclamación exasperada.
–¡He cambiado de opinión sobre este lugar! ¡Es horrible! ¡Este colchón es terrible!
Sara no pudo evitar soltar una carcajada.
–¿Qué pasa? –preguntó él–. Mira, no me hagas caso, estoy de mal genio porque estoy cansado. Voy a tratar de dormir un poco. Buenas noches.
–Buenas noches.
Luke se puso de espaldas a ella. Sara fingió seguir un rato más con el crucigrama y luego cerró la revista y apagó la luz. Sin embargo, no pudo dormir. Permaneció tumbada en la oscuridad, consciente de que el cuerpo de Luke estaba muy cerca del suyo y que él estaba prácticamente desnudo.
Resultaba tan tentador darse la vuelta y acurrucarse a su lado... Deslizarle el brazo por la cintura y apretarle la mejilla contra la espalda... ¿Cómo reaccionaría él en el caso de que Sara se le insinuara?
Ella sabía que había una fuerte atracción entre ellos. Ninguno de los dos había hecho nada al respecto porque querían mostrarse profesionales y adultos a los ojos del otro. Sin embargo, no había razón alguna por la que no pudieran dejarse llevar por esa atracción. Los dos estaban libres, eran solteros...
Sin embargo...
Después de Hugh, Sara se prometió que sólo comenzaría una relación sentimental con un hombre que pudiera comprometerse con ella. Un hombre que la colocara por delante de su trabajo. Luke Holloway no era esa clase de hombre. No. Él no era el hombre que estaba buscando. Haría bien en recordarlo.
Oyó que la respiración de él se hacía más profunda y regular. Se había quedado dormido. Entonces, Sara decidió que ella debía hacer lo mismo.
Se puso de espaldas a él, se relajó y comenzó a quedarse dormida.
A la mañana siguiente, Sara se despertó con la luz del día. Abrió los ojos y se dio cuenta de dónde estaba. En la cama, con Luke Holloway. Sin embargo, no estaba en la misma postura en la que se había dormido la noche anterior, de espaldas a él.
No. En algún momento de la noche, los dos se habían abrazado. Ella tenía la cabeza apoyada sobre el hombro de él. La pierna descansaba sobre las de Luke y tenía la mano colocada sobre la parte interior del muslo de él... a pocos milímetros de su pene erecto.
«Oh, no».
Prácticamente lo estaba tocando. ¿Qué podía hacer? Lo único bueno era que la respiración de Luke era profunda y regular. Evidentemente, seguía dormido. Si pudiera apartar la pierna y la mano y zafarse de él sin despertarlo, podría salvar la situación.
Acababa de empezar a moverse con mucho cuidado cuando oyó que él se echaba a reír.
–Por fin se despierta la Bella Durmiente –dijo él con sorna en la voz.
Capítulo Seis
«¡Qué vergüenza!».
Luke había estado despierto todo el rato y era perfectamente consciente del lugar en el que ella tenía puesta la mano.
–¿Llevas mucho tiempo despierto? –le preguntó, rezando en silencio para que la respuesta fuera negativa.
–Lo suficiente.
Al escuchar aquellas palabras, Sara se incorporó rápidamente y apartó la mano.
–Lo siento, Luke. Yo... no quería... –musitó. Se sonrojó aún más.
–Lo sé. Y no me importa. En realidad, me ha gustado que me tocaras –susurró. Extendió una mano y comenzó a acariciarle suavemente el costado–. A mí también me gusta tocarte a ti...
–Pensé que habías dicho... –se interrumpió ella. Que podían ser adultos. Que podían compartir una cama sin tener relaciones sexuales.
–Eso fue anoche. Ahora es diferente. Mi punto de vista es diferente –dijo, con una pícara sonrisa–. Además, ¿podría yo señalar que no era yo la persona que tenía la pierna por encima de ti y la mano encima de tu pijama?
–Eso ha sido un golpe bajo...
–Igual que tu mano.
Luke se colocó de costado, para estar frente a frente con él, pero sin soltarla. Tenía una mirada sexy e irresistible en los ojos azules.
–Buenos días –dijo.
–Buenos días –respondió ella, a duras penas. Casi no podía respirar.
Entonces, Luke bajó la cabeza y le besó dulcemente la punta de la nariz.
–Sara...
Todo resultaba tan tentador... Veía en el rostro de Luke lo que estaba buscando. Y era lo mismo que ella deseaba. Si cedían a su mutuo deseo y hacían el amor, su relación laboral sería muy incómoda.
–No deberíamos hacer esto...
–Lo sé –replicó él–. Es una idea malísima. Yo debería tener más autocontrol.
–Tan sólo hace dos semanas que nos conocemos...
–Es suficiente tiempo. Yo ya te conozco a ti. Eres muy mandona.
–¿Mandona?
–Sí, pero te perdono porque se te da muy bien tu trabajo y da gusto trabajar contigo –susurró él, tras robar un dulce beso–. Adoras el rosa. Te vuelve loca la historia, te gustan las películas románticas y el teatro, crees que todo el mundo es bueno, estás lo suficientemente loca para que te guste archivar las cosas, tocas el piano y te gusta chapotear a la orilla del mar. ¿Qué más necesito saber?
–Nada, supongo... Yo casi no sé nada sobre ti. Tan sólo que eres un hombre de negocios de mucho éxito al que no le gusta el desorden. Tomas el café solo con una cucharada de azúcar, practicas kick boxing y squash y no ves nunca la televisión. Te gusta la música rock y tienes un gusto muy caro para los coches. No es mucho, Luke.
–En realidad no hay mucho más.
–Yo estoy segura de que sí.
–Soy tan superficial.
–Ni hablar. Eres más bien como las aguas profundas y tranquilas.
–Vaya, qué interesante. No creo que nunca antes nadie me haya dicho algo así. No estoy seguro de que encaje con la otra expresión que tienes para describirme: adicto al trabajo. Además, creo que hablas demasiado y me parece que sólo hay un modo de callarte... Besándote, tocándote...
–Son dos cosas.
–Lo digo en serio –protestó él–. Me muero de ganas de besarte. Llevo días deseándote, Sara, probablemente desde el momento en el que entraste en mi despacho y empezaste a darme órdenes.
A ella le había ocurrido lo mismo.
–Yo también... –admitió.
–En ese caso, se me ocurre una conclusión muy lógica –susurró él mientras le acariciaba a Sara el labio interior con el pulgar–. Me alegro mucho de que estés de acuerdo conmigo –añadió. Entonces, inclinó la cabeza para besarla.
Cuando Sara echó la cabeza hacia atrás, él profundizó el