Эротические рассказы

Tres flores de invierno. Sarah MorganЧитать онлайн книгу.

Tres flores de invierno - Sarah Morgan


Скачать книгу
ya —dejó la tira de luces y le tendió los brazos—. Ven aquí.

      —¿Por qué?

      —¿Necesito una excusa para abraza a mi esposa?

      Stewart bajó la cabeza y la besó y ella se olvidó de Hannah. Volvía a ser una chica de dieciocho años, enamorada de un chico que quería las mismas cosas que ella.

      Los interrumpieron los pasos de Posy y su voz.

      —¿Dónde pongo esto?

      Sujetaba unos troncos debajo de un brazo y se tapaba los ojos con la otra mano.

      —¡Hala! Lo siento. Si hubiera sabido que estabais ocupados, habría llegado cantando alto para anunciar mi llegada.

      Stewart dejó de besar a Suzanne.

      —No cantes. Te lo suplico. No cantes.

      Posy hizo una mueca.

      —Pues vosotros buscad una habitación. Soy demasiado joven para ver esto.

      Suzanne se soltó de los brazos de su marido.

      —Ponlos en la cesta al lado de la chimenea. Gracias, hija —dijo.

      Miró a Posy colocar los troncos. Dos de sus tres hijas estaban asentadas y felices y daba gracias por eso. Tanto Beth como Posy habían encontrado la vida que querían.

      Posy se enderezó y miró la habitación.

      —Es bonita, mamá. Casi me dan ganas de instalarme yo. Este dormitorio en la torrecilla es genial. Seguro que podríamos ganar una fortuna alquilándolo en Airbnb —notó el árbol de Navidad en un rincón—. ¿Qué hace aquí Eric?

      —¿Eric? —Stewart ajustó las luces—. Puedo soportar que pongamos nombres a las gallinas, las ovejas y los cerdos, pero ¿cuándo hemos empezado a ponérselos a los árboles?

      —Son cosas vivas. Por lo menos ese. Te presento a Eric, el árbol ecológico. Viene con raíces. Yo lo cambié de maceta y lo he cuidado todo el año. Y mira cómo ha crecido. Normalmente lo pongo en el granero cuando tenemos huéspedes en Navidad.

      Suzanne añadió un par de libros a la mesilla de noche. A Hannah siempre le había gustado leer.

      —¿Luke querrá un árbol? No me parece el tipo de hombre que necesite estar rodeado de adornos brillantes.

      —Todo el mundo tiene que tener un árbol en Navidad —Posy desenvolvió una barrita de frutos secos y le dio un mordisco.

      —Y por eso también tiene que tenerlo Hannah. No eches migas aquí, acabo de limpiar.

      Suzanne miró a su hija pequeña y pensó una vez más cuánto se parecía a Stewart, siempre activa. A veces se sorprendía al recordar que Posy no era hija de ellos.

      Pero como si lo hubiera sido. Stewart era el único padre que recordaba.

      —Me he levantado a las cinco y no he desayunado —Posy dio otro mordisco, recogiendo las migas en la mano—. Hannah no se acordará de regarlo y Eric morirá. Y os apuesto algo a que ni siquiera vendrá al entierro.

      Suzanne sabía que tenía que sonreír, pero no lo consiguió.

      Tenía un nudo en el estómago. Hacía dos años que Hannah no iba por allí. ¿Sería una visita difícil?

      —Espero que no eche de menos Manhattan. La ciudad es fantástica en estas fechas —dijo.

      Se acercó a la ventana y miró el perfil escarpado de las montañas en la distancia. Ya tenían más nieve que de costumbre en esa época del año. ¿Cómo reaccionaría Hannah? ¿Tendría claustrofobia? ¿Los troncos de la chimenea y la repostería casera conseguirían mantenerla allí o se arrepentiría de no haber buscado una excusa para no aparecer, como el año anterior?

      Detrás de ella, Posy intercambió una mirada de preocupación con su padre.

      —Tú nunca has estado en Nueva York en Navidad —dijo ella.

      —Me lo ha contado Beth —Suzanne se volvió—. Lleva a las niñas a patinar en Central Park.

      Stewart empezó a recoger las cajas vacías.

      —El suelo delante del gallinero se congela a menudo. Puede servir para patinar sobre hielo.

      —Antes tendrías que recoger la caca de las gallinas —Posy se metió la envoltura al bolsillo—. ¿Y si le compro patines a Martha? Sería la primera gallina patinadora del mundo. ¡Oh!, y tengo buenas noticias. Esta mañana ha puesto un huevo. He ido a darle cariño y atención. ¿Qué hace aquí el escritorio del estudio?

      —Por si Hannah tiene que trabajar. Si surge algo importante, no quiero que piense que tiene que irse.

      —No es la líder del mundo libre. Estoy segura de que pueden prescindir de ella unos días sin que se hunda la economía —Posy sonrió—. Tranquila. Y ahora tengo que irme.

      —¿Trabajas esta tarde?

      Posy intercambió una mirada con su padre.

      —Voy a llevar a Luke a escalar sobre hielo.

      Suzanne palideció. Le cosquillearon las yemas de los dedos.

      —¿Has visto el pronóstico del tiempo? Deja una nota con la ruta que haréis. Y avísanos a qué hora vais a volver.

      —Le dejaré la ruta a papá, pero ya sabes lo que pasa en esta época del año. Las cosas cambian sobre la marcha. Por favor, no te preocupes. Soy buena en lo que hago. Por eso me pagan.

      —No hay dinero suficiente en el mundo por el que valga la pena que corras un riesgo.

      Posy cruzó la estancia y la abrazó.

      —Estaremos bien. Luke no conoce la zona, pero, en lo referente a escalar en hielo, es muy hábil. Aunque no pienso decírselo, porque ya tiene bastante ego sin que yo se lo potencie más —se acercó a la puerta.

      —Gracias por los troncos —le dijo Suzanne.

      —De nada. Ahora vete abajo, pon los pies en alto y toma una taza de té. Yo me marcho —Posy salió de la habitación. Se oyeron sus pasos en la escalera y a continuación su voz llamando a Bonnie.

      Suzanne se sentó en el borde de la cama.

      —¿Tú sabías que iba a escalar sobre hielo?

      —Sí.

      —Pero no me lo habías dicho.

      —No quería preocuparte. Ni ella tampoco.

      —Pues estoy preocupada. ¿Cómo no voy a estarlo? —preguntó Suzanne.

      Se sentía así siempre que Posy iba a la montaña. No podía concentrarse hasta que sabía que estaba en casa sana y salva.

      Stewart se sentó a su lado.

      —Posy es una buena escaladora y es precavida.

      —Se parece demasiado a su madre.

      —Da gracias a que no sea como su padre —Stewart se levantó—. Eso sí que sería un problema.

      Suzanne no lo contradijo. Se había esforzado mucho porque le gustara Rob a causa de Cheryl, pero no había sido fácil, y a Stewart siempre le había caído mal.

      Si Cheryl no hubiera conocido a Rob, ¿seguiría aún con vida?

      Era ridículo pensar así, porque, sin Rob, Hannah, Beth y Posy no habrían nacido.

      —Todo este asunto con Hannah… —Suzanne tomó la mano de su esposo—. Exagero un poco, ¿verdad?

      —Sí, pero lo entiendo —contestó él.

      Ella sabía que era así. Sabía también que no era la única que había sufrido una pérdida. Stewart había perdido la vida que habían planeado juntos, el futuro que tan cuidadosamente habían ideado.

      Y


Скачать книгу
Яндекс.Метрика