Una niñera enamorada. Elizabeth AugustЧитать онлайн книгу.
te dijo que, si yo me marchaba, ¿quién se levantaría a hacerte el desayuno a ti? Dejó muy claro que tenía toda la intención de dormir hasta tarde y también quiso saber quién limpiaría la casa y haría la colada.
–¿Te estás quejando de hacer tus obligaciones? Yo te he cuidado bien. Aquí hacías lo que se considera trabajo de mujer y yo te proporcioné un techo bajo el que vivir y comida caliente.
–Sí, lo hiciste. Pero no era por eso por lo que he seguido aquí. Lo hice porque pensé que me querías y me necesitabas. Y eso lo dijiste cuando yo quise irme a estudiar fuera.
–Yo te quiero y te necesito –protestó su padre.
–No estoy segura de que me quieras, pero sí que me has necesitado. Necesitabas a alguien que fuera tu doncella.
–No es como si hubieras sido una esclava. Yo te pagué la universidad aquí, en la ciudad.
–Es cierto. Pero cuando terminé y quise un trabajo a tiempo completo, tú me convenciste para que no lo aceptara. Me insinuaste que estaba en deuda contigo y que, si no te ponía a ti el primero en mi lista de prioridades, sería una ingrata. Así que me conformé con un trabajo a tiempo parcial que no interfería en mi deber de tenerte listo el desayuno y la cena en la mesa cuando tú querías.
Él la miró secamente.
–Y supongo que también me vas a culpar de no haberte casado todavía cuando tienes casi treinta años, ¿no?
–Me has dicho tantas veces que no soy ninguna belleza… Y, cuando un hombre ha mostrado algo de interés en mí, tú siempre le has encontrado pegas. Pero no, no te culpo por no haberme casado. Tienes razón en lo de que no soy muy atractiva y en lo que decías de cada uno de mis posibles novios. Ninguno de ellos era como para que me casara con él.
–¿No querrás de verdad pasarte el resto de tu vida viviendo sola en un pequeño apartamento?
–No sé lo que quiero, salvo que quiero mi libertad.
–No te puedes permitir mantenerte con tu sueldo de la guardería –dijo su padre–. Y espero que no vayas a pensar llevarte ningún mueble de esta casa…
–No me voy a llevar nada, salvo mis pertenencias personales. Y tengo un nuevo trabajo.
Su padre puso un tono de súplica.
–Yo te sigo necesitando. Vamos, querida. Tú realmente no te quieres marchar. Es solo que te sientes un poco fuera de lugar con Juliana aquí. Pero no deberías…
–No me siento fuera de lugar. Me siento liberada. Tú tienes a alguien que te cuide y yo puedo seguir con mi vida.
Entonces ella se levantó, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla antes de continuar:
–Te deseo lo mejor.
La ira volvió al rostro de su padre.
–Te arrepentirás de esto. Fallarás como siempre…
–Todos los pájaros han de estirar las alas y volar. Había esperado que me desearas buena suerte.
–Se necesita más que suerte para sobrevivir en el mundo real. Cuando te estrelles, mi puerta estará abierta y tu habitación te estará esperando tal como la has dejado.
Ella frunció el ceño.
–Gracias por el voto de confianza.
Luego le señaló una nota que había dejado en el frigorífico y añadió:
–Te he dejado mi nueva dirección y el número de teléfono.
Luego, sin darle tiempo a responder, salió por la puerta.
Una vez fuera de la casa, se dio cuenta de que su padre no había salido para verla marcharse. Se dijo a sí misma que estaría más preocupado por encontrar a alguien que se ocupara de la casa y la comida que de su marcha.
Luego lo apartó de su mente y centró sus pensamientos en la forma de encontrar la casa de Judd Graham.
Tumbada en la cama en su primera noche en esa casa, se juró a sí misma no permitir ser utilizada o manipulada de nuevo. De ese momento en adelante, siempre afrontaría la verdad y nunca se traicionaría a sí misma ni permitiría que los demás la traicionaran a ella.
Respiró profundamente, sonrió y se volvió a Travis.
–Ahora soy la dueña de mi propio destino y me gusta.
Luego se quedó dormida.
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