Trono destrozado. Victoria AveyardЧитать онлайн книгу.
Y yo le ahorraré la vergüenza de presentarme.
A pesar de su decoro, Coriane sintió que sonreía. Sorbió de nuevo un poco de vino, aunque no supo qué más hacer. Jessamine no la había instruido mucho sobre la manera de conversar con la realeza de la Casa de Calore, y menos aún con el futuro rey. No hables si no te lo piden, era todo lo que recordaba, así que apretó los labios hasta formar con ellos una fina línea.
Tiberias dejó escapar una carcajada al verla. Puede ser que ya estuviera un poco ebrio.
—¿Sabe usted lo enfadoso que es tener que conducir todas las conversaciones? —preguntó entre risas—. Hablo con Robert y mis padres más que con cualquier otra persona sólo porque eso es más fácil que arrancarles palabras a otros.
¡Cuánto lo siento!, exclamó ella para sí.
—Eso es horrible —dijo tan recatadamente como pudo—. Quizá cuando sea rey pueda hacer algunos cambios en la etiqueta de la corte.
—Sería agotador —murmuró él en respuesta entre tragos de vino—. Y poco importante, dado el contexto. Hay una guerra en marcha, por si no lo sabía.
Tenía razón. El vino la había calentado un poco.
—¿Una guerra? —preguntó—. ¿Dónde? ¿Cuándo? No he oído sobre eso.
El príncipe volteó en seguida y vio que Coriane sonreía un poco por su reacción. Rio nuevamente e inclinó la botella hacia ella.
—¡Esta vez sí que me sorprendió, Lady Jacos!
Sin dejar de sonreír, se acercó a la banca y se sentó a su lado. No tan cerca para tocarla, aunque ella se paralizó de todas formas y olvidó su tono gracioso. Él fingió que no lo notaba. Ella se esmeró en mantenerse tranquila y alerta.
—Estoy aquí bebiendo bajo la lluvia porque mis padres no ven con buenos ojos que me embriague frente a la corte —su calor se intensificó, junto con su molestia interior. A ella le deleitó esa sensación, porque la libró del frío que le calaba los huesos—. ¿Cuál es el pretexto de usted? No, espere, déjeme adivinar; la sentaron con la Casa de Merandus, ¿no es así?
Ella apretó los dientes y asintió.
—Quien asignó los lugares seguro me odia.
—Los organizadores de fiestas odian sólo a mi madre. No es muy dada a los adornos, las flores ni los diagramas de asientos y ellos creen que descuida sus deberes como reina. Claro que eso es absurdo —añadió rápidamente y tomó otro trago—. Forma parte de más consejos de guerra que mi padre y se prepara lo suficiente por ambos.
Coriane recordó a la reina con su uniforme y un esplendor de insignias en el pecho.
—Es una mujer impresionante —dijo y no supo qué más agregar.
Su mente retornó un segundo al momento en que Elara Merandus miró indignada a la familia real debido a la supuesta capitulación de la reina.
—Así es —afirmó él mientras su mirada iba a dar a la copa de ella, ahora vacía—. ¿Le apetece el resto? —interrogó, y esta vez esperó a que contestara.
—No debería hacerlo —respondió al tiempo que dejaba la copa sobre la banca—. Tengo que regresar al salón. Jessamine, mi prima, ya debe estar furiosa conmigo.
Espero que no me sermonee toda la noche.
El cielo se había ennegrecido y las nubes se habían disipado, llevándose la lluvia consigo para develar brillantes estrellas. La calidez física del príncipe, derivada de su habilidad como quemador, había creado un aura agradable que Coriane se resistía a abandonar. Respiró hondo, inhaló una última bocanada de los magnolios y se obligó a ponerse en pie.
Tiberias se incorporó de un salto, aunque sin descuidar sus buenos modales.
—¿Desea que la acompañe? —preguntó como todo un caballero.
Ella adivinó la renuencia en sus ojos y lo apartó con un gesto.
—No, no nos impondré ese castigo.
Los ojos de él relampaguearon.
—Ahora que habla de castigos, si Elara vuelve a susurrarle algo, trátela con la misma cortesía.
—¿Cómo… cómo supo que fue ella?
Un tormentoso nubarrón de emociones cruzó el rostro del príncipe heredero, la mayoría de ellas desconocidas para Coriane, excepto la ira.
—Ella y cualquiera saben que mi padre convocará pronto a la prueba de las reinas. No dudo que se haya escurrido ya en la cabeza de todas las jóvenes, para conocer a sus enemigas y a sus presas —vació la botella con una celeridad casi violenta, aunque ésta no permaneció así mucho tiempo. Algo echó chispas en la muñeca de él, una explosión de amarillo y blanco que hizo arder una llama bajo el cristal, en cuya jaula verde quemó las últimas gotas de alcohol—. Me han dicho que su técnica es precisa, casi perfecta. Usted no la percibirá si ella no quiere.
Coriane sintió que tragaba hiel. Se concentró en la flama de la botella, así fuera sólo para evitar la mirada de Tiberias. Mientras veía, el calor cuarteó el cristal, sin romperlo.
—Sí —dijo con un tono grave—. No lo percibo.
—Usted es una arrulladora, ¿no? —la voz de él era de súbito tan fuerte como su llama, de un amarillo terrible e intenso detrás del cristal verde—. Dele una probada de su propia medicina.
—No podría. No poseo la destreza para hacerlo. Además, tenemos leyes. No usamos las habilidades contra los nuestros, fuera de los canales apropiados…
Esta vez la risa de él fue sardónica.
—¿Y Elara Merandus cumple la ley? Si ella inicia; responda usted, Coriane. Así es como se acostumbra en mi reino.
—No es su reino todavía —se oyó farfullar, aunque a él no le importó; de hecho, sonrió en forma misteriosa.
—¡Sabía que tenía arrojo, Coriane Jacos! Oculto en su interior.
No es arrojo. Lo que silbaba dentro de ella era cólera, aunque no podría darle voz nunca. Él era el príncipe, el futuro rey, y ella no era nadie en absoluto, lo que representaba una mala excusa para una hija Plateada de una Gran Casa. En lugar de erguirse como deseaba, hizo una reverencia más.
—Su alteza —dijo y fijó los ojos en las botas de él.
El príncipe no se movió, no acortó la distancia entre ellos como lo habría hecho uno de los protagonistas de los libros de Coriane. Tiberias Calore se apartó y la dejó partir sola, de regreso a una guarida de lobos sin otro escudo que su corazón.
Luego de avanzar unos pasos, ella oyó que la botella se hacía trizas contra los magnolios.
Un príncipe extraño y una noche más extraña todavía, escribió después. No sé si volveré a verlo. Pero parecía estar solo también. ¿No deberíamos estar solos los dos juntos?
Al menos Jessamine estaba demasiado embriagada para reprenderme por haber salido tan de prisa.
La vida en la corte no era ni mejor ni peor que en la finca. La gubernatura trajo consigo mayores ingresos, aunque ni por asomo suficientes para elevar a la Casa de Jacos más allá de las comodidades básicas. Coriane no tenía aún una doncella ni la quería, mientras que Jessamine no cesaba de graznar que le hacía falta una asistente. Al menos la casa de Arcón era más fácil de mantener que la finca de Aderonack, que se clausuró después de que la familia fue trasplantada a la capital.
La extraño en cierto modo, escribió Coriane. El polvo, los jardines enmalezados, el vacío y el silencio. Tantos rincones que fueron míos, lejos de mi padre y de Jessamine,