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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria DahlЧитать онлайн книгу.

Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl


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aquel encuentro, así que se mordió el labio, apretó los puños con fuerza y observó a Jamie Donovan mientras la tomaba.

      Era una máquina maravillosa de músculos tensos y piel bronceada que iba hundiéndose cada vez más en ella. Cada embestida parecía convertir en piedra su mandíbula. Y durante todo aquel tiempo, sus ojos resplandecían mientras se observaba a sí mismo penetrándola.

      Para Olivia era como una película. Como una película pornográfica protagonizada por ella. ¡Por ella! Y podía sentirlo todo: cada caricia, cada embestida. Quería gritar, pero lo único que hizo fue gemir y aferrarse con fuerza a la cama.

      Jamie deslizó las manos por su cuerpo, moldeó su cintura un instante antes de aferrarse de nuevo a sus caderas y clavó los dedos en ella mientras sus movimientos iban creciendo en intensidad.

      –¡Sí! –susurró Olivia–. ¡Sí, más fuerte!

      Jamie desvió la mirada hacia su rostro y su expresión se hizo más fiera. Aquello era casi insoportable. Aquella visión de algo tan impropio y tan excitante a la vez. Sentía cómo se arremolinaba el deseo dentro de ella, cada vez más tenso, y tenía el clítoris tan rígido que le dolía. Jamás había tenido un orgasmo como aquel, nacido del puro sexo, sin caricias, sin preliminares apenas, jugando a ser utilizada como un objeto sexual.

      –Jamie –susurró mientras el placer se hacía tan penetrante que se acercaba al dolor durante unos segundos interminables.

      –Sí –la urgió él, clavando los dedos en ella y sumando así un nuevo dolor hasta que todo estalló con un cambio de postura de Jamie que la hizo gritar y gritar hasta enronquecer.

      –¡Oh, Dios mío! –jadeó–. ¡Jamie, Jamie…!

      –No puedo… –gimió él–. Olivia, yo…

      A Olivia se le aclaró la visión a tiempo de ver el gesto de inmenso placer de Jamie y la forma en la que se tensaban sus músculos mientras se hundía en ella al alcanzar el orgasmo.

      Al terminar, permaneció quieto y redujo la fuerza con la que la sujetaba. Olivia se permitió relajarse fijando la mirada en su reflejo con un estupefacto gesto de agotamiento.

      Jame abrió por fin los ojos y la observó durante largo rato antes de fruncir el ceño y seguir el curso de su mirada hasta el espejo. Se encontraron sus miradas y Jamie se quedó boquiabierto.

      –¡Santo Dios! –exclamó casi sin aliento.

      –Sí –susurró ella–. Lo sé.

      –¿Cómo has…? ¿Qué…?

      Olivia arqueo las cejas.

      Jamie bajó la mirada hacia el cuerpo de Olivia y la desvió de nuevo hasta el espejo.

      –¿Por qué demonios no me has dicho que había un espectáculo?

      Olivia comenzó a reír. Temblaba de tal manera que, al final, Jamie tuvo que separarse de ella para que pudiera tumbarse en el colchón. Su sexo se quedó frío sin él.

      –Muy bien, tenemos que volver a hacerlo. No es justo, Olivia.

      –Yo creo que también tú tenías una vista bastante buena.

      La sorpresa transformó su rostro, seguida por un adorable rubor.

      –Sí, tienes razón.

      Jamie agarró un pañuelo de papel para quitarse el preservativo y se desplomó de espaldas a su lado.

      –Me importa un bledo lo divertida o no que seas –le advirtió–. Llámalo como demonios te apetezca, pero eres alucinante.

      Olivia le dio un codazo en las costillas.

      –Cierra el pico.

      –Lo digo en serio. Ha sido… Ha sido de lo más excitante. Por lo menos, para mí.

      Olivia se volvió hacia él. Posó la rodilla en el muslo de Jamie y se presionó contra su costado. Este le pasó el brazo bajo la cabeza y la estrechó contra él. Su pelo revuelto parecía estar exigiendo una caricia, así que Olivia hundió los dedos en él y lo acarició hasta convertirlo en un mar de rizos salvajes.

      –Has cambiado mi vida. Lo digo en serio.

      A los ojos de Jamie no asomó ningún indicio de risa cuando se enfrentó a su mirada. Olivia fue entonces consciente de que en la mirada de Jamie siempre bailaba la risa, pero, en aquel momento, su expresión era serie, solemne.

      –Yo no… –comenzó a decir, pero se dio cuenta de que había estado a punto de revelar demasiado. No esperaba que aquella relación se prolongara y no quería asustarle–. Había pasado mucho tiempo desde la última vez y no estaba segura… –dijo en cambio.

      Jamie le tomó la mano y se la llevó a los labios para darle un cariñoso beso.

      –Yo también llevaba una buena temporada sin hacer nada parecido.

      –No es verdad –se burló ella–. Estamos trabajando con conceptos de tiempo diferentes.

      –Lo digo en serio. Ya no soy ese tipo. De verdad, ya no.

      –Jamie, te he visto. Prácticamente resplandeces cuando hay mujeres cerca.

      Jamie retuvo la mano de Olivia en la suya y la presionó contra su pecho.

      –Me gustan las mujeres. Eso no lo voy a negar.

      Olivia no podía esgrimir aquella verdad contra él. Sí, experimentó unos celos puros y candentes hacia todas aquellas mujeres que habían disfrutado con él, pero no podía enfadarse. ¿Quién iba a rechazarle? ¿Qué mujer tenía la fuerza de voluntad necesaria para resistirse?

      –Yo no tengo tanta experiencia como tú –susurró–. Pero lo has hecho todo muy fácil. Así que, gracias.

      Jamie la miró con recelo.

      –No estarás a punto de darme una placa antes de decirme que me largue.

      –¡No!

      –Pues eso se ha parecido un poco a un discurso de despedida.

      –No, era solo un agradecimiento. Te lo prometo.

      Jamie se incorporó apoyándose sobre un codo para poder mirarla. Alzó la mirada y Olivia se volvió para mirarle en el espejo. Se observaron el uno al otro en silencio durante un largo rato. Parecía más fácil mostrar los sentimientos en la distancia, de modo que Olivia le permitió ser testigo de lo que sentía cuando él deslizó los dedos a lo largo de su cuello y su pecho hasta posarlos sobre sus senos desnudos. Dibujó los pezones sin dejar de mirarla a los ojos mientras ella se dejaba envolver por aquella nueva vulnerabilidad. Jamie la hacía sentirse cálida, sexy, nerviosa y triste. Todo a la vez.

      La caricia de Jamie avanzó hacia el otro seno, descendió hasta el ombligo y trepó hasta los hombros. Para terminar, Jamie la agarró por la barbilla y la hizo volver el rostro hacia él. Le besó con tanta delicadeza que Olivia apenas sintió el roce de sus labios.

      –Sé que te levantas pronto, ¿quieres que me vaya?

      –No –respondió ella con excesiva prontitud, alarmada por la posibilidad de que se fuera.

      Aquella respuesta tan rápida hizo sonreír a Jamie.

      –Genial. Vamos a acurrucarnos.

      Olivia le dio un cachete en el hombro y se levantó.

      –Voy a cerrar la puerta con llave. El baño está ahí.

      Aunque comenzó a alargar la mano hacia la bata, se obligó a detenerse y dejó caer la mano. En vez de taparse, avanzó con los tacones, apagó las luces y se aseguró de que la puerta quedara bien cerrada. Se sentía extraña caminando desnuda por su cuarto de estar. Nadie podía verla, las persianas estaban bajadas, pero aun así… Estaba desnuda, con la piel fría y el sexo todavía henchido y le parecía algo temerario. A lo mejor debería hacerlo más a menudo. A lo mejor se había convertido en una


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