Implacable venganza. Kate WalkerЧитать онлайн книгу.
—¿Qué?
Intentó salir como pudo del pozo en el que estaba, obligándose a dirigir su mirada al hombre que tenía a su lado.
Constantine. Cerró los ojos para que él no viera sus sentimientos. Había terminado la ceremonia de cortar la tarta y la música había empezado a sonar otra vez.
—¿Quieres bailar conmigo?
Quiso decirle que no. Todos sus instintos le advertían que eso era lo mejor. Lo mejor que podía hacer era salir corriendo. No dejarse llevar por su atractivo. Porque sabía lo vulnerable que era. Porque sabía cómo reaccionaba su cuerpo ante su sola presencia. No podía arriesgarse…
—Sí.
¿Cómo podía haberle dado esa respuesta? ¿En qué estaba pensando? Grace no pudo encontrar una respuesta. Estaba actuando respondiendo a sus instintos, incapaz de racionalizar sus pensamientos.
Dejó que Constantine tomara su mano y la llevara a la parte del salón que habían dejado libre para el baile. Y cuando la música cambió a un ritmo más suave, dejó que él la estrechara entre sus brazos.
Entre sus brazos se sentía como si fuera el sitio donde había nacido. Como si fuera su hogar. El resto de la habitación, la gente que había a su alrededor, todo lo demás, parecía no existir para ella. No había nadie en el mundo más que aquel hombre, cuya fuerza la envolvía, y ella.
—Grace… —murmuró suavemente su nombre con la boca pegada a su cabello.
—No hables… —le susurró ella—. Abrázame.
Grace no sabía si solo era una canción que duraba una eternidad, o si habían encadenado varias. Lo único que sabía era que estaba perdida en un mundo de ensueño. Cuando la música dejó de sonar, y fue capaz de volver a la realidad, se dio cuenta de que habían abandonado el salón y estaban en el vestíbulo.
—¿Dónde…? —empezó a preguntarle confusa.
Cuando sus ojos pudieron enfocar de nuevo, se dio cuenta de que estaban sobre los peldaños de la escalera por la que se subía al piso de arriba, ocultos de la mirada del resto de los invitados.
El mundo de ensueño en el que se había metido se desvaneció de pronto, evaporándose como la niebla ante la presencia del sol. La realidad llegó con una fuerza y una velocidad que la dejó tambaleándose, estremeciendo su cuerpo casi de forma violenta.
—¿Qué hacemos aquí? No puedo…
—Grace… —Constantine la hizo callar poniéndole la mano en la boca—. Quiero estar a solas contigo unos segundos.
—¡Tú!
Grace apartó la cabeza de su mano. Sus ojos grises despedían llamas. Lo miró a los ojos y vio cómo bajaba los párpados, como para ocultarle sus emociones.
—¡Tú quieres! ¡Tú quieres! ¿Es que solo piensas en tus deseos? Me dices que quieres bailar conmigo, que quieres estar a solas conmigo…
—Me dio la impresión de que tú también lo deseabas.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Constantine bajó la cabeza hasta que su boca estuvo en su oído. La calidez de sus palabras acariciaron su piel cuando él susurró:
—Me dijiste que no hablara, que solo te abrazara.
Grace se arrepintió de sus palabras. Porque cuando Constantine se proponía algo era inamovible. Pero no podía ceder. Porque de hacerlo, él vería que la verdadera interpretación de los hechos era la que él había dado.
Pero tenía que protegerse. Él ya no sentía nada por ella. Lo único que ella podía reconocer que quedaba entre ellos era la pura atracción sexual. Una atracción que no era tan fácil de que se extinguiera. Y ella había dejado que Constantine viera que ella lo deseaba todavía y había decidido aprovecharse de la situación.
—Grace, nunca en mi vida he dejado que una mujer se fuera a casa sola a estas horas de la noche. Y no voy a empezar ahora. Ponte el abrigo. Te acompaño.
—¿Es que tengo otra elección? —con gesto de cansancio aceptó lo que le había sugerido.
—Ninguna —le respondió Constantine con un tono de satisfacción que parecía el ronronear de un tigre—. Sé que nos acabamos de conocer, pero insisto en que aceptes que te acompañe.
¿Qué?
Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que Constantine quería decir.
Recordó el motivo de aquella fiesta. Él le había dicho que cinco años antes no se conocían.
Al parecer, Constantine seguía cumpliendo las reglas impuestas para aquella fiesta. Todavía estaba fingiendo que se acababan de conocer.
De ser así, quizá podía arriesgarse a dejarle que la acompañara a casa. Constantine no pretendería aprovecharse de ella en su primer encuentro.
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