Mañana no estás. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
alguien necesite que le hagan daño, vaya.
Elspeth Sansom dijo:
—Siete en punto, esta tarde. —Mencionó lo que supuse que era un restaurante, en la rotonda Dupont—. Mi marido le va a dar cinco minutos. —Luego me volvió a mirar y dijo—: No venga vestido así o no le dejarán entrar.
Volvieron al Lincoln y se fueron. Tenía que matar tres horas. Tomé un taxi en la esquina de la calle 18 y la avenida Mass y encontré una tienda y compré un pantalón liso azul y una camisa azul a cuadros. Después anduve hasta un hotel que había visto dos manzanas al sur sobre la 18. Era un sitio grande, y bastante de lujo, pero los sitios grandes de lujo por lo general son los mejores para conseguir un pequeño aseo del que no quede registro. Hice un gesto con la cabeza al pasar frente a los empleados de la recepción y cogí un ascensor a un piso cualquiera y anduve por el pasillo hasta que encontré a una empleada de limpieza haciendo el servicio en una habitación vacía. Eran más de las cuatro de la tarde. La hora de check-in era a las dos. Por lo tanto la habitación iba a permanecer vacía esa noche. Quizás también la noche siguiente. Los hoteles grandes raramente están cien por cien llenos. Y los hoteles grandes nunca tratan muy bien a sus empleadas de limpieza. Por lo tanto a la mujer le alegró recibir treinta dólares en efectivo y tomarse una pausa de treinta minutos. Supuse que iría a la siguiente habitación de su lista y volvería después.
Ella no había llegado al baño todavía, pero había dos toallas limpias en el estante. Nadie sería capaz de usar todas las toallas que provee un hotel grande. Había un jabón todavía en su envoltorio junto al lavabo y media botella de champú en una repisa. Me lavé los dientes y me di una ducha larga. Me sequé y me puse mis pantalones y mi camisa nuevos. Pasé de uno a otro los contenidos de los bolsillos y dejé las prendas viejas en la papelera del baño. Treinta dólares por la habitación. Más barato que un spa. Y más rápido. Estaba de vuelta en la calle en el espacio de veintiocho minutos.
Caminé hasta Dupont y espié el restaurante. Cocina afgana, mesas exteriores en un patio al frente, mesas interiores detrás de una puerta de madera. Parecía ser el tipo de sitio que se iba a llenar de jugadores poderosos con ganas de gastar veinte dólares en un aperitivo que cuesta veinte céntimos en las calles de Kabul. Yo no tenía problemas con la comida pero sí con los precios. Calculé que hablaría con Sansom y después me iría a comer a algún otro sitio.
Anduve por la calle P hacia el oeste hasta el Rock Creek Park, descendí hasta quedar cerca del agua. Me senté en una piedra grande y plana y escuché la corriente por debajo de mí y el tráfico por arriba. Al pasar el tiempo el tráfico se escuchó más alto y el agua más baja. Cuando en el reloj de mi cabeza faltaban cinco minutos para las siete trepé de vuelta hacia arriba y me dirigí al restaurante.
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