De la noche al día. Arlene JamesЧитать онлайн книгу.
antigua amargura la embargó y continuó con sarcasmo.
–Así es como suele ser, pero no con mi «ex».
–Me temo que no lo entiendo.
Ella abandonó toda intención de comer y se reclinó contra el respaldo alzando la mirada hacia él.
–Nos casamos nada más acabar la universidad, los dos números uno y los dos ansioso por triunfar. Íbamos a comernos el mundo de los negocios. Nunca habíamos hablado de niños. Supongo que pensábamos comernos el mundo empresarial y después dedicarnos a la paternidad. Entonces pillé una terrible sinusitis y al médico se le olvidó decirme que aquellos antibióticos podían dejar sin efecto a la píldora. Al principio no podía creer que me hubiera quedado embarazada, pero en cuanto superé la conmoción, el instinto maternal empezó a funcionar, ¿lo entiendes?
–Sí. Yo también tengo un hijo.
Ella sonrió.
–Me alegro. Deseaba, bueno, en aquella época pensaba que sólo con que Derek se alegrara, todo sería maravilloso.
–Pero Derek no se alegró.
–Derek me dio la opción del aborto o el divorcio.
–Y le elegiste el divorcio.
–Elegí tener a mi hijo aunque significara tenerlo sola.
–O sea que también tienes un hijo.
–Lo tenía.
Un segundo más tarde, Morgan hizo lo que nadie había hecho nunca antes. Se levantó de su silla, rodeó la mesa, se arrodilló a su lado y le tomó las manos entre las suyas diciendo con suavidad:
–Lo siento mucho. ¿Quieres hablarme de él?
Capítulo 2
DENISE agarró el bolígrafo para escribir su nombre en la línea apropiada y a mitad del apellido se olvidó de lo que estaba haciendo. Su mente voló al instante en que él se había arrodillado delante de ella con los ojos tan cálidos y cargados de comprensión que parecieron fundir algo profundamente helado en su interior. No podía creer que, con las lágrimas rodándole por las mejillas, hubiera empezado a contarle el accidente, lo que se resentía, incluso ahora, de que los otros chicos hubieran sobrevivido y su hijo hubiera muerto en el acto. No se lo había contado a ningún ser humano hasta ese momento porque había sentido mucha vergüenza de su primera reacción. Ahora se preguntaba si cualquiera que no hubiera sido Morgan hubiera aceptado una confesión así sin juzgarla y la idea de que pudiera ser tan único le aterrorizó tanto que las manos le temblaron.
–¿Le pasa algo, señorita Jenkins?
La voz de preocupación de su secretaria le devolvió al presente.
–¿Se encuentra bien?
El color empezó a subirle a las mejillas, pero agarró el bolígrafo y disimuló.
–Nada. Sólo un calambre en el dedo. ¿Algo más, Betty?
–Recordarle su reunión con el señor Dayton.
Denise miró su reloj y se levantó, pero sin reprimir del todo su temor.
–Supongo que la reunión seguirá durante el almuerzo –dijo distraída–, así que puede adelantarse y tomar su descanso ahora. Me imagino que querrá ver cómo se encuentra su nieta.
Betty había estado recogiendo documentos de su mesa y el repentino cese de los movimientos de la eficaz secretaria alertó a Denise. Alzó la vista para encontrar la expresión de sorpresa de Betty antes de que la ocultara.
–Bueno, le iban a operar de anginas, ¿no?
–Sí, señora. Es sólo que… Gracias. Muchas gracias.
Denise la despidió con el ceño fruncido sin saber qué le irritaba más, que su secretaria pensara que no se enteraba de nada de lo que se comentaba en la oficina o su sorpresa de que ella demostrara un ápice de compasión.
Sin embargo, tenía que reconocer que no era muy propio de ella hacer comentarios personales. Sabiendo que Betty debía estar pensando lo mismo que ella, salió de su despacho encogiéndose de hombros.
Para cuando llegó al impresionante despacho de Chuck, el temor se había transformado en potente desagrado. Nunca le había gustado Chuck, pero las preferencias personales nunca habían jugado un papel en su carrera. ¿Qué diferencia había si el jefe o el subordinado era un gañán o un aburrido? ¿O que fuera un príncipe azul? Lo único que importaba al final en el mundo empresarial era el rendimiento. Punto. Pero aún así, no se podía quitar la aprensión.
Sabía que Chuck estaba a punto de dar un paso hacia ella. No sería el primero que había tenido que sortear ni el último. Denise consideraba aquellas situaciones desagradables como mera parte del trabajo. Venía con el territorio, por decirlo así, al ser una mujer en un mundo masculino. Era sólo un obstáculo más que no dejaría que se interpusiera entre ella y el éxito.
Pensarlo le sirvió de cierta ayuda, así que se cuadró mentalmente de hombros, saludó con la cabeza a la joven secretaria de Chuck y entró en la madriguera del león.
El «león» alzó la vista y esbozó una sonrisa radiante.
–¡Eh, Dennis, entra!
Denise trató de hacer sus movimientos fluidos al acercarse a la mesa. No había ninguna silla frente al escritorio. Para Chuck, ningún subordinado se sentaba delante de él mientras que a los superiores los acomodaba en la agradable zona de estar de la suite frente al ventanal.
Denise se cruzó de brazos.
–¿Quería verme?
Él le dirigió una mirada de superioridad y siguió leyendo sus papeles sólo para demostrar quién era el jefe. Cuando le pareció que ya la había tenido esperando suficiente tiempo, alzó la vista y sonrió.
–Tienes muy buen aspecto hoy.
Ella dejó pasar el cumplido sin comentarios y él se reclinó contra el respaldo disfrutando a sus expensas.
–¿Sabes? Realmente tienes que relajarte. Esa pose de reina del hielo es buena para los inferiores. Los mantiene en su sitio. Pero los de arriba estamos acostumbrados a vivir al sol. Nos gusta un poco de calor de vez en cuando y estoy seguro de que entiendes lo que quiero decir.
–¿Para qué quería verme?
Chuck frunció el ceño, se inclinó hacia adelante de nuevo y empezó con los detalles.
–Es acerca del nuevo minorista. He invitado a su representante a cenar el viernes en la posada de Ozark Springs. ¿Has estado allí ya?
–No.
–Bueno, pues es tu oportunidad de disfrutar de algunos lujos a expensas de la compañía. Creo que podré reservar alojamiento para una noche para ambos.
A Denise se le revolvió el estómago.
–Su esposa debería disfrutarlo.
–Mi mujer está acostumbrada a que el trabajo me retenga más de un día.
Chuck sonrió con gesto de picardía.
Denise hizo lo que pudo para no abrir la boca. En vez de eso, se obligó a sonreír y se pasó una mano por la frente.
–¡Vaya! Me gustaría que me hubiera avisado con más tiempo –dijo pensando con frenesí–. El viernes es… pasado mañana y yo… bueno, ya había hecho planes.
La sonrisa de su jefe desapareció.
–¿Qué tipo de planes?
–Planes personales.
Él contrajo el gesto.
–¿Una cita? ¿Me estás diciendo que tienes novio?
Lanzó un sonido