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Educación, filosofía y política en la Argentina 1560-1960. Juan Carlos Pablo BallesterosЧитать онлайн книгу.

Educación, filosofía y política en la Argentina 1560-1960 - Juan Carlos Pablo Ballesteros


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y el enfrentamiento de parcialidades irreconciliables que se inició ya con el de Moreno con Saavedra, que representaban ideas que nunca buscaron la conciliación. Parafraseando a Lincoln, la Argentina es una casa dividida contra sí misma; una “sociedad de opositores”, según la expresión de Ernesto Sábato. Este trabajo intenta mostrar la evolución de las ideas e instituciones que tuvieron la responsabilidad de formar personas decentes y abiertas a la comprensión de ideas diferentes sin renunciar a las propias, salvo que reconocieran que aquellas eran más razonables. Lamentablemente, en general, fracasaron porque no hubo un diálogo filosófico verdadero sino seguimiento de modas que rechazaban a las anteriores y la influencia de posturas políticas que no siempre tuvieron por objeto el interés y la unidad nacional.

      Capítulo I

      La filosofía, la política y los comienzos de la historia educacional argentina

      La objetividad y la valoración de los hechos históricos

      La Historia es una ciencia y, como toda ciencia sus conocimientos, deben tener validez universal, para lo cual deben ser objetivos. Sin embargo, como suele ocurrir en las llamadas Ciencias Humanas (lo mismo suele ocurrir con las Ciencias Sociales), el que la enseña (e incluso el que la estudia) lo hace desde una perspectiva personal, interpretando los hechos desde sus propios principios o creencias. No obstante, es necesario hacer el mayor esfuerzo posible por lograr la objetividad, que se encuentra en la realidad misma del hecho histórico (que ocurrió como ocurrió, más allá de nuestras interpretaciones). En los hechos o acontecimientos, no en palabras o conceptos. La necesaria contextualización incluye el nuevo uso que, con el tiempo, tienen los términos que se refieren a hechos históricos, para comprenderlos en el significado que tenían para los usuarios de entonces, ya que las palabras cambian de sentido o significado según el uso que se les da a lo largo de la historia.

      Hay varias formas de explicar qué es la Historia. A mí me parece mejor la hecha no por un historiador sino por un sobresaliente escritor clásico: don Miguel de Cervantes Saavedra: “Historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.” Quijote, I, IX. Esta descripción brinda muchos elementos para comprender también “para qué sirve” la historia de la Educación Argentina. Ya Cicerón había escrito que la historia es “maestra de la vida”, no solamente porque nos explica cómo sucedieron las cosas sino, sobre todo, porque nos dice qué puede pasar en el futuro. Quienes tienen una interpretación determinista de la historia sostienen que a iguales causas iguales consecuencias. La historia tendría un sentido que los hombres no pueden modificar, por lo que una correcta lectura del presente nos indicaría inexorablemente qué pasará en el futuro. No acepto esta interpretación determinista. Pero la historia sí nos muestra que, cuando algo sucede muchas veces de la misma forma, es al menos probable que vuelva a suceder de modo parecido. Así, si en un país o lugar determinado se han realizado dos o tres reformas educativas con similar contenido y finalidad, y éstas han fracasado, la historia nos indica que es probable que, si volvemos a hacer lo mismo, obtendremos el mismo resultado.

      Johan Huizinga escribió que la historia es la forma espiritual en que una cultura se rinde cuentas de su pasado. Pero esto debe hacerse sin ideologismos de facción, sin partidismos interesados y sin resentimientos que puedan perturbar el juicio libre del historiador. Solamente así se puede comprender el pasado y entender el presente, para prevenir el futuro.

      Cuando formulamos juicios de valor que se basan en nuestras convicciones éticas, políticas, religiosas o sociales, y que arraigan hondamente en nuestra concepción del mundo, sostiene Probst, la objetividad es no sólo imposible, sino hasta inconveniente, pues quitaría a nuestra labor de reconstrucción del pasado la espontaneidad, el entusiasmo y la pasión que debe animar toda obra humana.

      Si se formula, por ejemplo, un juicio de valor sobre una época de la historia, la divergencia de criterios es perfectamente aceptable y legítima. Un historiador puede sostener que el reinado de Carlos III fue funesto para España, porque las tendencias afrancesadas y masónicas que predominaron durante el mismo significaron una traición a la tradición hispánica. Otro, por el contrario, puede sostener que al absolutismo ilustrado de Carlos III y de sus ministros se debieron muchas iniciativas que abrieron a su postrado reino una nueva era de progreso. Ambos puntos de vista, concluye Probst, son perfectamente legítimos.


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