Susurran tu nombre. Alex NorthЧитать онлайн книгу.
del descampado al mismo tiempo que los demás agentes. Y una vez que hubo dejado atrás la oscuridad, la luminosidad decolorada de las farolas de la calle le resultó extrañamente mareante. En el ambiente había un leve zumbido de vida que estaba ausente en el silencio del descampado.
Instantes después, sin nada mejor que hacer en aquellos momentos, dio media vuelta y echó a andar por donde acababa de venir.
No sabía muy bien hacia dónde iba, pero se encontró sin darse cuenta caminando hacia un lado, en dirección a la vieja cantera que se abría en uno de los extremos del descampado. A oscuras, aquello era terreno peligroso, de modo que se dirigió hacia el grupo de linternas del equipo de búsqueda que se disponía a iniciar sus trabajos en la cantera. Mientras unos agentes recorrían el borde y enfocaban las linternas hacia la ladera mientras seguían llamando a Neil, el grupo al que se había acercado Pete estaba consultando mapas y preparando el descenso por el abrupto sendero que conducía hacia el fondo. Cuando Pete llegó junto a ellos, un par de hombres levantaron la cabeza.
—¿Señor? —dijo uno de ellos reconociéndolo—. No sabía que hoy estuviera de guardia.
—Y no lo estoy. —Pete levantó la cinta de la valla de protección para pasar, se agachó y se sumó a ellos, vigilando dónde ponía el pie—. Pero vivo al servicio de este pueblo.
—Entendido, señor —contestó el agente con ciertas dudas.
No era habitual que un inspector se presentara para llevar a cabo un trabajo duro y monótono como aquel. La inspectora Amanda Beck estaba coordinando la incipiente investigación desde su despacho en el departamento y el equipo de búsqueda que exploraba sobre el terreno estaba integrado principalmente por agentes sin rango. Pete imaginó que tenía muchas más horas a sus espaldas que cualquiera de ellos, pero aquella noche quería ser simplemente uno más. Había desaparecido un niño, lo que significaba que había que encontrar a un niño. El agente que acababa de interpelarlo tal vez era demasiado joven para recordar lo que había sucedido con Frank Carter hacía ya dos décadas y para comprender por qué a nadie debía sorprenderle encontrar a Pete Willis trabajando en circunstancias como aquella.
—Vigile por dónde pisa, señor. El terreno es un poco inestable.
—No se preocupe.
Y también lo bastante joven como para considerarlo también un viejo, al parecer. Seguramente no había visto nunca a Pete en el gimnasio del departamento, que visitaba cada mañana antes de empezar a trabajar. A pesar de la diferencia de edad, Pete apostaría lo que fuera a que podía levantar más peso que aquel joven en cualquier máquina. Vigilaba por dónde pisaba, efectivamente. Vigilarlo todo, incluso a sí mismo, era una reacción instintiva en él.
—De acuerdo, señor, bueno, el caso es que estamos a punto de bajar. Coordinándolo todo.
—No soy el responsable de la operación. —Pete apuntó con la linterna el sendero para inspeccionar el escabroso terreno. El haz de luz alcanzaba una distancia muy corta. El lecho de la cantera no era más que un enorme agujero negro—. Su superior es la inspectora Beck, no yo.
—Sí, señor.
Pete siguió mirando hacia abajo, pensando en Neil Spencer. Las rutas más probables que podía haber seguido el niño ya habían sido identificadas. Se habían recorrido las calles. Se habían puesto en contacto con sus amigos y no habían sacado aún nada en claro. Si la desaparición del niño era resultado de un accidente o de una desgracia, la cantera era el único lugar que quedaba donde tenía algún sentido encontrarlo.
Pero el mundo negro que se extendía bajo sus pies se percibía completamente vacío.
No podía saberlo con seguridad, al menos aplicando la lógica. Pero sabía por instinto que no encontrarían a Neil Spencer allí.
Que muy posiblemente no lo encontrarían nunca.
Tres
—¿Recuerdas lo que te conté? —dijo la niña.
Lo recordaba, pero Jake se esforzaba por ignorarla. Todos los demás niños del Club 567 estaban fuera, jugando al sol. Se oían los gritos y el sonido del balón de fútbol rodando por el asfalto y, de vez en cuando, un golpe sordo contra la pared del edificio. Pero él seguía sentado dentro, trabajando en su dibujo. Habría preferido quedarse solo para acabarlo.
No es que no le gustara jugar con la niña. Claro que le gustaba. De hecho, era la única que quería jugar con él la mayoría de las veces y, en condiciones normales, se alegraba de verla. Pero aquella tarde la niña no tenía ganas de jugar. De hecho, estaba muy seria, y a Jake no le gustaba eso nada de nada.
—¿Lo recuerdas bien?
—Supongo.
—Pues entonces, dilo.
Jake suspiró, dejó el lápiz y se quedó mirándola. Iba vestida, como siempre, con un vestido de cuadros azules y blancos, y en la rodilla derecha tenía aquel rasguño que nunca acababa de cicatrizar. Mientras que las otras niñas siempre iban con el pelo limpio, peinado con una melenita hasta los hombros o recogido en una cola de caballo alta, el de aquella niña se proyectaba alborotado hacia un lado y parecía no haber visto un cepillo en mucho tiempo.
Por la cara que puso la niña, era evidente que no pensaba rendirse, de modo que Jake le repitió lo que ella le había contado.
—Si dejas la puerta entreabierta…
Era sorprendente que se acordara, la verdad, puesto que no había hecho ningún esfuerzo especial para memorizar aquellas palabras. Pero, por algún motivo, las recordaba. Sería por el ritmo. A veces, oía una canción por la CBBC y acababa repitiéndola mentalmente durante horas. Su padre le había dicho que aquello se conocía como «gusano musical», y Jake se había imaginado entonces los sonidos abriendo un orificio en un lateral de su cabeza y abriéndose paso hacia el cerebro.
Cuando hubo terminado, la niña asintió, satisfecha. Y Jake volvió a coger el lápiz.
—¿Y qué significa? —preguntó.
—Es un consejo. —La niña arrugó la nariz—. O algo así. Los niños lo decían cuando yo era pequeña.
—Ya, ¿pero qué significa?
—Es simplemente un buen consejo —dijo la niña—. En el mundo hay mucha gente mala. Y muchas cosas malas. Así que es bueno recordarlo.
Jake frunció el ceño y se puso a dibujar de nuevo. Gente mala. En el Club 567 había un niño mayor, que se llamaba Carl, que a Jake le parecía muy malo. La semana anterior, Carl lo había arrinconado mientras estaba construyendo una fortaleza de Lego y luego se había quedado allí, cerniéndose sobre él como una sombra gigantesca.
—¿Por qué siempre viene a recogerte tu padre? —le había preguntado Carl, a pesar de conocer de sobra la respuesta—. ¿Será porque tu madre está muerta?
Jake no le había respondido.
—¿Y qué pinta tenía cuando la encontraste?
Había seguido sin responderle. Excepto en pesadillas, nunca pensaba en la sensación que había experimentado aquel día cuando había encontrado a su madre. Si lo hacía, se le alteraba el ritmo de la respiración y empezaba a emitir ruidos raros. De lo que le resultaba imposible huir, sin embargo, era del hecho de que su madre ya no estaba allí.
Aquello le hizo recordar tiempos muy pasados, un día que asomó la cabeza por la puerta de la cocina y la vio cortando un pimiento rojo por la mitad y extrayendo la parte central.
—Hola, mi niño bonito.
Eso fue lo que le dijo en cuanto lo vio. Siempre lo llamaba así. Y la sensación que tuvo al recordar que estaba muerta vino acompañada por un sonido parecido al de aquel pimiento, como algo que se desgarra con un «poc» y te deja un vacío.
—La verdad es que me gusta verte llorar como un bebé —había declarado Carl,