El milagro del yoga. Ramiro CalleЧитать онлайн книгу.
con la persona-real que todos llevamos dentro, sin dejarnos confundir o absorber por la persona-aparente; es saborear la esencia que hay en uno, establecerse en el observador. Conocerse es percibir la auténtica naturaleza interior y dejarse guiar por ella; es descubrir nuestros mecanismos internos, las causas de los mismos y las causas de esas causas; es remontar la corriente de los pensamientos y encontrar su fuente y la fuente de esa fuente; es percibir el yo superior que hay detrás de las envolturas que son el cuerpo (vital o energético), la mente y las emociones. Conocerse es tomar consciencia de esa unidad interna y de su conexión con la unidad cósmica; es experimentar la potencia macrocósmica en el propio microcosmos y comprender el rol que uno interpreta en la representación universal, asumir con consciencia el propio dharma y tratar de ganar lucidez y compasión.
El autoconocimiento, en el más alto sentido, es autorrealización, y la autorrealización es sabiduría. Realizarse es hacer real lo que en uno nunca dejó de serlo. Para los yoguis, la experiencia de ser (o no-ser) representa el más elevado autoconocimiento, pero, para llegar a la expresión más alta del mismo, se debe pasar por otras inferiores, recorriéndolas estación tras estación en el viaje hacia los adentros, atravesando, como especifica el maestro Eckhart, capa tras capa hacia lo más hondo del ser. Se trata de un autoconocimiento que no solo es debido al análisis intelectual, sino que se apoya también en una visión intuitiva y conectada con la vida interior. En ese sentido, la expresión más elevada y trascendente se conoce como autoconocimiento yóguico. El autoconocimiento meramente analítico o intelectual es muy parcial e incompleto, y está lleno de fisuras, pues conocer a través de un ego condicionado reporta un conocimiento condicionado. No se trata solo de percibir los propios complejos, traumas, agujeros psicológicos y frustraciones, sino de conocer lo que está detrás de todo ello. Tampoco se trata de obviarlos, desde luego, sino de desenmascararlos intrépidamente para transformarlos, yendo más allá del sustratum psíquico. Para esto hay que observarse sin juicios ni prejuicios, indagar, meditar, sentir al que siente, conocer al que conoce, y en último término, ir a la fuente de uno mismo.
A veces, la autobservación es dolorosa, porque uno ve lo que tanto tiempo se ha empeñado en ocultar para seguir jugando al escondite consigo mismo. Es un camino de sangre, dijo Jung, pero solo mediante ese mirar atento y desprejuiciado, superando los «puntos ciegos» y las resistencias, podemos comprender qué es adquirido y qué es real. Hay que estar atento y receptivo, sin incurrir en la autorrecriminación ni la autoindulgencia. No es un proceso fácil, porque el ego se levanta con todo su arsenal de defensas, se afianza aún más para boicotear una búsqueda que le debilitará en grado sumo. Pese a esto, el yogui no se amedranta y prefiere, en palabras del Buda, «morir en el campo de batalla que vivir una vida de derrota».
Mediante el autodominio sano, la observación de sí y el autoconocimiento, nos iremos desplazando de lo aparente y adquirido a lo real, de las «envolturas» al ser. Así, el yogui se adentra en cuatro sendas:
1 La observación de sí. Todos los descubrimientos se hacen a través de la observación. Mediante la observación y el examen de uno mismo, uno se va descifrando y conociendo. Esta observación de sí, que incluye la vigilancia de mente, palabra y obra, tiene que ser lo más aséptica posible, evitando la autorrecriminación y la autocomplacencia. A través de la senda de la observación de sí, uno penetra en la del autoconocimiento.
2 El autoconocimiento. Durante este proceso, uno va comprendiéndose para superar autoengaños y justificaciones falaces. Se aprende a conocer las reacciones egocéntricas, los agujeros psicológicos, las carencias emocionales, el influjo implacable de las pulsiones e impregnaciones inconscientes, y todo aquello nocivo e insano presente en uno mismo. Con la comprensión de ese lado oscuro, esos lastres o impedimentos, uno puede comenzar a transformarse. Ahora bien, se trata de conocer al conocedor. El propósito elevado del yogui es descifrar y descubrir su propia identidad, como sea que queramos denominarla.
3 La transformación. Para poder sustraer una espina, hay que saber dónde se encuentra ubicada. Solo en la media en que uno va descubriendo lo que hay que transformar, puede ponerse manos a la obra para llevarlo a cabo. El cambio interior, la mutación psíquica, sin duda es difícil, pero resulta imposible si no sabemos qué hay que cambiar. Por eso, la transformación interior tiene por objeto poder abrir una brecha de luz en la espesa niebla de la mente para poder ver la Realidad y sacar lo mejor de nosotros mismos.
4 La autorrealización. Una cosa es egorrealización y otra autorrealización. Para poder obtener la percepción de la Realidad, los grandes maestros nos han dejado sus enseñanzas, que han sido transmitidas oralmente (aunque existen numerosos textos que encierran un hondo conocimiento espiritual). La verdadera autorrealización sucede cuando uno puede ir más allá de su asfixiante ego. Aunque el yoga proporcione bienestar psicofísico y procure un estado de sosiego y plenitud –eso es indiscutible–, es sobre todo una senda hacia la transformación y la libertad interior. No cabe duda de que es un método de mejoramiento humano, el primero del Orbe, pero es principalmente una técnica para el desarrollo del entendimiento correcto y la realización del Sí-mismo.
La introspección: el descubrimiento interior, la quietud y la presencia
Descubrirse interiormente es una de las más hermosas motivaciones que el ser humano puede tener. Al descubrirnos a nosotros mismos, no solo descubrimos a los demás, sino también las leyes del universo; somos capaces de discernir entre el yo esencial y el no-yo. Buscando en lo profundo, ahondando en el origen del pensamiento, llegamos al testigo que observa sin implicarse. Esta búsqueda introspectiva nos conducirá al lado más genuino y tranquilo de nosotros mismos. La autoindagación nos permitirá ver el rostro original. ¿Quién soy yo? ¿Quién se esconde en este cuerpo que día a día envejece, tras esta mente voluble y cambiante, tras este sistema emocional en continua efervescencia? El yogui desea liberarse de sus envolturas psicosomáticas para poder establecerse en su energía de Ser y poder vivir a través de ella con independencia y sosiego.
Vichara es la intensa autoinvestigación impulsada por el anhelo de encontrar respuesta al ¿quién soy yo? ¿Quién es este que se arropa tras un nombre convencional y está dominado por un manojo de hábitos y tendencias? ¿Quién es asaltado por emociones y pensamientos? ¿Quién reacciona?
Mediante esta indagación, retrotrayéndose a estas preguntas con el deseo ardiente de llegar a lo profundo, el yogui empieza a trasladarse de la periferia al centro, de lo aparente a la presencia real. Esta implacable autoindagación que impone la técnica del vichara nos ayuda a separarnos de los procesos psíquicos y a permanecer en la energía del observar inafectado. Se rompe la identificación ciega y mecánica.
Indagación ardiente sí, pero con paciencia y ecuanimidad. La respuesta puede tardar años, pero en su momento aparecerá como un «golpe de luz», un insight profundo y transformador. Se obtendrá de manera intuitiva e implosiva, a través de una percepción muy profunda de la naturaleza real. No aparecerá formulada en palabras ni conceptos. A todo este respecto, la Kena Upanishad nos dice:
¿Qué induce a la mente a vagar en pos de su designio? ¿Quién impele a la vida a impulsar su viaje? ¿Quién nos mueve a expresar estas palabras? ¿Qué espíritu se oculta tras el ojo y el oído?
Es el oído del oído, el ojo del ojo y el habla del habla; la mente de la mente y la vida de la vida. Los que siguen el camino de la sabiduría pasan más allá y, al dejar este mundo, alcanzan la inmortalidad.
Se trata de una búsqueda, una llamada, una súplica insistente para que la persona real se manifieste: ¿quién soy yo? El yogui lanza la pregunta a los abismos del ser y espera una respuesta. La pregunta puede permanecer presente en cualquier momento, lugar o circunstancia. Hay un estado de espera a la vez paciente y vigoroso; un anhelo de encuentro con el que se esconde tras el nombre y la forma que hacen posible toda actividad psíquica. Río, sufro, deseo, padezco, pero ¿quién soy yo? ¿A quién se le ocurren los pensamientos? Se activa el discernimiento que conecta con la presencia más allá de lo que se experimenta. Este se va agudizando y purificando, y empieza a actuar en niveles muy profundos e inteligentes, discriminando entre lo esencial y lo accesorio, lo transitorio y lo real, y actualizando poco a poco la energía de la intuición