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Placer y negocios. Diana WhitneyЧитать онлайн книгу.

Placer y negocios - Diana Whitney


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equivocado al ver su bolsa bajo uno de los bancos de la sala de aparatos.

      También se imaginaba que ella habría presenciado su patética actuación en el parque, y que le habría resultado divertida. Su ego no le permitía dejar que ella creyera que él era tan inepto como para haberse hecho daño de verdad, así que se había decidido a subir allí, dispuesto a mostrarle un nuevo acto de machismo.

      Ella, sin duda, sabría valorar su esfuerzo. Las mujeres siempre apreciaban las muestras de poderío masculino. Y a Rick le gustaba que ellas le admiraran. Incluso aunque no lo mereciera.

      Lentamente, dolorosamente, se agachó hacia un banco de levantamiento de pesas, y estiró sobre el su cuerpo mientras apoyaba los pies en el suelo. Una percha sobre su cabeza sujetaba una barra con pesas a los extremos. No se había ejercitado demasiado en los diez años anteriores, pero en la universidad era capaz de levantar con facilidad más de cincuenta kilos, así que no se le ocurrió mirar el peso de aquel aparato. Además, aunque hubiese querido, la realidad era que no se podía mover.

      Inspiró hondo, puso los dedos en torno a la barra de pesas que tenía sobre la cabeza y esperó. Minutos después, Catrina salió del vestuario con ropa de calle, y llevando la ropa de deportes bajo el brazo. Rick comprobó que se había quitado las medias rotas, y mostraba sus piernas desnudas, blancas y exquisitamente atractivas. Ella ni siquiera lo miró, y dirigiéndose hacia donde estaba su bolsa de deportes, guardó la ropa, después sacó las zapatillas de debajo del banco y las ató al asa de la bolsa. Se notaba que estaba claramente preocupada. Los labios apretados, el ceño fruncido en señal de concentración. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas por el contacto con el agua caliente. Rick pensó que era probablemente la mujer más bella que había visto en su vida. Se aclaró la garganta:

      —Hola otra vez —ella se dio la vuelta llevándose la mano al cuello por la sorpresa, en un gesto de vulnerabilidad que él encontró sorprendentemente atractivo—. Nuestros caminos continúan cruzándose —asió con fuerza la barra de las pesas y fingió una sonrisa mientras su espalda protestaba de dolor—. Asombroso, ¿no es cierto?

      Ella movió la cabeza y lo miró:

      —Sí, asombroso.

      —Te habría acompañado en el parque, pero no quería que te sintieras mal si comprobabas que no eras capaz de seguir mi ritmo.

      Ella entonces sonrió.

      —Estoy segura de que me habrías hecho tragar el polvo, suponiendo, por supuesto, que hubieses conseguido mantenerte en pie.

      Bueno, al menos aquello demostraba que le había estado mirando, pensó él tratando de consolarse.

      —Un pequeño contratiempo. ¿Nunca has tenido una china en el zapato?

      —¿Una china?

      —Endiabladamente punzante. Se metió justo debajo de mi talón. Ya sabes cómo son estas cosas.

      Entre los labios de Catrina apareció un destello blanco como si estuviera mordiéndose el labio para tratar de contener una sonrisa.

      —Por supuesto.

      —Y además de hacer jogging, ¿qué más haces para pulirte?

      —¿Pulirme?

      —Ya sabes, tonificar los músculos.

      —Ah, bueno, me gusta jugar al tenis. O al menos me gustaba. Ahora tengo poco tiempo.

      Una pista. Rick se agarró a ella:

      —Eso es asombroso. El tenis es mi especialidad —tomar una pelota, golpearla con una raqueta. ¿Qué dificultad podía tener?—. Tal vez podríamos echar una partida alguna vez.

      —Tal vez.

      Ella se estaba ablandando. Él podía comprobarlo en sus ojos.

      —Deberías probar a levantar pesas, también. Es estupendo para el sistema cardiovascular —como para probar su afirmación levantó con un gruñido la barra de pesas, y sintió que algo crujía en la base de su espina dorsal. Los brazos se le desplomaron con si fueran espaguetis cocidos y la barra le cayó sobre el pecho.

      —¿Te encuentras bien?

      Él abrió la boca consiguiendo introducir algo de aire en sus pulmones:

      —Quería… —sus palabras iban acompañadas de un extraño siseo que provenía de algún lugar en su interior— …hacer eso.

      —¿Por qué? —preguntó ella sorprendida.

      Le llevó unos segundos poder contestar:

      —Bajar las pesas… —siseó— …y después levantarlas —volvió a sisear—. Así es… como funciona.

      —Ya veo —murmuró ella, claramente escéptica—. Bueno, te dejo con tu calentamiento.

      Rick sonrió, y consiguió con dolor asentir con la cabeza.

      —Si ves a Frank Glasgow, ¿podrías… decirle que suba?

      —Por supuesto —volvió a echarle una ojeada, después levantó algo más su bolsa y se fue.

      Tras lo que le pareció una pequeña eternidad, Frank asomó la cabeza en el gimnasio.

      —¿En qué puedo ayudarte?

      —Podrías quitarme esta… maldita cosa de encima —dijo entre dientes—, y después, llévame al hospital… creo que me he roto una costilla.

      —Te lo aseguro, Gracie, es absolutamente enervante. Cada vez que me doy la vuelta, ahí está él. Y además me envía regalos.

      —¿Regalos? —Gracie abrió desmesuradamente los ojos—. ¿Quieres decir diamantes, perfumes y abrigos de pieles?

      —Bueno, no —Catrina se aclaró la garganta y miró hacia otro lado—. Ejem, unos panties —unas medias caras en un paquete atado a una docena de globos de helio de colores que le habían llegado directamente a su casa de la mano de un mensajero uniformado que se había enfadado cuando ella rechazó el envío.

      Gracie parpadeó.

      —Oh, Dios mío, eso suena muy personal.

      —De hecho fue una especie de broma personal. Verás, es que se me cayeron las monedas en la tienda de café, y me hice un agujero en la rodilla de mi… —poniéndose colorada de pronto, Catrina cerró la boca de golpe al ver la mirada jocosa de Gracie—. No tiene importancia, lo que importa es que creo que me está acechando.

      —¿Acechándote? —bromeó Gracie—. Tal vez se trate tan solo de que le gustas. Después de todo, eres una chica muy atractiva.

      —Bueno, pero a mí no me gusta.

      Ella levantó una ceja:

      —¿Ni siquiera un poquito?

      —Tengo que reconocer que es un hombre atractivo, pero no se trata de eso. No estoy interesada en ningún hombre, atractivo o no.

      —¿Te van más las mujeres?

      —¡Gracie! —Catrina se rio y agitó la cabeza—. Sabes bien lo que quiero decir. Acabo de salir de una mala relación, y desde luego no tengo intención de meterme en otra.

      —¿Entonces por qué no te metes en una buena relación?

      La sonrisa de Catrina se desvaneció:

      —Ese tipo de relaciones no existen —dijo con firmeza y convencimiento—. Mi madre vivió dos horribles matrimonios. Dos hombres la utilizaron, abusaron de ella y después la abandonaron. Mi hermana mayor se divorció de un hombre tan egoísta y narcisista que prefirió marcharse a Europa antes de tener que hacerse cargo de su propio hijo, y yo terminé con un tipo que creía que las mujeres deberían haber nacido con plumeros en lugar de brazos, y con una nevera para cervezas pegada a la espalda. Muchas gracias, pero Heather y yo estamos mejor solas.

      —No todos los hombres son gallinas adolescentes.


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