Ética demostrada según el orden geométrico. Baruj SpinozaЧитать онлайн книгу.
recaían indistintamente sobre píos e impíos, no por ello desistieron de su inveterado prejuicio. Pues les fue más fácil poner esto entre otras cosas desconocidas, cuyo uso ignoraban, y mantener así su actual e innato estado de ignorancia, que destruir toda aquella fábrica y excogitar otra nueva. De ahí que sostuvieran como cierto que los juicios de los dioses superan con mucho el alcance humano. Esto, sin duda, habría sido la única causa de que la verdad hubiese permanecido eternamente oculta para el género humano. Pero las matemáticas, que versan no sobre los fines, sino solo sobre las esencias y las propiedades de las figuras, han mostrado a los hombres otra norma de verdad. Y aparte de la matemática se pueden asignar también otras causas (cuya enumeración es aquí superflua) por las que pudo hacerse que los hombres24 rechazasen estos prejuicios comunes [80] y fuesen guiados hacia el verdadero conocimiento de las cosas.
Con esto he explicado suficientemente lo prometido en primer lugar. Sin embargo, para mostrar ahora que la naturaleza no tiene ningún fin prefijado y que todas las causas finales no son nada más que ficciones humanas, no es preciso mucho. Pues creo que esto ya consta suficientemente, tanto en virtud de los fundamentos y causas de los que hemos mostrado que surge este prejuicio, como en virtud de la proposición 16 y los corolarios de la proposición 32, y además en virtud de todo aquello por lo cual he mostrado que todas las cosas de la naturaleza proceden con una cierta necesidad eterna y con una perfección suma. Mas añadiré aún que esta doctrina acerca del fin subvierte por completo la naturaleza, pues considera como efecto lo que en realidad es causa, y viceversa25. Además, trueca en posterior lo que por naturaleza es anterior. Y, por último, convierte en imperfectísimo lo que es supremo y perfectísimo. Pues (omitiendo los dos primeros puntos, que son manifiestos de por sí), como consta en virtud de las proposiciones 21, 22 y 23, es perfectísimo el efecto producido inmediatamente por Dios, y algo es tanto más imperfecto cuantas más causas intermedias precisa para ser producido. Mas si las cosas inmediatamente producidas por Dios hubiesen sido producidas a causa de que Dios alcanzase su fin propio, entonces necesariamente las últimas, por cuya causa han sido hechas las anteriores, serían las más excelentes de todas. Además, esta doctrina suprime la perfección de Dios, pues si Dios obra por un fin, entonces necesariamente apetece algo de lo que carece. Y aun cuando los teólogos y los metafísicos distingan entre fin de indigencia y fin de asimilación, confiesan, no obstante, que Dios ha obrado todas las cosas por sí, mas no por las cosas que iban a ser creadas. Pues, aparte de Dios, no pueden asignar nada, antes de la creación, por lo que Dios obrase. Y así se ven forzados necesariamente a confesar que Dios carecía de aquellas cosas para cuya consecución quiso disponer los medios, y que las deseaba, como es claro de por sí. Tampoco se ha de olvidar aquí que los seguidores de esta doctrina, que han querido exhibir su ingenio asignando fines a las cosas, han introducido un nuevo modo de argumentar para probar esta doctrina suya, a saber, la reducción no a lo imposible, sino a la ignorancia, lo que muestra que no había ninguna otra manera de argumentar en su favor. Pues si, por ejemplo, cayese desde lo alto, sobre la cabeza de alguien, una piedra, y lo matase, demostrarán que la piedra ha caído para matar a ese hombre del siguiente modo. Si no ha caído con ese fin, [81] queriéndolo Dios, ¿de qué modo han podido concurrir tantas circunstancias al azar (y a menudo concurren muchas simultáneamente)? Tal vez responderéis que sucedió porque soplaba el viento y ese hombre pasaba por allí. Pero insistirán, ¿por qué soplaba el viento en ese momento? ¿Por qué ese hombre pasaba por allí entonces? Si de nuevo respondéis que el viento se había levantado porque el mar, estando el tiempo aún tranquilo, había empezado a agitarse el día anterior, y que ese hombre había sido invitado por un amigo, seguirán insistiendo, pues el preguntar no finaliza nunca, ¿por qué se agitó el mar?, ¿por qué fue invitado el hombre en ese momento? Y así, no dejarán de preguntar por las causas de las causas, hasta que os refugiéis en la voluntad de Dios, esto es, en el asilo de la ignorancia. Así, también cuando ven la fábrica del cuerpo humano quedan estupefactos y concluyen, pues ignoran las causas de tanto arte, que está fabricada con arte no mecánico, sino divino o sobrenatural, y que está constituida de modo tal que ninguna parte perjudique a otra. Y de aquí resulta que quien investiga las verdaderas causas de los milagros y trata de entender las cosas naturales como sabio, pero no admirarlas como un necio, pasa por hereje y es tenido por impío, y proclamado tal por aquellos a quienes adora el vulgo como intérpretes de la naturaleza y de los dioses. Pues saben que una vez suprimida la ignorancia26 se suprime el estupor, esto es, el único medio que tienen para argumentar y preservar su autoridad27. Pero dejo esto y paso a lo que me he propuesto tratar aquí en tercer lugar.
Después de que los hombres se persuadieran a sí mismos de que todo cuanto se hace, se hace para ellos, debieron juzgar que lo principal en toda cosa es lo que a ellos les resulta más útil, y debieron estimar como las más principales aquellas por las que son mejor afectados. De donde debieron formar las nociones con las que explican la naturaleza de las cosas, a saber, bien, mal, orden, confusión, calor, frío, belleza, deformidad. Y como se consideran a sí mismos libres, de ahí han surgido estas nociones, a saber, alabanza y vituperio, pecado y mérito. Pero estas las explicaré más adelante, después de haber tratado de la naturaleza humana; explicaré ahora brevemente aquellas. Han llamado bien a todo lo que conduce a la salud y al culto de Dios. En cambio, a lo que es contrario a esto lo han llamado mal. Y como quienes no entienden la naturaleza de las cosas sino que tan solo la imaginan, nada afirman de las cosas y toman a la imagina-[82]ción por el intelecto, creen firmemente que en las cosas hay un orden, pues son ignorantes de la naturaleza de las cosas y de la suya propia. Pues decimos que están bien ordenadas cuando están dispuestas de manera tal que, al representárnoslas por los sentidos, podemos imaginarlas con facilidad y, en consecuencia, recordarlas fácilmente28. Pero decimos que esas mismas cosas están mal ordenadas, o que son confusas, si sucede lo contrario. Y puesto que las cosas que podemos imaginar fácilmente nos son más gratas que las demás, los hombres prefieren el orden a la confusión, como si en la naturaleza el orden fuese otra cosa que una relación con nuestra imaginación. Y dicen que Dios lo ha creado todo con un orden, y de este modo atribuyen, sin saberlo, imaginación a Dios. A no ser, tal vez, que pretendan que Dios, providente con la imaginación humana, ha dispuesto todas las cosas de manera tal que puedan ser imaginadas fácilmente. Y quizás tampoco les contenga el hecho de que se constatan infinitas cosas que superan con mucho a nuestra imaginación, y más aún que la confunden debido a su debilidad. Pero de esto basta con lo dicho. Las demás nociones como estas no son tampoco sino modos de imaginar por los que la imaginación es afectada de diversos modos, mas son consideradas por los ignorantes como los principales atributos de las cosas. Porque, como ya hemos dicho, creen que todas las cosas han sido hechas para ellos. Y a la naturaleza de una cosa la llaman buena o mala, sana o pútrida y corrupta según sean afectados por ella. Por ejemplo, si el movimiento que los nervios reciben de los objetos representados por los ojos conduce a la salud, los objetos que lo causan son llamados bellos; los que provocan un movimiento contrario, deformes; los que mueven el sentido por medio de la nariz, aromáticos o fétidos; los que por la lengua, dulces o amargos, sabrosos o insípidos, etc.; los que por el tacto, duros o blandos, ásperos o lisos, etc. Y por último, de los que mueven el oído se dice que producen ruido, sonido o armonía, la última de las cuales ha enloquecido a los hombres hasta el punto de creer que Dios se deleita también con ella. Y no faltan filósofos que se han persuadido de que los movimientos celestes componen una armonía, lo que muestra sobradamente que cada cual juzga acerca de las cosas según la disposición de su cerebro o, mejor, que toma por cosas las afecciones de su imaginación. Por lo que no es de admirar (anotemos también esto de pasada) que hayan surgido entre los hombres todas las controversias que experimentamos y por último, entre ellas, el escepticismo. Pues aunque los cuerpos humanos convengan en muchas cosas, discrepan, no obstante, en muchas [83] más. Y por esto, lo que a uno le parece bueno, a otro le parece malo; lo que a uno ordenado, a otro confuso; lo que a uno agradable, a otro desagradable; y así con lo demás, que omito aquí no solo por no ser este el lugar para tratarlo expresamente, sino porque todos tienen la suficiente experiencia de ello. Pues en boca de todos están los dichos de que hay tantas opiniones como cabezas, de que cada cual abunda en su opinión, de que no hay menos diferencia entre cerebros que entre paladares, sentencias estas que muestran suficientemente que los hombres juzgan acerca de las cosas según la disposición