Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi RiceЧитать онлайн книгу.
favor, dime que no le has hablado a Jack de nosotros.
El encuentro con Luke Devereaux fue tan humillante que no se lo había contado a nadie. Ni siquiera a Mel, a quien normalmente se lo contaba todo.
¿Pero cómo iba a contarle a su mejor amiga que se había acostado con un hombre en la primera cita, que había descubierto lo asombroso que podía ser el sexo, que durante diez minutos se había engañado a sí misma pensando que había encontrado el amor… para luego llevarse la mayor desilusión de su vida?
¿Cómo iba a decirle que ese hombre era un canalla, que no era el tipo sexy, divertido y encantador que fingía ser sino un frío y manipulador miembro de la aristocracia que la había seducido como venganza por escribir un artículo sobre él que no le había gustado?
La palabra «humillación» no explicaba lo que Louisa había sentido.
–No le ha hablado a Jack de nosotros. Estaba más interesado en saber lo que él tenía que decir de ti.
De repente, harta de él y de su actitud, Louisa supo que tenía que irse de allí lo antes posible.
–No estoy embarazada. Y ahora, después de haber mantenido esta estúpida conversación, vuelvo a mi trabajo.
Pero cuando iba a abrir la puerta del coche, de nuevo Luke le sujetó la muñeca.
–Suéltame.
–¿Cuánto tuviste la última regla?
–No voy a responder a eso.
–No vas a ir a ningún sitio hasta que lo hagas –dijo él, con firmeza.
Aquello era más que ridículo. ¿Por qué estaban discutiendo?
Apoyando la cabeza en el respaldo del asiento, Louisa cerró los ojos. Debía convencerlo de que no estaba embarazada para no volver a verlo nunca más.
Intentó recordar cuándo había tenido la última regla… pero no lo recordaba. En fin, sus reglas siempre habían sido irregulares, no tenía la menor importancia.
Además, había tenido una desde que estuvieron juntos y se había hecho una prueba de embarazo. No era tan tonta.
–Me hice una prueba de embarazo y dio negativa.
Para su sorpresa, en lugar de parecer arrepentido, Devereaux enarcó una ceja.
–¿Cuándo te la hiciste?
–No lo sé, unos días después.
–¿Te molestaste en leer las instrucciones correctamente?
Louisa torció el gesto.
–Lo suficiente como para saber que el resultado era negativo –respondió, irritada.
–Ya me lo imaginaba.
–No me hables como si fuera tonta. Me hice la prueba y dio negativo. Además, después de esa noche tuve la regla –Louisa se puso colorada. ¿Por qué le estaba hablando de su ciclo menstrual a aquel bárbaro?–. A ver si te enteras: no hay ningún hijo.
Él le soltó la muñeca para mirar el reloj.
–Tenemos cita con una de los mejores ginecólogas del país. Ella te hará una prueba de embarazo.
–¿Pero quién crees que eres?
–Posiblemente, el padre de tu hijo –respondió Luke, sin parpadear–. El preservativo se rompió, Louisa, tú lo sabes.
–¿Y qué?
–No has tenido la regla en los últimos meses, has sufrido mareos por las mañanas y tus pechos parecen más grandes, así que vas a hacerte una prueba de embarazo. Una prueba de verdad.
Louisa miró sus pechos, sorprendida. ¿Desde cuándo eran más grandes?
–No estoy embarazada y aunque lo estuviera… ¿por qué crees que tú serías el padre? Podría haberme acostado con otro hombre después de ti. O con cuarenta.
–Sí, pero no lo has hecho –respondió él, tan arrogante que Louisa tuvo que contenerse para no darle una bofetada.
El ego de aquel hombre no tenía límites.
–Ah, ya veo. Crees que eres tan memorable que ya no puede gustarme ningún otro hombre, ¿no? Pues te equivocas.
–Deja de fingir algo que no eres. Supe que el flirteo era falso en cuanto estuve dentro de ti.
Louisa, avergonzada, hizo un esfuerzo para mirarle la entrepierna con gesto de desprecio.
–Ah, ya, entonces es que tienes un radar ahí, ¿no?
Él sacudió la cabeza, riendo.
–Ojalá fuera así. De haber sabido que eras tan inocente no me habría acostado contigo.
–Ah, qué noble por tu parte. Pues no te sientas culpable, no era virgen.
–No, pero prácticamente –Luke exhaló un suspiro–. Siento lo que pasó esa noche, pensé que tenías más experiencia. No quería hacerte daño, de verdad.
Sí querías, pensó ella. Pero no lo dijo en voz alta. Que supiese lo vulnerable que era sería aún más humillante.
–Sí, bueno, esta conversación es muy interesante, pero la realidad es que no hay nada que discutir.
–Decidiremos eso cuando te hayas hecho la prueba de embarazo.
Louisa podría haber protestado, y seguramente debería haberlo hecho, pero de repente estaba agotada. Solo quería terminar con aquello lo antes posible para no volver a verlo.
Y si para eso tenía que hacerse una prueba de embarazo, se la haría.
Pero ya estaba ensayando lo que iba a decirle cuando el resultado de la prueba fuese negativo.
–Enhorabuena, señorita Di Marco, está usted embarazada.
El corazón de Louisa empezó a latir con tal violencia que pensó que estaba sufriendo un infarto.
No podía haber oído bien.
–Perdone, ¿qué ha dicho? –su voz sonaba débil y lejana.
–Está esperando un hijo, querida –la doctora Lester volvió a mirar el resultado de la prueba, que había recibido del laboratorio hacía diez minutos–. De hecho, es un resultado muy fiable. Por el nivel de hormonas, yo diría que está embarazada de tres meses. O eso, o está esperando mellizos.
Louisa tuvo que agarrarse a los brazos de la silla para no caer al suelo.
–¿Podría decirnos la fecha aproximada del parto? –preguntó Devereaux, a su lado.
Louisa lo miró, perpleja. Había olvidado que estaba allí. No había puesto pegas cuando quiso entrar con ella para saber el resultado porque creía que el resultado iba a ser otro.
Aquel debería ser el momento en el que le mandaba al infierno, pero él no parecía satisfecho o particularmente contento por su victoria sino tranquilo, sereno.
–¿Qué tal si hacemos una ecografía? –sugirió la doctora–. Así podremos comprobar cómo va el desarrollo del feto y dar una fecha más exacta.
–No diga tonterías, no hay ningún feto. Tiene que ser un error, no estoy embarazada. Me hice la prueba yo misma en casa y tuve la regla después. Además, no… –Louisa no terminó la frase, avergonzada. Pero daba igual lo que Devereaux supiera sobre su vida sexual o falta de ella– no he estado con nadie desde entonces.
La doctora Lester juntó los dedos.
–¿Qué clase de prueba se hizo?
–No recuerdo la marca, pero la compré en una farmacia.
–¿Y cuándo se la hizo?
–Una semana después… de nuestro encuentro