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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine MurrayЧитать онлайн книгу.

Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray


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dulce, lento. No fue uno de esos besos voraces con los que se habían devorado la noche anterior empujados por la pasión, por la necesidad o la lujuria. Aquel beso era todo lo que ella podía desear del hombre que le gustaba. Fabrizzio le enmarcó el rostro entre las manos y profundizó el beso. Un beso que había deseado darle durante toda la mañana. La primera vez que la vio en la sala. En el despacho de David. Incluso se le había pasado por la cabeza irrumpir en el de ella, rodearla por la cintura para atraerla hacia él y dejar que sus deseos se desbordaran para atraparla de la misma manera que a él.

      Fiona abrió los ojos cuando terminaron de besarse. Se sintió cohibida, extraña ante aquel despliegue de ternura y atención por parte de Fabrizzio. ¿Quién era? ¿Qué había ido a hacer a Edimburgo? ¿Por qué se fijó en ella? Su vida era perfecta antes de que él apareciera, pero ahora… La había trastocado por completo, y no podía coger las riendas de ella otra vez. Sentía su corazón latir acelerado de una manera que jamás había sentido antes. La sangre corría por sus venas enloquecida y el deseo de abandonarse en sus brazos una vez más la empujó a devolverle el beso mientras se alzaba sobre las puntas de sus pies y se aferraba con fuerza a las solapas de la chaqueta de Fabrizzio, como si temiera que desapareciera.

      –¿Por qué? –le susurró en sus propios labios mientras cerraba los ojos y era presa de una risa nerviosa.

      Sintió que la mano de Fabrizzio se deslizaba bajo su mentón obligándola a mirarlo a los ojos. Sonrió complacido cuando se fijó en que sus pupilas titilaban, bien por el brillo de las lágrimas o porque en realidad se sentía feliz.

      –Siento decirte que no entiendo tu pregunta –le aclaró mirándola sorprendido.

      –¿Por qué has tenido que aparecer en mi vida? –le preguntó con una mezcla de enfado y de incomprensión.

      Fabrizzio sonrió al tiempo que se quedaba pensativo, tratando de encontrar el porqué de aquella atracción entre ellos. A por qué la había conocido. Desconocía lo que le provocaba. Lo que sentía por él. Pero estaba convencido de que no debería ser muy distinto a lo que él sentía por ella.

      –No lo sé, Fiona. Tal vez estuviera escrito en alguna parte que yo tenía que venir a Edimburgo a conocerte –intentó justificarse por lo que estaba sucediendo entre ellos.

      Fiona enarcó una ceja con escepticismo. Hablaba igual que Moira. Bueno, era cierto que tenía razón. Debería haber una explicación lógica escrita en alguna parte, y que ella desconocía por ahora. Hubo unos momentos en los que ninguno dijo nada. Se limitaron a contemplarse en mitad de la calle, ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor. El mundo seguía su curso, pero para ellos parecía haberse detenido en ese mismo instante.

      –Prométeme que no afectará a nuestro trabajo. A la exposición. No quiero que se vea afectada por esta especie de locura –le explicó tratando de encontrar una palabra a lo que había entre ellos dos.

      Fabrizzio inspiró hondo, al tiempo que cerraba los ojos. Luego los abrió para mirarla detenidamente mientras la sujetaba por los brazos.

      –¿Locura? Me gusta esa palabra –le susurró sintiendo que definía muy bien lo que había surgido entre ellos. Sin embargo, adoptó una pose seria al recordar sus últimas palabras–. Claro, tienes mi palabra, Fiona. No interferirá –le aseguró con un sentimiento de lástima en su voz porque ella creyera que aquella «locura» echaría por tierra su exposición.

      Fiona esbozó una tímida sonrisa mientras en su interior la mujer independiente, libre de ataduras y compromisos intentaba ponerse en pie después de que el comportamiento de Fabrizzio la hubiera noqueado. Sabía que le costaría mucho retomar las riendas de su vida, y más cuando aquel italiano conseguía que una simple mirada hiciera palpitar su corazón.

      Continuaron su camino hasta el restaurante, donde degustaron una típica comida escocesa. Sus miradas se buscaron, sus manos se rozaron. Sonrieron y charlaron de manera animada sobre la exposición. Fiona sentía que por mucho que intentara apartarse de él; sacarlo de su mente, no podría. Su personalidad, sus atenciones, sus besos y caricias habían dejado una huella en ella que no parecía que fuera a borrarse con facilidad. Pero, ¿por qué quería mostrarse distante? ¿A qué le tenía miedo?

      Pasaron la tarde recorriendo la ciudad mientras ella le explicaba la historia de cada casa, de cada callejuela, de cada rincón. Contemplaron la vista desde las almenas del castillo envueltos en un ligero viento que volvía a sacudir los cabellos de Fiona. Pero en esta ocasión Fabrizzio no hizo intento por colocárselo, lo cual la desconcertó, aunque pensó que tal vez así fuera mejor. Disfrutaron de un café en la parte alta de un salón de té con vistas a los tejados de la ciudad.

      –Déjame que te diga que has resultado ser una excelente anfitriona –le dijo con total seguridad en sus palabras, lo cual la enorgulleció.

      –Bueno, no creo que haya sido para tanto –le dijo con modestia, mientras le regalaba una sonrisa y se sentía nerviosa ante la inminente despedida.

      Estaban a las puertas del hotel donde Fabrizzio se alojaba. Y aunque parecía que ninguno de los dos hiciera ademán de moverse, ambos se preguntaban si sería buena idea pasar la noche juntos.

      –Bueno, voy a subir a darme una ducha y hacer unas llamadas en relación con tu exposición –dijo por fin Fabrizzio, al ver que ella no parecía atreverse a dar el paso de despedirse. Percibió una tímida sonrisa en su rostro y que sus ojos parecían perder algo del brillo que habían tenido durante el día–. Así iremos ganando tiempo para cuando lleguemos a Florencia. Si necesitas algo puedes llamarme. Tienes mi número. Seguramente estaré despierto hasta tarde.

      –Lo tendré en cuenta.

      ¿Por qué le estaba resultando tan complicado alejarse de él? Maldición, no quería irse. No después del fabuloso día que había pasado junto a él. Pero debía hacerlo, porque de lo contrario volvería a acostarse con él y todo se complicaría más aún. El miedo a ilusionarse con él y a vivir una romántica historia la agobiaba como si de un corsé se tratara. ¡Pero, ¿cómo iba a hacer para desprenderse de ello?! Otras veces, lo había hecho. No le había importado. «Sí, le dijo una vocecita en el interior de su cabeza, lo hacías porque sabías que él no permanecería a tu lado. Ni te regalaría las sensaciones que Fabrizzio»

      –Es mejor que me marche. No quiero…

      –Está bien. Te veré en el museo y te contaré lo que averigüe.

      Ninguno de los dos hizo ademán de despedirse con un beso. Ambos sabían que si se producía acabarían en su habitación despojándose de la ropa y enredándose entre las sábanas de la cama. La vio alejarse calle abajo en dirección a Princess Street. Permaneció en la acera sin apartar su mirada de ella, deseando que se detuviera. Que se girara para mirarlo, que volviera sobre sus pasos hacia él para terminar la noche juntos. Pero cuando la vio girar la esquina entonces se convenció que no iba a suceder. Entró en el hotel sumido en sus confusos pensamientos y, tras saludar al recepcionista, se dirigió a su habitación mientras la presencia de Fiona seguía aún con él.

      Fiona caminó con paso rápido mortificada por los deseos de volver al hotel. Respiró hondo cuando llegó a Princess Street y se convenció que no volvería sobre sus pasos. Sacó el teléfono de su bolso y pulsó el botón de rellamada para contactar con Catriona. Una larga charla con sus amigas era lo que necesitaba en esos momentos. Desahogarse con ellas. Necesitaba sacarse todo lo que llevaba dentro. Pensar fríamente en lo que quería, lo que buscaba con él. ¡Pasarían juntos una semana en Florencia! Y si la atracción seguía conviviendo con ellos dos, esa semana sería una prueba de fuego. No quería enamorarse de él, pero tampoco quería averiguar lo que sentía por él.

      –Hola, Cat, ¿habéis quedado? –le preguntó mostrando un tono de voz risueño a pesar de lo mal que se encontraba.

      –Estamos en Rick’s Tavern. ¿Qué tal todo?

      –Genial. Todo bajo control. Nos vemos en cinco minutos. Estoy cerca.

      –Bien. Te esperamos.

      Cortó la comunicación. Se quedó mirando el teléfono


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