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El hombre imperfecto. Jessica HartЧитать онлайн книгу.

El hombre imperfecto - Jessica Hart


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que Allegra vivía en un universo paralelo.

      –Nos pusimos a reflexionar sobre lo que realmente quieren algunas mujeres –siguió Allegra, ajena a los pensamientos de Max–. Y nos dimos cuenta de que lo quieren todo. Un hombre capaz de arreglar una lavadora, que sepa bailar, que se sepa vestir para cualquier ocasión, que las ayude con los impuestos, que sea sensible, fuerte, romántico y hasta duro cuando lo tenga que ser.

      Max la miró con incredulidad.

      –Pues les deseo toda la suerte del mundo, porque ese hombre no existe.

      –¡Exacto! –exclamó Allegra–. ¡Exacto! Eso es exactamente lo que dijimos, que ese hombre no existe. Así que me puse a pensar y me pregunté si sería posible crear a ese hombre. ¿Qué pasaría si pudiéramos crear el amante perfecto?

      –Y eso, ¿cómo se hace? –replicó Max, que no sabía si reír o llorar.

      –Es fácil. Solo hay que decirle lo que tiene que hacer –afirmó Allegra–. Y eso es lo que le propuse a Stella. Un artículo sobre si es posible que un hombre normal y corriente se transforme en un príncipe azul.

      –Oh, no… No me digas que estás pensando en mí –dijo, horrorizado.

      –Estoy pensando en ti –dijo ella, sonriendo.

      –Será una broma, ¿verdad?

      –Piénsalo un momento, Max. Eres el candidato perfecto –contestó–. Ahora mismo no estás saliendo con nadie y, francamente, dudo que puedas salir con alguien si te sigues vistiendo de esa forma.

      Max frunció el ceño.

      –Deja de meterte con mi forma de vestir. A Emma no le importaba.

      –Puede que no te lo dijera, pero seguro que le importaba –puntualizó ella–. Max, el polo que llevas es toda una declaración de intenciones. Dice que no estás dispuesto a hacer ningún esfuerzo por mejorar.

      Max apretó los dientes.

      –Por Dios, Allegra. Solo es un polo. Y bastante cómodo, por cierto –alegó–. ¿Qué tiene de malo la comodidad?

      –Nada, pero podrías llevar camisas o camisetas que también son cómodas y que no atentan contra el buen gusto. Pero no te las pones porque tendrías que cambiar de actitud y todos los cambios suponen un esfuerzo –dijo Allegra–. En realidad, tu problema no tiene nada que ver con la ropa. Tienes que cambiar tu forma de comunicarte con los demás, tu forma de expresar lo que eres.

      Max entrecerró los ojos.

      –Sinceramente, no sé de qué estás hablando.

      –¿Por qué rompió Emma vuestro compromiso? Seguro que fue porque no estabas dispuesto a esforzarte.

      –Te equivocas. Lo rompió porque conoció a un hombre que le gustaba más.

      Allegra lo miró con asombro.

      –¿Cómo?

      –Lo que oyes. Y no sé por qué te sorprende tanto; tampoco se puede decir que fuera un secreto.

      Allegra tardó unos segundos en reaccionar.

      –Jamás me lo habría imaginado –le confesó–. No me parecía capaz de traicionarte.

      Max soltó un suspiro.

      –Y no me traicionó. Emma siempre fue sincera conmigo. Me dijo que había conocido a un tipo que le gustaba y que no se quería acostar con él sin hablar conmigo antes. Por lo visto, se dio cuenta de que nuestra relación carecía de pasión.

      –Oh…

      –Pasión –continuó él, sacudiendo la cabeza–. ¿Qué diablos significa eso?

      –Bueno, no sé… supongo que se refería a la atracción sexual –declaró Allegra, dubitativa–. ¿Qué tal os llevabais en la cama?

      –Bien. O, al menos, yo creía que bien –contestó Max–. Emma siempre estaba hablando de lo bien que nos llevábamos, de las muchas cosas que teníamos en común, de lo buenos amigos que éramos. De hecho, la idea de casarse fue suya. Y como llevábamos tres años juntos, pensé que sería el paso más lógico.

      –Comprendo.

      –Y entonces, conoce a otro hombre y lo tira todo por la borda. Le dije que la magia inicial no dura mucho, que hay cosas más importantes, pero no me hizo caso –se quejó–. Es increíble, ¿no crees? Era tan sensata… En mi opinión, esa sensatez era una de sus mejores virtudes. Emma no se parecía nada a…

      Max no terminó la frase, pero Allegra supo lo que había estado a punto de decir: que no se parecía nada a ella.

      Sin embargo, se intentó convencer de que su comentario no la había ofendido. Además, tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Empezando por la posibilidad de que Max se prestara a su experimento.

      –No deberías rendirte tan pronto, Max. Emma y tú os llevabais muy bien. Por lo que me cuentas, Emma se ha dejado llevar por un simple encaprichamiento.

      –Y eso lo dice la experta en relaciones –ironizó Max.

      –Lo dice una experta en fracasos amorosos –puntualizó Allegra–. No me sorprendería que Emma solo quiera llamar tu atención.

      –¿Llamar mi atención?

      –En efecto. Y creo que te puedo echar una mano –respondió Allegra con firmeza–. Si quieres que vuelva contigo, ponte en mis manos. Es lo mejor para los tres. Tú recuperarás a tu novia, yo escribiré el artículo que necesito y Emma tendrá el hombre perfecto.

      Capítulo 2

      SE HIZO un largo silencio. Allegra se dio cuenta de que Max se lo estaba pensando y se sintió inmensamente feliz, pero lo disimuló. Sabía que, si se sentía presionado, se echaría atrás. Tenía que ser paciente.

      –¿Qué tendría que hacer? –preguntó él con desconfianza.

      –Completar una serie de tareas. Sería… como una competición de caballeros.

      Max puso tan mala cara que Allegra decidió cambiar de táctica, dejarse de generalidades y darle ejemplos concretos.

      –En primer lugar, tendrías que ir de cócteles con…

      –Nunca me han gustado los cócteles –la interrumpió–. Sinceramente, no sé qué ve la gente en esos brebajes decorados con sombrillas de papel.

      –Tendrías que ir con Darcy King –continuó ella.

      Max se quedó helado.

      –¿Con quién?

      –Con Darcy King –repitió.

      Allegra se maldijo por no haberla mencionado antes. Darcy era el sueño de cualquier hombre heterosexual; una modelo de lencería de cara inmensamente atractiva y cuerpo inmensamente pecaminoso. Si la perspectiva de salir con ella no lo convencía de participar en su experimento, nada lo podría convencer.

      –Tú, Max Warriner, tienes la oportunidad de salir con Darcy King en persona. Imagínate lo que dirán tus compañeros de trabajo cuando se enteren.

      –Eso es absurdo. Darcy King no querría salir conmigo –alegó él.

      –No. Si llevaras puesto ese polo, no querría. Pero esa es precisamente la cuestión. ¿Podemos convertir a un ingeniero sin gusto y sin estilo en un hombre refinado y elegante con quien querría salir hasta la propia Darcy King?

      Max la miró como si no supiera si lo estaba halagando o burlándose de él.

      –No lo entiendo. ¿Salir conmigo? Estoy seguro de que una mujer tan bella estará saliendo con algún hombre.

      –Por lo visto, no. Dice que no encuentra a nadie que la quiera por lo que es y no por su aspecto –replicó Allegra–.


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