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Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos. Nikki LoganЧитать онлайн книгу.

Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos - Nikki Logan


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lo que le dije, pero insiste.

      Se preguntó si sería Daniel. De inmediato la invadió la culpabilidad de no haber tenido el valor de verlo todavía en persona.

      –¿Quién… quién es? –aventuró.

      Hubo una pausa.

      –Alekzander Rush. Dice que con K y con Z.

      Como si eso aclarara algo; aunque algunas neuronas enterradas en su cerebro comenzaron a activarse.

      –Afirma que no es un periodista –Tyrone sonó irritado por verse obligado a desempeñar el papel de intérprete.

      –Muy bien, déjelo pasar. Lo veré en el centro de visitantes. Gracias, Tyrone –añadió antes de colgar.

      Tardó unos siete minutos en terminar lo que estaba haciendo, desinfectarse y atravesar tres edificios hacia el centro de visitantes. Se hallaba lleno de turistas de Wakehurst que comprobaban el trabajo realizado por su departamento mientras recorrían el edificio principal y los jardines.

      Miró alrededor y lo vio. Alto, moreno y vestido con estilo informal, con algo doblado sobre el brazo. El hombre del ascensor de la emisora de radio. Posiblemente, la última persona del mundo a la que esperaba ver. Sintió curiosidad por el motivo que lo habría llevado a buscarla. Se acercó a su lado mientras inspeccionaba uno de los expositores públicos y leía las etiquetas.

      –Alekzander con K y Z, supongo.

      Él se volvió y mostró cierta sorpresa al verla con la bata blanca del laboratorio y unos vaqueros.

      –Zander –dijo, alargando la mano libre–. Zander Rush. Director de emisora para Radio EROS.

      La mano que estrechó era cálida, fuerte y segura, todo lo opuesto a la suya.

      Él alzó el otro brazo con algo familiar y de color beige.

      –Te dejaste el abrigo en el estudio.

      ¿El director de una de las principales emisoras de radio de Londres conducía cincuenta kilómetros para llevarle el abrigo? No se lo creía.

      –Me pareció un precio pequeño que pagar por largarme de allí –comentó. No se había permitido pensar en el documento firmado con el membrete de la emisora que en ese momento estaba en el escritorio de su casa, pero era evidente que en ese instante ambos lo hacían.

      –¿Hay algún lugar más privado en el que podamos hablar?

      –¿Tienes más que decir? –preguntó ella, pensando que valía la pena intentarlo.

      –Sí –Zander miró a la gente que los rodeaba–. No tardaré mucho.

      –Estamos en un edificio con medidas de seguridad. No puedo llevarte dentro. Demos un paseo.

      Se puso el abrigo y juntos atravesaron las enormes puertas del centro de visitas.

      –A la parte de atrás –indicó ella de forma escueta.

      Con su tarjeta de identificación obtuvo acceso a la entrada trasera que daba al bosque Bethlehem. Lo más privado que conseguirían un sábado. Cualquier otra persona podría haberse mostrado aprensiva por entrar en un bosque aislado con un desconocido, pero lo único que veía Georgia era la forma fuerte y firme de la espalda de él cuando la protegió en el ascensor de los ojos curiosos en el momento en que su mundo se había desmoronado.

      No había ido a hacerle daño.

      –¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.

      –El teléfono de tu trabajo figuraba entre los otros contactos en nuestros archivos. Llamé ayer y supe dónde estaba.

      –Te has arriesgado al venir hasta aquí un sábado.

      –Primero he ido a tu apartamento. No estabas allí.

      ¿De modo que había realizado todo ese trayecto sin la certeza de encontrarla? Desde luego, se estaba tomando demasiadas molestias para verla.

      –¿No habría bastado una llamada telefónica?

      –Te dejé tres mensajes.

      –Sí, yo… –¿qué podía decir que no sonara patético? Nada–. He empezado por los primeros y aún no he llegado a los últimos.

      Él gruñó.

      –Me imaginé que el enfoque personal daría mejores resultados.

      –¿Qué puedo hacer por ti? –inquirió ella. La paciencia no era una de sus virtudes.

      La miró de reojo.

      –En todo caso, ¿cómo estás?

      Qué pregunta. Rechazada. Humillada. En boca de ocho millones de desconocidos.

      –Bien. Nunca he estado mejor.

      –Ese es el espíritu –Zander sonrió.

      Georgia se detuvo. No había salido al bosque para mantener una charla superficial con un extraño.

      –Lamento ser tan directa, pero… ¿qué quieres?

      También él se detuvo y la observó con los ojos entrecerrados.

      –De acuerdo, vayamos al grano… –reanudó la marcha–. He venido en visita oficial. Hay un contrato que discutir.

      Lo sabía.

      –Él dijo que no. Eso hace que resulte bastante difícil cumplir el contrato, ¿no crees? Para los dos –odió lo descarnada que sonaba su voz.

      –Lo entiendo…

      –¿De verdad? ¿De cuántos modos diferentes oyes que tu vida personal es el tema de conversación cotidiano en los medios sociales, en la radio, en el autobús, en las cafeterías? No puedo escapar de ello.

      –¿Has pensado en aprovecharlo en vez de evitarlo?

      –No quiero aprovecharlo.

      –No te molestaba cuando era para una boda con todos los gastos pagados.

      Eso era lo que pensaba él. En cierto sentido, prefería que la gente creyera que lo hacía por dinero. Al menos eso resultaba menos patético que la verdad.

      –Has venido por tu parte del pastel… entendido. ¿Por qué no me dices qué es lo que queréis que haga? –sin darle un «sí» automático, eso le proporcionaría tiempo para pensar.

      Unos ojos grises la miraron mientras se metía las manos en los bolsillos.

      –Tengo una propuesta. Un modo de cumplir el contrato que será… beneficioso para ambos.

      –¿Incluye una máquina del tiempo para que pueda volver atrás un mes y no firmar nunca ese estúpido contrato?

      Y no ceder jamás a la presión de su madre. O a su propia y desesperada necesidad de seguridad.

      –No. No cambia el pasado. Pero podría cambiar tu futuro.

      –¿Qué? –lo miró con curiosidad.

      Él se detuvo ante un banco tallado y aguardó a que ella se sentara. «Caballerosidad de la vieja escuela». Ni siquiera Dan la mostraba ya.

      Se sentó.

      –Los medios anhelan tu historia, Georgia. Tu… situación ha avivado algo en ellos.

      –Te refieres a mi rechazo, ¿verdad?

      –Estarán interesados en todo lo que hagas –Zander ladeó la cabeza–. Y si ellos están interesados, entonces Londres lo estará. Y en ese caso, mi cadena querrá explotar el contrato existente de la mejor manera posible.

      ¿Explotar? ¿No tenía ningún reparo en emplear esa palabra en voz alta? Intentó ocultar su sorpresa.

      –Georgia, de acuerdo con los términos redactados, todavía pueden pedirte que vuelvas para someterte a entrevistas de seguimiento.

      Sintió


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