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Puro placer - No solo por el bebé. Оливия ГейтсЧитать онлайн книгу.

Puro placer - No solo por el bebé - Оливия Гейтс


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poseer donde y como él había querido.

      Maksim se detuvo en el salón. Si hubiera podido hablar, Cali le hubiera rogado que la llevara a su dormitorio y no parara hasta que sus cuerpos se hicieran solo uno.

      Sin embargo, él la depositó en el sofá y se arrodilló en el suelo a su lado, mirándola a los ojos.

      –¿Puedo ver a Leonid? –pidió él con tremenda ansiedad.

      Cali se quedó paralizada.

      –¿Por qué?

      –Sé que dije que no iba a mezclarme en su vida, pero no fue porque yo no quisiera –explicó él, leyéndola el pensamiento–. Fue porque creí que no podría y no debía.

      Al recordar aquellos momentos, cuando había aceptado que Maksim nunca sería parte de su familia, Cali volvió a sentir el terrible dolor de su herida.

      –Dijiste que no eras un hombre de confianza en esas situaciones.

      –Lo recuerdas –dijo él con el rostro contraído.

      –Es algo imposible de olvidar –repuso ella.

      –Solo lo dije porque pensé que era lo mejor para ti y para nuestro hijo no tenerme en vuestras vidas.

      –¿Por qué pensabas eso?

      –Es una historia larga, como te he dicho. Pero, antes de que te lo explique, ¿puedo ver a Leonid?

      Cielos. Se lo había pedido de nuevo. Maksim estaba allí y quería ver a Leo. Sin embargo, si se lo permitía, nada volvería a ser lo mismo y ella lo sabía.

      –Está dormido… –contestó ella, sin poder encontrar una excusa mejor.

      –Te prometo que no lo molestaré –aseguró él con gesto sombrío.

      –No lo verás bien en la oscuridad. Y no puedo encender la luz sin despertarlo.

      –Aunque no pueda verlo bien, podré sentirlo. Ya sé qué aspecto tiene.

      –¿Cómo lo sabes? –inquirió ella–. ¿Estás haciendo que nos espíen?

      –¿Por qué piensas eso? –preguntó él a su vez, sin comprender.

      Con desconfianza, Cali le confesó sus sospechas.

      –Tienes derecho a pensar lo peor de mí –afirmó él, frunciendo el ceño–. Si alguna vez hubiera hecho que te siguieran, habría sido para protegerte. Y no tenía razones para temer por tu seguridad, pues aunque era peligroso que te asociaran conmigo, me preocupé de mantener nuestra relación bajo secreto.

      –¿Entonces cómo sabes qué aspecto tiene Leo?

      –Porque te seguí.

      –¿Cuándo? –preguntó ella, boquiabierta.

      –De vez en cuando –repuso él–. Sobre todo, durante los últimos tres meses.

      ¡Así que no había estado imaginándose cosas cuando había creído verlo entre la multitud!, pensó Cali. Todas esas veces que había sentido su presencia, él había estado allí.

      ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué no se había acercado a ella en esas ocasiones? ¿Y por qué había decidido hacerlo en ese momento? ¿Por qué? ¿Por qué?

      Cali deseó obtener todas las respuestas de inmediato.

      Por otra parte, no podía negarle ver a su hijo. Asintiendo, se puso en pie. Cuando Maksim no se movió para dejarla pasar, se tropezó con él y cayó hacia atrás en el sofá. Él la sujetó y, mirándola a los ojos, le posó una mano en la nuca y rugió su nombre con voz ronca, como avisándola de que, si no se lo negaba, la besaría.

      Cali no se lo negó. No fue capaz.

      Animado por su silencio, él inclinó la cabeza y la besó con pasión.

      Ella sabía que no podía dejar que aquello sucediera de nuevo. Sin embargo, cuando sus lenguas se entrelazaron y sus alientos se fundieron, estuvo perdida.

      Cali se rindió a su deseo, derritiéndose en su boca, dejándose invadir por él. Maksim se apretó contra su cuerpo, frotándole los pechos y los pezones con su torso. Entonces, sin previo aviso, se separó y se puso en pie con gesto de alarma.

      Ella necesitó unos segundos para comprender que el gemido que había escuchado provenía de Leo. Tenía un altavoz para monitorizar el niño en cada habitación.

      Temblando, Maksim le ayudó a ponerse en pie y se hizo a un lado para dejarla pasar. Cali se dirigió al dormitorio de Leo, poseída por una extraña sensación de irrealidad, sintiendo cómo la presencia de Maksim invadía su casa.

      La tensión creció según se acercaban a la puerta. Cali abrió y, antes de dejarlo pasar, se giró hacia él.

      –Relájate, ¿de acuerdo? Leo es muy sensible al estado de ánimo de los demás –indicó ella. Esa era la razón por la que los primeros seis meses del bebé habían sido un infierno. El pequeño solo había sido un espejo de la desgracia de su madre. Ella había conseguido salir del paso bloqueando sus emociones, para no exponer a su hijo a su lado negativo–. Si se despierta, no creo que quieras que la primera vez que te vea sea así de nervioso.

      Sin reparar en el torbellino de sentimientos que se le agolpaba en el pecho a Cali, demasiado aturdido por los propios, Maksim cerró los ojos un momento.

      –Estoy preparado.

      Cali entró de puntillas, nerviosa, mientras él la seguía sin hacer ruido. Deseó que Leo se hubiera vuelto a dormir, pues aunque no tenía ni idea de por qué su padre quería verlo, prefería que aquella primera y, tal vez, última, tuviera lugar mientras el niño estuviera dormido. Al escuchar que el pequeño estaba roncando con suavidad, se relajó.

      En ese instante, sin embargo, dejó de pensar en algo, incluso en Leo. Solo podía sentir la presencia de Maksim junto a ella. En la penumbra, lo observó con el corazón acelerado. Nunca había imaginado que él… él…

      La expresión de Maksim estaba cargada de sentimiento mientras miraba a su hijo, con tanta intensidad que ella no pudo reprimir las lágrimas.

      Su masculino rostro parecía una escultura, impregnado de perplejidad, asombro y… sufrimiento. Temblaba como si estuviera presenciando un milagro sobrecogedor.

      Y Leo era un milagro, pensó Cali. Contra todo pronóstico, había llegado al mundo y ella no podría vivir sin él.

      –¿Puedo… puedo tocarlo?

      Cali se cayó de espaldas al escuchar su susurro lleno de reverencia. Y, cuando le miró el rostro, contuvo un grito de sorpresa. En la penumbra, sus ojos brillaban con… lágrimas.

      Con el corazón en la garganta, Cali solo pudo asentir.

      Tras unos momentos que él pareció necesitar para prepararse, acercó una mano temblorosa al rostro de su hijo.

      En cuanto tocó con la punta de un dedo la mejilla de Leo, contuvo el aliento, como si acabara de recibir un golpe en el estómago. Así era también como se sentía Cali. Como si se hubiera quedado sin aire. Entonces, el pequeño se apretó contra aquella mano grande y fuerte, como un gatito pidiendo más caricias.

      Sin dejar de temblar, Maksim le acarició la mejilla con el pulgar una y otra vez, con la respiración rápida y entrecortada.

      –¿Son todos los niños tan increíbles?

      Sus palabras sonaron roncas y llenas de sentimiento. Parecía que le costaba hablar. Era como si fuera la primera vez que veía a un niño. Al menos, la primera vez que se daba cuenta de lo increíble que era que un ser humano fuera tan pequeño y tan completo, tan precioso y perfecto, tan frágil y vulnerable y, al mismo tiempo, tan abrumador.

      –Todos los niños lo son –susurró ella. Pero creo que estamos preparados para sentir especial afinidad por los nuestros. Ese vínculo nos hace apreciarlos más que nada en el mundo, solo


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