Un mar de amor. Debbie MacomberЧитать онлайн книгу.
se había convertido en el centro de atención.
Entonces lo vio. Era el marinero con quien había chocado esa tarde. Estaba en una mesa, su mirada fija en el vaso de cerveza que sostenía. Parecía ser el único que no se había fijado en ella.
Nunca se había preguntado de dónde sacó el valor para dirigirse a él.
—¿Esta silla está ocupada? —preguntó.
Él la miró sorprendido y después frunció el ceño. Lo único que lo hacía menos amenazador que el resto de los que estaban allí era su uniforme de marinero.
Sin esperar respuesta, Hannah se sentó. Sus rodillas temblaban tanto que no sabía si podría mantenerse erguida mucho tiempo.
—Dos hombres me seguían —dijo—. No quiero ser descortés, pero pensé que lo mejor era entrar aquí. Por lo menos ha funcionado por ahora.
—¿Por qué escogió sentarse conmigo?
Parecía divertido y mostró una media sonrisa que Hannah no estaba segura que fuera de bienvenida.
—Usted era el único que no llevaba cazadora de cuero y pinchos.
De todas formas no sabía si había sido ése el motivo o el hecho de haberlo visto antes. Además él era tan serio, tan irresistible. Presentía que era un hombre íntegro.
El marinero sonrió ampliamente ante el comentario sobre la cazadora y los pinchos. Levantó la mano para llamar al camarero.
—Dos de lo mismo —pidió.
—No sé si es una buena idea —dijo Hannah.
Sólo pretendía quedarse un rato hasta que los dos que la esperaban afuera desistieran de su empeño.
—Estás temblando como una hoja.
Tenía razón. Hannah estaba temblando, pero no sabía si era el miedo o algo en su interior que la hacía sentirse atraída hacia él, segura de que nunca le haría daño.
El camarero sirvió dos vasos de una bebida que ella no conocía y al probarla sintió una bola de fuego en el estómago, aunque el sabor no era desagradable, sólo muy fuerte.
—¿Tienes nombre? —le preguntó.
—Hannah. ¿Y tú?
—Riley Murdock.
Hannah sonrió, intrigada por el nombre.
—Riley Murdock —repitió la joven lentamente.
Lo observó mientras llevaba el vaso a sus labios y se admiró de lo sensual que era su boca. Hannah había notado que en algunos hombres los ojos eran lo más expresivo de su rostro. Pero Riley era diferente. Sus ojos eran impersonales, pero su boca expresaba sus pensamientos claramente. La forma en que levantaba las comisuras de sus labios le decía que se sentía intrigado y divertido con ella.
—¿Estás aquí para la feria? —preguntó Hannah.
Riley asintió.
—Estamos en el puerto sólo por unos días.
—¿Te gusta Seattle? —añadió la joven, tratando de establecer una conversación normal.
Tomó otro trago y sintió que el calor asomaba a sus mejillas. Estaba más relajada, aunque un poco mareada, pero no era una sensación desagradable.
—Seattle está bien —respondió él, con el tono de quien estaba acostumbrado a visitar muchos puertos—. Termina de beber y te acompañaré hasta tu coche.
Hannah agradeció su oferta y su paciencia. Demoró todavía algunos minutos hasta vaciar el vaso. Murdock no parecía muy conversador y ella tampoco tenía demasiadas ganas de hablar.
Afortunadamente los dos hombres que la seguían habían desaparecido. Hannah se sintió aliviada, pues no le apetecía una confrontación, aunque se sorprendió al ver la formidable estructura de Murdock cuando se puso en pie. Tenía dos metros de altura o tal vez un poco más y era sólido como una roca. Además de su fuerza física, se adivinaba en él gran fortaleza emocional. Aparentaba tener treinta y pocos años. Hannah sólo tenía veintitrés.
Comenzaron a andar bajo el cielo estrellado. Riley descansaba su mano sobre el hombro de la joven con gesto protector. Hannah se sentía muy bien. Si cerraba los ojos era como si Jerry estuviera a su lado y no un marinero que apenas conocía. Estaba tan cerca de ella, era tan fuerte… Hacía que desapareciera el dolor que la había acompañado las últimas semanas. No quería que este momento terminara. Todavía.
Se pararon en una esquina y Hannah le sonrió tímidamente, aunque con más atrevimiento que nunca, quizá por la bebida, pensó. Murdock la estudiaba atentamente, intentando leer sus pensamientos. Hannah le sostuvo la mirada. Él acarició suavemente el cuello de la joven y Hannah, seductora, rozó los dedos de él con su barbilla. Una cálida sensación de bienestar la embargó. La misma que había perdido. Sin pensarlo, rodeó el cuello de Riley con sus brazos y lo besó. Sabía que lo había sorprendido, pero aunque existían otras formas más sutiles de hacerle saber lo que quería, Hannah era nueva en el juego amoroso y reaccionaba impulsivamente, sin obedecer a razones. Besar a un extraño era algo impensable para alguien como ella. Todo era tan irreal…
Riley no estaba seguro de lo que ella quería. Hundió los dedos en el cabello de la joven y la miró fijamente durante algunos segundos antes de besarla. Hannah suspiró y se inclinó hacia él. Sus besos eran cada vez más intensos, cálidos, húmedos. La lengua de Riley exploró la boca de la joven ansiosamente.
Cuando se apartaron, ninguno habló. Hannah sentía que la escudriñaba, pero no quería pensar y volvió a besarlo. Sus besos borraron cualquier pensamiento lógico de su mente y gradualmente sintió cómo el placer se apoderaba de la parte inferior de su cuerpo. Hannah comenzó a mover sus caderas, presionando donde más le dolía a Riley.
Él la tomó por la cintura y la hizo estarse quieta.
—Hannah —susurró su nombre de forma extremadamente sexy antes de continuar—. ¿Sabes lo que me estás pidiendo?
Ella asintió.
—Entonces vamos a un hotel, pero no a uno cualquiera.
Hannah debería haberse detenido en ese mismo instante. Tal vez lo habría hecho si él no la hubiera besado otra vez. El caos que sentía dentro de ella cuando él la tocaba era demasiado fuerte para resistirse, sus inhibiciones se desplomaban como fichas de dominó.
Hannah sólo recordaba haber entrado en la habitación del hotel y que Riley la tomó en sus brazos. No encendió las luces. Las cortinas estaban abiertas y la luna, como un río de plata, se derramaba suavemente sobre la cama.
Él la besó apasionadamente, tomando la cara de Hannah entre sus manos. Lentamente, desabotonó su blusa, se la quitó y después hizo lo mismo con el sostén. Tomó sus pechos suavemente entre sus manos, levantándolos.
—Eres muy hermosa.
Hannah pestañeó, sin saber qué decir.
—Y tú también.
Él sonrió y besó sus pezones. Hannah gimió de placer y se movió instintivamente hacia su sexo.
—Tranquila, nena —murmuró y abrió la cremallera de los vaqueros de Hannah.
Una vez desnudos, la tomó en brazos y la llevó hacia la cama. Ansioso, sin poder controlarse, se puso sobre ella. Hannah no estaba segura del dolor que experimentaría. Apretó los dientes y volvió la cabeza hacia un lado. Él la penetró implacablemente y sólo paró al encontrar la barrera de su virginidad.
Se detuvo, congelado. Hannah advirtió su confusión.
—Está bien —le susurró suavemente, con temor de que no continuara.
Rodeó el cuello de Riley con sus brazos y lo besó salvajemente. Era una batalla de voluntades.
Hannah no estaba segura de quién