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en la que pudiese correr el riesgo de quedarse embarazada era tan nuevo y sorprendente para Kat que su mente se negó a valorar esa posibilidad.
–Si mis cálculos son correctos, creo que hemos escogido un mal día para no tener cuidado –dijo Mikhail muy serio–. Han pasado menos de dos semanas desde tu último periodo, lo que significa que estás en la época más fértil del mes.
A Kat le avergonzó oír aquello.
–Pero estoy en una edad en la que es posible que mi fertilidad haya comenzado a disminuir –le dijo, no porque le gustase aquello, sino para que Mikhail dejase de preocuparse.
–Hoy en día, muchas mujeres son madres con cuarenta años –le informó él–. Dudo que tengas motivos para pensar que no eres fértil.
–Bueno, pues esperemos que no tengamos que averiguarlo –murmuró ella, saliendo de la cama para ir al cuarto de baño porque, de repente, necesitaba estar sola.
La Kat que vio reflejada en el espejo estaba nerviosa, tenía la mirada aturdida, el rostro pálido.
Su hermana Emmie se había quedado embarazada y a ella no le había parecido nada bien, le había parecido irresponsable por su parte y se había preocupado por su futuro. Ella no tenía ninguna excusa, con su edad. Se tenía que haber preocupado por la protección incluso antes de llegar al yate. Siempre era mejor prevenir que curar. Había estado segura de que no se acostaría con Mikhail y ¿dónde había terminado?
Mikhail se metió con ella en la ducha y pasó un dedo por sus labios apretados.
–Deja de preocuparte. Si te has quedado embarazada, nos enfrentaremos a ello juntos. No somos unos adolescentes asustados.
Pero faltaban dos días para que Kat se marchase del yate y Mikhail ya no formaría parte de su vida. No le había dicho nada que pudiese hacerle pensar lo contrario y ella lo prefería así. No quería que le prometiese que iba a llamarla para después no molestarse en hacerlo. Se había enamorado de él, pero no era culpa suya. Mikhail no le había hecho ninguna promesa ni le había dicho ninguna mentira. ¿Cómo se había podido enamorar de él?
¿Había sido a partir de que Mikhail empezase a asegurarse de que tuviese su chocolate para desayunar a pesar de que a él no le gustaba nada? ¿O cuando empezó a enseñarle palabras sencillas en ruso? ¿Cuando empezó a tolerar su obsesión por un determinado programa de televisión y permitió que lo viese a pesar de lo mucho que le aburría? ¿O cuando le preparó un baño caliente porque ella se había quejado de que tenía calambres en las piernas? ¿O cuando empezó a tratarla como si fuese la única mujer del mundo para él y a aconsejarle cómo debía tratar a sus hermanas y a decirle en qué se había equivocado con la posada? Kat pensó divertida que no le gustaba que Mikhail le dedicase toda su atención, ya que siempre pensaba que lo sabía todo y que no había ningún problema que no pudiese solucionar.
En ocasiones, se quedaba despierta en la cama, a su lado, estudiando su perfil moreno y sus pestañas negras, que casi le llegaban a los pómulos, e intentaba recordar cómo había sido su vida sin él. Por desgracia, no quería recordar aquella época ni la ausencia de diversión y pasión que hacía que su vida fuese tan aburrida y predecible. Todo lo contrario que con Mikhail cerca. Le sorprendió que hubiese podido vivir tantos años sin haber descubierto aquello en otra persona.
Capítulo 9
Qué quieres hacer hoy? –le preguntó Mikhail a la mañana siguiente mientras la envolvía en una suave toalla.
–Pensé que tenías que trabajar...
–¿Tu último día aquí? –añadió él arqueando una ceja.
Kat se sintió como si le hubiese clavado un puñal en el corazón, consternada. Había pensado que Mikhail no se acordaría de que se había terminado su mes allí. ¡Qué tonta había sido! Era evidente que sabía qué día era tan bien como ella, y eso le recordó que tenía que hablar de algo con él antes de que se separasen.
–¿Podríamos ser dos personas normales y corrientes, para variar? –le pidió, pensando que le sería más sencillo hablar con él fuera del yate, ya que Mikhail no querría montar una escena en un lugar público.
–¿Normales y corrientes? –repitió sorprendido.
–Para pasear por la calle sin un escolta que llame la atención, mirar escaparates, ir a tomar un café a algún lugar que no esté de moda... Cosas normales y corrientes.
Mikhail se encogió de hombros.
–Por supuesto.
La lancha los dejó en el paseo marítimo. Stas y sus hombres los siguieron, pero a una buena distancia. Mikhail se había puesto unos pantalones cortos y una camisa que no se había abrochado hasta arriba y condujo a Kat de la mano hacia el centro de la ciudad. Ella miró los escaparates y entró en una tienda de regalos, donde insistió en pagar un pequeño búho de cristal que sabía que a Topsy le gustaría para su colección.
–He decidido que no me gustan las mujeres independientes –le contó Mikhail mientras ella miraba los anillos que había en el escaparate de una joyería–. Aquí no te interesa nada. Con esos precios, tienen que ser falsos...
–No soy una esnob...
–Yo sí –dijo él sin dudarlo–. ¿Cuál te gusta?
–El verde –le confesó Kat, sorprendida por la pregunta.
–No soportaría verte eso en el dedo –se burló él, llevándosela de allí–. ¿Dónde quieres que nos tomemos un café?
Kat eligió una tranquila terraza con bonitas vistas al mar y sillas cómodas. Mikhail puso gesto de resignación y se instaló en una de las sillas, que crujió bajo su peso.
–¿Y qué tiene de emocionante venir aquí? –inquirió, deseando saberlo.
–De eso se trata. No es emocionante ni elegante, sino normal y tranquilo –le respondió Kat, sabiendo que tenían que tratar un tema espinoso antes de marcharse de allí.
Mikhail pensó que Kat se parecía tan poco a sus anteriores amantes, que era normal que estuviese fascinado con ella, por eso intentó no fruncir el ceño mientras la veía beberse otra de sus desagradables bebidas de chocolate, que tenían que ser malas para la salud. ¿No le importaba su bienestar? ¿Tampoco le importaba ser tan pobre como era? Cualquier otra mujer con la que se hubiese acostado ya habría intentado sacarle algo antes de despedirse de él...
Por fin había llegado: el momento de la despedida. Echaría de menos a Kat, y no solo en la cama. Echaría de menos su habilidad para retarlo, su rechazo a todo lo que el dinero podía comprar, incluso su amabilidad con los trabajadores y los invitados, aunque no echaría de menos su obsesión por esos programas de televisión tan absurdos que veía. Y echar de menos a una mujer, incluso considerar que había una mujer capaz de darle algo más que un par de semanas de diversión, no era una experiencia conocida para Mikhail. Siempre había creído que después de dejar a una mujer encontraría a otra que lo atraería todavía más. Continuaría con su vida como hacía siempre, por supuesto que sí.
Y ella haría lo mismo, se dijo, convencido de que Lorne intentaría ponerse en contacto con ella en cuanto se enterase de que ya no estaba con él. Lorne Arnold se había quedado impresionado con Kat... Y estaba esperando su turno. Mikhail apretó los dientes e intentó no imaginarse a Kat en la cama con Lorne, separando sus largas piernas y gimiendo al llegar al clímax. Sintió náuseas. ¿Por qué le molestaba tanto aquella imagen? No era posesivo con las mujeres, nunca lo había sido, ni sensible tampoco. Cuando se terminaba, se terminaba. No era un hombre inestable e irracional, como su padre, que se obsesionaba con una mujer y se emborrachaba cuando la perdía. Él no se emocionaba, no se encariñaba con nadie... tampoco sufría ni se decepcionaba. Nunca era vulnerable. Aquel era un riesgo que solo corrían los tontos y él nunca había sido tonto.
–¿En qué piensas? –le preguntó Kat al verlo tan serio–. Pareces enfadado.
–¿Por