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El verano de Raymie Nightingale. Kate DiCamilloЧитать онлайн книгу.

El verano de Raymie Nightingale - Kate  DiCamillo


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acuerdo, si quieren tan sólo lo diré. Lo traicionamos.

      —¿Cómo? —preguntó Raymie.

      —Llevamos a Archie al Refugio Animal Amigable porque ya no nos alcanzaba el dinero para alimentarlo —dijo Louisiana.

      —¿Cuál Refugio Animal Amigable? —preguntó Beverly—. Nunca he escuchado de ningún Refugio Animal Amigable.

      —No puedo creer que nunca hayas escuchado del Refugio Animal Amigable. Es un lugar donde alimentan a Archie tres veces al día y le rascan detrás de las orejas justo como le gusta. De todas formas, nunca debí dejarlo ahí. Fue una traición. Lo traicioné.

      El corazón de Raymie se encogió. Traición.

      —Pero no se preocupen —dijo Louisiana. Puso la mano sobre su pecho e inhaló profundo. Sonrió de forma deslumbrante—. Entré al concurso Pequeña Señorita Neumáticos de Florida 1975 y voy a ganar esos 1,975 dólares y me salvaré de irme a la casa hogar del condado y traeré de vuelta a Archie del Refugio Animal Amigable y nunca tendrá miedo de nuevo.

      El alma de Raymie dejó de ser una tienda de campaña.

      —¿Vas a competir en el concurso Pequeña Señorita Neumáticos de Florida? —preguntó.

      —Así es —dijo Louisiana—. Y siento que mis probabilidades de ganar son muy buenas porque provengo del mundo del espectáculo.

      El alma de Raymie se volvió más pequeña, apretada. Se volvió algo duro, como un guijarro.

      —Como dije antes, mis papás eran los Elefantes Voladores —Louisiana se inclinó y recogió su bastón—. Eran famosos.

      Beverly miró a Raymie y puso los ojos en blanco.

      —Es verdad. Mis papás viajaron por todo el mundo —dijo Louisiana—. Tenían maletas con sus nombres impresos en ellas. Los Elefantes Voladores. Eso era lo que decían sus maletas —Louisiana extendió su bastón y lo movió como si estuviera escribiendo letras doradas en el aire por encima de sus cabezas—. Su nombre estaba escrito en cada maleta en letra cursiva, y la F y la T tenían colas muy largas. Me gustan las colas largas.

      —Yo también estoy inscrita en ese concurso —dijo Raymie.

      —¿Qué concurso? —preguntó Louisiana. Parpadeó.

      —El concurso Pequeña Señorita Neumáticos de Florida —dijo Raymie.

      —Ay, Dios mío —dijo Louisiana y parpadeó de nuevo.

      —Voy a sabotear ese concurso —dijo Beverly. Miró a Raymie y luego a Louisiana, y entonces hurgó en sus pantaloncillos y sacó una navaja de bolsillo. Abrió la hoja. Parecía una navaja muy filosa.

      De pronto, aunque el sol estaba brillando en lo alto del cielo, el mundo parecía menos brillante.

      La vieja señora Borkowski decía todo el tiempo que uno no podía fiarse del sol.

      —¿Qué es el sol? —decía la señora Borkowski—. Te lo diré. El sol no es nada más que una estrella agonizante. Algún día se apagará. Ffffftttttt.

      De hecho, Ffffftttttt era algo que la señora Borkowski decía a menudo sobre muchas cosas.

      —¿Qué vas a hacer con ese cuchillo? —preguntó Louisiana.

      —Ya te dije —respondió Beverly—. Voy a sabotear el concurso. Voy a sabotearlo todo —blandió la navaja a través del aire.

      —Ay, Dios mío —dijo Louisiana.

      —Así es —dijo Beverly. Sonrió sutilmente, y luego cerró la navaja y la guardó de nuevo en el bolsillo de sus pantaloncillos cortos.

      SIETE

      Caminaron juntas hasta la rotonda de acceso a la casa de Ida Nee.

      Ida Nee todavía estaba en el muelle, marchando de adelante hacia atrás y girando su bastón y hablando con sigo misma. Raymie escuchaba su voz —un murmullo enojado—, pero no comprendía lo que decía.

      —Odio los concursos de belleza —dijo Beverly—. Odio lo moños y los listones y los bastones y todo eso. Odio las cosas brillosas. Mi mamá me ha inscrito a todos los concursos de belleza que existen y estoy harta de ellos. Y por eso voy a sabotear éste.

      —Pero en éste se ganan 1 975 dólares —dijo Louisiana—. Ése es el rescate de un rey. ¡Una fortuna! ¿Sabes cuánto atún puedes comprar con 1 975 dólares?

      —No —dijo Beverly—. Y no me importa.

      —El atún tiene mucha proteína —dijo Louisiana—. En la casa hogar del condado sólo sirven sándwiches de mortadela. La mortadela no es buena para la gente que tiene pulmones congestionados.

      La conversación fue interrumpida por un fuerte ruido. Una camioneta con paneles de madera a los costados se dirigía muy rápido hacia la rotonda de la casa de Ida Nee. La puerta trasera del lado del conductor de la camioneta estaba parcialmente caída; se abría y se cerraba una y otra vez.

      —Ya llegó Abu —dijo Louisiana.

      —¿Dónde? —preguntó Raymie.

      Porque en verdad parecía que nadie conducía la camioneta. Era como el jinete sin cabeza, sólo que sobre una camioneta y no sobre un caballo.

      Y entonces Raymie vio dos manos sobre el volante, y justo cuando la camioneta entró a la rotonda, salpicando gravilla y polvo, una voz gritó:

      —¡Louisiana Elefante, sube al coche!

      —Debo irme —dijo Louisiana.

      —Eso parece —dijo Beverly.

      —Me dio gusto conocerte —dijo Raymie.

      —¡Apresúrate! —gritó la voz desde dentro de la camioneta—. Marsha Jean está cerca en alguna parte. Estoy segura. Puedo sentir su presencia malévola.

      —Ay, Dios mío —dijo Louisiana. Se subió al asiento trasero e intentó cerrar la puerta descompuesta—. Si Marsha Jean aparece —le gritó a Raymie y Beverly—, díganle que no me han visto. No permitan que escriba nada en su carpeta. Y díganle que no saben por dónde estoy.

      —No sabemos por dónde estás —dijo Beverly.

      —¿Quién es Marsha Jean? —preguntó Raymie.

      —Deja de preguntarle cosas —dijo Beverly—. Sólo le das un pretexto para inventar una historia.

      La camioneta arrancó. La puerta trasera se columpiaba abierta y luego se cerró con un fuerte golpe y se quedó así. Aceleró alarmantemente rápido, el motor rugió y gimió, y la camioneta desapareció por completo. Raymie y Beverly se quedaron solas, de pie en medio de una nube de gravilla, polvo y cansancio.

      Fffffttttt, como diría la señora Borkowski.

      Fffffttttt.

      OCHO

      —A mí me pareció que eran criminales —dijo Beverly—. Esa chica y su abuela casi invisible. Me recordaron a Bonnie y Clyde.

      Raymie asintió, aunque Louisiana y su abuela no le recordaban a nadie que hubiera visto o de quien hubiera escuchado.

      —¿Siquiera sabes quiénes eran Bonnie y Clyde? —preguntó Beverly.

      —Ladrones de bancos —dijo Raymie.

      —Así es —dijo Beverly—. Criminales. Esas dos se veían como si pudieran robar un banco. ¿Y qué clase de nombre es Louisiana? Louisiana es el nombre de un estado. No le llamas así a una persona. Probablemente esa chica opera bajo un apodo. Quizás está huyendo de la ley. Por eso parece tan temerosa y actúa de forma esquiva. Te digo qué: el miedo es una gran pérdida de tiempo. Yo no le temo a nada.

      Beverly lanzo su bastón


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