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El heredero. Sally CarleenЧитать онлайн книгу.

El heredero - Sally Carleen


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su tono era menos estricto esta vez. En realidad no desaprobaba la conducta de su nieta.

      –¿Tonto de baba? –repitió Stephan.

      –Es la única explicación posible de que usted crea que yo voy a acceder a un test de ADN que permitiría que se llevasen a mi hijo a una isla en medio del Océano Atlántico donde la gente es más fría que el clima.

      –Si Joshua es el hijo de Lawrence, y yo creo que lo es o no estaría aquí, es un príncipe, descendiente de una línea de reyes. Tendrán que permitirle ir a su país y aprender nuestras costumbres y leyes. El día que mi padre abandone el trono, Joshua será rey. Será el monarca regente de todo un país.

      –¿Sabe? Si Lawrence no pudo casarse con Alena por sus deberes para con el país, no me parece que sea muy justo el que ahora puedan obligar a su hijo a ser príncipe.

      Él sonrió sardónicamente ante su ingenuidad.

      –Justo o no, es así. El decreto data de 1814.

      –Lo sé todo sobre el rey Orwell y ese estúpido decreto y me da igual. El hombre ese lleva muerto doscientos años.

      –¿Qué decreto, señor Reynard? –preguntó Rita.

      –El rey Ormond –corrigió Stephan– el Decreto de Ascensión Ilegítima. A principios del siglo XIX el rey Ormond tuvo un hijo que murió en la infancia y siete hijas. A su muerte, el hijo ilegítimo que había tenido con su amante reconocida se alzó para reclamar el trono. Stafford era ya popular en la corte y con la gente. Era inteligente y bien parecido y tenía muchas buenas ideas para regir el país, incluso la reina lo aprobaba, así que se sentó precedente. Si Lawrence hubiera tenido un heredero legítimo se habría podido dar de lado a Joshua. Pero Lawrence no lo tuvo. Cuando mi padre deje el trono Joshua lo sucederá. Puede elegir la abdicación, pero debe tener el derecho a hacer esa elección.

      Mandy levantó su vaso de té y dio un sorbo largo y lento. Tenía los ojos cerrados y sus largas pestañas marcaban una sombra en su piel de porcelana. Posó cuidadosamente el vaso, y recorrió con el dedo su contorno un par de veces, aparentemente atenta a lo que estaba haciendo. Por fin volvió a apretar las manos y lo miró. Él se dio cuenta de que ya no estaba enfadada sino triste.

      –A Lawrence le rompió el corazón saber que no vería crecer a su hijo. Cuando me lo puso en los brazos lloró –se detuvo un momento, como si quisiera que la noticia reposara. Stephan no estaba tan sorprendido como debería haber estado, como lo estuvo cuando se encontró inesperadamente a su hermano, unos meses después de su regreso de América, con la cara llena de lágrimas. Ya sabía por qué–. Su hermano tenía corazón. Lloró al morir Alena. Lloró cuando tuvo que abandonar a su hijo. Joshua tiene el corazón de su padre y el alma de su madre. Es un niño bueno y cariñoso que se convertirá en un hombre bueno y cariñoso.

      –Es un príncipe. Tiene sangre real en sus venas. Pertenece a su país.

      –Siempre me preocupó un poco –siguió ella como si él no hubiese hablado– que la familia de Joshua nunca llegase a verlo. Mi hermano y su mujer van a tener un niño en diciembre y estoy impaciente por verlo, estoy casi tan nerviosa como ellos. Si alguien me dijera que nunca llegaría a abrazar a ese niño, que no lo vería crecer, me sentiría destrozada. Cuando entré y lo vi aquí, estaba aterrorizada de que pudiera quitarme a Josh. Me daba miedo de que quisiera abrazarlo y se enamorase inmediatamente de él y me dijera que no tenía derecho a quitarle a su sobrino. Lawrence dijo que era usted un buen tipo, así que estaba preocupada.

      –Así es que usted está de acuerdo en que el chico debe ser devuelto a su familia –no había terminado de decir estas palabras cuando supo que no eran ciertas. Ella alzó una ceja.

      –Pero usted no hizo ninguna de esas cosas que yo esperaba y temía. No mostró ningún interés por Joshua porque sea su sobrino y un niño precioso. Solo le interesa su estúpido país. No tiene corazón, ni emociones. Usted es exactamente como Lawrence describía al resto de su familia. Usted es una de las razones por las que él no quería que el hijo al que él amaba fuera allí y estuviera tan solitario y triste como a él le había hecho sentir su familia.

      Apartó la silla y se puso de pie, luego se inclinó sobre la mesa y por un loco momento él creyó que le iba a besar. En vez de eso lo sujetó por la corbata y lo obligó a acercarse. La cara de ella estaba a unos pocos centímetros de la de él y podía ver las pecas que el maquillaje no llegaba a ocultar, podía sentir su aliento cálido y dulce y sobre todo podía ver las llamas que bailaban en sus ojos.

      –Vuélvase a su país y ocupe el trono como el siguiente en la línea de sucesión, produzca hijos de corazón frío y sin sentimientos que puedan seguir con la tradición familiar, pero no piense siquiera en llevarse a Joshua con usted o le enseñaré lo que es una texana furiosa.

      Le soltó la corbata, se dio media vuelta y salió de la habitación dando un portazo.

      –¿Quiere otro vaso de té, señor Reinard?

      Stephan pestañeó y controló un loco deseo de reírse. Su hija había soltado un discurso apasionado, lo había amenazado con la furia de una texana y se había ido. A pesar de ello, Rita Crawford guardaba las normas sociales. Quizá Texas y Castile no eran tan distintos después de todo.

      –No, gracias –dijo y se levantó de la mesa–, tengo que irme. Sé que esto ha sido una sorpresa terrible para ustedes. Este es el número del hotel de Dallas donde me alojo. Cuando hayan asimilado todo llámenme, por favor.

      –Lo haremos, señor Reynard –dijo Vera Crawford.

      Stephan pensó en darles una fecha límite de llamada, avisándolas de que si no lo llamaban se pondría él en contacto con ellas. Pero eso era innecesario. Llamarían. Eran gente honorable. No esperaba que le fuera a gustar aquella familia, pero le gustaba.

      Mandy se había equivocado al etiquetarlo de persona sin sentimientos, en el breve tiempo que había estado con ella le había hecho sentir muchas cosas: respeto, diversión, admiración y también deseo, de la forma en la que en la edad de oro deseaban los hombres a las mujeres. La realeza no siempre era libre de consentir ese deseo, pero eso no significaba que él no lo sintiera.

      Él, como la madre de Mandy, se daba cuenta de la necesidad de guardar las formas, o de negarse a consentir las emociones y permitir que ellas gobernaran su vida. Como miembro de la familia real, el futuro rey, a no ser que se pudiera validar la pretensión al trono de Joshua, él nunca podría permitirse semejante cosa.

      Y sin embargo, cuando se levantó y dijo adiós a los Crawford, y todo el mundo sonrió y dijo las cortesías de rigor, tuvo el presentimiento de que antes de que aquello hubiera terminado, Mandy con su pelo salvaje y sus ojos brillantes, su cutis de porcelana salpicado de pecas y su pasión hacia todo, iba a poner a prueba los límites de su contención.

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