Amor traicionero. Penny JordanЧитать онлайн книгу.
y mirándola con curiosidad.
—No he podido evitar escuchar lo que ha estado hablando con el recepcionista —le dijo a Beth mientras se separaba del mostrador—. Y aunque sé que no es demasiado ortodoxo, me preguntaba si quizá yo pudiera resultarle útil de alguna manera…
Su inglés era tan fluido que Beth adivinó al instante que debía ser su lengua materna.
—Es inglés, ¿verdad? —le preguntó.
—De nacimiento sí —concedió inmediatamente, esbozándole una sonrisa que podría haber desarmado hasta una cabeza nuclear.
Beth se recordó a sí misma que estaba hecha de un material muy duro. No pensaba permitir que ningún hombre, aunque fuera uno tan carismático y peligroso como aquel, la engatusara.
—Yo hablo inglés —Beth le dijo con amabilidad y, por supuesto, innecesariamente.
—Desde luego, y noto en su habla un bonito deje de Cornualles, si me permite aventurar —comentó con una sonrisa, sorprendiendo mucho a Beth—. Sin embargo —dijo antes de que ella abriera la boca—, parece que usted no habla checo, mientras que yo sí…
—¿En serio? —Beth le dedicó una sonrisa fría y algo desdeñosa y echó a andar en dirección contraria a él.
Había sido avisada de los peligros de contratar a los falsos guías o intérpretes que ofrecían sus servicios a los turistas en las calles de Praga.
—Bueno… Mi abuelo me enseñó a hablarlo. Él nació y se crió aquí.
Beth se puso tensa al notar que el extraño estaba caminando junto a ella.
—Ah, ya entiendo. Usted no se fía de mí. Muy inteligente —aprobó con sorprendente aplomo—. Una bella joven como usted, sola en una ciudad extraña, siempre debe sospechar de cualquier hombre que se acerque a ella.
Beth lo miró furiosa. ¿Acaso se creía que era tonta?
—No soy… —había estado a punto de decir bella, pero decidió no trasmitirle su enojo—. No me interesa.
—¿No? Pero le dijo al recepcionista que necesitaba un intérprete desesperadamente —le recordó en tono cordial—. El director del hotel, estoy seguro, responderá por mí…
Beth se detuvo.
En una cosa tenía razón: necesitaba un intérprete desesperadamente. Había ido a Praga en parte para recuperarse del daño que Julian Cox le había hecho y, sobre todo, para comprar cristal checo de buena calidad para su tienda.
A través de Dee había obtenido de la Cámara de Comercio Local algunas direcciones y contactos, pero le habían dicho que la mejor manera de encontrar lo que deseaba era haciendo sus propias averiguaciones una vez que llegara a la ciudad, y no iba a poder hacerlo sin ayuda. Se dio cuenta que no solo necesitaba un intérprete sino que también le hacía falta un guía. Alguien que pudiera llevarla hasta las diversas fábricas que tenía que visitar, aparte de traducirle lo que se hablara una vez allí.
—¿Y por qué iba usted a ofrecerme ayuda? —le preguntó en tono sospechoso.
—A lo mejor se trata de que sencillamente no me queda otra alternativa —le respondió con una sonrisa enigmática.
Beth decidió ignorar la sonrisa. En cuanto al comentario, quizá esperaba que se compadeciera de él por insinuar que andaba falto de dinero.
Mientras se preguntaba qué hacer, una mujer morena muy elegante de unos cincuenta y pocos años se apresuró hacia ellos.
—¡Ah, Alex, estás aquí! —exclamó, dirigiéndose al acompañante de Beth—. Si estás listo para salir, el coche está aquí…
Estudió a Beth con la mirada y esta se sintió incómoda al ser consciente de pronto de su informal atuendo frente a la inmaculada elegancia de la mujer. Poseía el estilo de una parisina, desde las uñas cuidadosamente pintadas hasta el brillante y elegante moño. Unas perlas, lo suficientemente gordas como para ser falsas pero que Beth intuyó que no lo eran, adornaban las orejas de la mujer y el collar de oro que llevaba tenía pinta de ser igual de valioso.
Quienquiera que fuera, estaba claro que era una mujer muy rica. Si ese hombre era el intérprete de esa mujer, debía de ser de fiar, Beth razonó, porque después de mirarla a la cara tan solo una vez, Beth se dio cuenta que no era de las que se dejaban engañar por nadie… ni siquiera por un hombre tan apuesto y tan sexy como aquel.
—No tiene que decidirse ahora mismo —el hombre le estaba diciendo a Beth con tranquilidad—. Aquí está mi nombre y un número donde puede localizarme —se metió la mano en el bolsillo interior de la americana y sacó un bolígrafo y un papel donde apuntó algo antes de pasárselo a Beth.
—Estaré aquí en el hotel mañana por la mañana. Puede decirme entonces lo que haya decidido.
No iba a aceptar su oferta, por supuesto, Beth se dijo para sus adentros cuando él y la señora se hubieron marchado. Incluso de haber sido un intérprete acreditado de una agencia respetable, habría tenido sus dudas.
Porque era demasiado sexy, demasiado masculino y ella era demasiado vulnerable, oyó que una voz le decía en su interior. Se suponía que era ya inmune a los hombres, que Julian Cox le había curado de volver a enamorarse otra vez.
No. Eso no volvería a ocurrir, se dijo para sus adentros críticamente. Era imposible que ni siquiera corriera el peligro de enamorarse de un hombre como él, un hombre que sin duda tendría un montón de mujeres revoloteando a su alrededor como moscones. ¿Por qué diablos iba a interesarse en alguien como ella?
Quizá por la misma razón por la que se había interesado Julian Cox, pensaba Beth. Tal vez para él no fuera más que una mujer sola, vulnerable. No debía olvidar lo que le habían dicho antes de salir de casa.
Beth estaba decidida a no aceptar la oferta de Alex, pero por la mañana, cuando bajó de nuevo a la recepción del hotel y volvió a insistir en lo del intérprete el hombre volvió a sacudir la cabeza con pesar, repitiendo lo que Beth había escuchado el día anterior.
—Lo siento pero no podemos —le había dicho a Beth—. Como ya le dije ayer, están las convenciones.
A Beth se le ocurrió por un momento que quizá se viera obligada a dejar de lado sus planes de hacer compras y dedicarse a hacer turismo. Pero eso significaría tener que volver a casa y reconocer que había vuelto a fracasar… Había ido a Praga a buscar las cristalerías y no iba a volver a casa con las manos vacías.
Incluso si ello significara aceptar los servicios de un hombre como Alex Andrews.
Había desayunado sola en su habitación; el hotel estaba lleno y, a pesar de las duras advertencias que se había hecho a sí misma, no se sentía lo suficientemente segura para comer en el comedor sola.
En ese momento pidió un café y sacó del bolso la guía que había comprado al llegar a Praga. En realidad ni siquiera sabía si Alex Andrews iba a aparecer o no. Bien, si no lo hacía, había otros muchos estudiantes extranjeros buscando trabajo, se recordó estoicamente para sus adentros.
Se sentó en un rincón del vestíbulo del hotel donde no estaba escondida, pero tampoco demasiado a la vista. ¿Por qué se estaba medio escondiendo? ¿Por qué tenía tan poca confianza en sí misma, por qué era tan vulnerable, tan insegura? No tenía razón de ser así; formaba parte de una familia cariñosa y unida, y sus padres siempre la habían apoyado y protegido. Tal vez se tratara de eso; tal vez la hubieran protegido demasiado, decidió con pesar. Desde luego, su amiga Kelly siempre se lo había dicho.
—El camarero no recordaba lo que había pedido, así que le he traído un capuchino.
Beth estuvo a punto de caerse del asiento al oír la sensual y masculina voz de Alex Andrews. ¿Cómo la había visto en aquel rincón? ¿Y, sobre todo, cómo sabía que había pedido un café? Entonces dejó la bandeja sobre la mesa delante de ella y Beth adivinó lo que