Эротические рассказы

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con lo que sentía–. Prefiero que practiques tus dudosas habilidades con otra mujer desprevenida.

      Violet se alejó a buen paso, y él rompió a reír y la siguió, alcanzándola rápidamente con sus grandes zancadas.

      –Yo no pierdo el tiempo con mujeres desprevenidas, Violet. Todas las mujeres que se acuestan conmigo saben lo que hacen.

      Ella se detuvo, presa de un ataque de celos.

      –Tiendes a pensar que todas mis palabras son un desafío, pero te equivocas.

      –¿Cómo no lo voy a pensar, si tienes una forma tan curiosa de decir las cosas? Siempre parece que te callas algo, que hay algo más –afirmó Zak, escudriñándola.

      Ella tragó saliva, porque su mirada la volvía sensualmente vulnerable.

      –¿Y cómo hago eso, si se puede saber?

      –Lo hacen tus ojos, dolcella. Tienes los ojos más expresivos que he visto en mi vida. Y, por desgracia para ti, suelen decir lo contrario de lo que sale de tu boca.

      –O tienes una imaginación desbocada o ves cosas que simplemente no existen –se defendió Violet.

      –¿Ah, sí? En ese caso, tendremos que hacer algo para salir de dudas y saber si tengo o no tengo razón.

      –No vamos a hacer nada salvo…

      –¿Ir a cenar? –la interrumpió, sonriendo con ironía.

      Violet pensó que tenía la sonrisa más bonita del mundo, y se maldijo a sí misma por ser tan fácil de contentar.

      –Lo has vuelto a hacer, cara. Tus verdaderos pensamientos han brillado en tus ojos con la intensidad de esa puesta de sol.

      Ella se encogió de hombros.

      –Crees saber lo que me gusta. Y es posible que yo quiera saber lo que te gusta a ti –reconoció–. Pero solo es curiosidad, algo perfectamente natural, y no estoy segura de que merezca el esfuerzo.

      Él sonrió de nuevo.

      –Bueno, vamos a cenar –dijo–. Y quién sabe… puede que, cuando terminemos, ya hayas decidido lo que quieres.

      Violet deseó preguntarle por qué le interesaba tanto lo que quería. Pero la pregunta habría alargado más la conversación y, aunque le apetecía dar un paseo para disfrutar del crepúsculo, se dirigió a la enorme tienda que usaban de comedor y sala de reuniones.

      El olor del pescado y la carne despertó sus sentidos y le recordó que casi no había comido nada. Era consciente de que todo el mundo los estaba mirando; pero hizo caso omiso y, tras servirse una salchicha, un plátano frito y un tipo de gachas que los tanzanos llamaban ugali, se sentó al final de la larga mesa.

      Zak charló unos segundos con Peter antes de unirse a ella, quien se tuvo que recordar que no estaba allí para coquetear con el príncipe, sino para trabajar.

      Decidida, encendió su tableta y miró el correo.

      –Oh, vaya…

      –¿Hay algún problema? –preguntó Zak.

      Ella se mordió el labio y dijo:

      –Dos de los trabajadores que iban a venir han cambiado de opinión. Una, por un asunto familiar urgente y otro, porque se lo ha pensado mejor. Ahora tendré que buscar otros, pero los nuevos tardarán en llegar… Menos mal que sirvo para todo. Echaré una mano a las cuadrillas hasta que aparezcan los sustitutos.

      Él asintió.

      –Yo haré lo mismo. Y entre tú y yo, cubriremos el déficit.

      Violet lo miró con sorpresa.

      –¿Sabes de albañilería? No tenía ni idea.

      –¿Tendrías otra imagen de mí si lo hubieras sabido antes?

      Ella quiso contestar, pero él siguió hablando.

      –Diseñé los alojamientos y trabajé con la compañía que los desarrolló. Dudo que haya personas más preparadas que yo para cubrir temporalmente esas bajas. Ni siquiera tú.

      Violet no pudo hacer ninguna objeción. En primer lugar, porque era su proyecto; en segundo, porque era una solución razonable para un problema y, en tercero, porque no se trataba del típico príncipe mimado que estaba obsesionado con su aspecto y con salir en los medios a la menor oportunidad.

      –Bueno, si estás tan seguro…

      –Lo estoy –dijo, notando sus dudas–. ¿O es que te parece mal?

      Ella sacudió la cabeza.

      –No, en absoluto.

      –Entonces, bienvenida a mi equipo.

      Zak enfatizó el «mi» al decirlo, reavivando la tensión sensual que había entre ellos. Y Violet le sostuvo la mirada hasta que la tensión se hizo insoportable, momento en el cual bajó la cabeza y se concentró en la tablet.

      El príncipe la había vencido otra vez y, al vencerla, la había empujado más hacia el borde de un abismo cuya profundidad ni siquiera alcanzaba a imaginar.

      Capítulo 4

      VIOLET se levantó a las cinco de la madrugada, cansada de dar vueltas en la cama.

      Naturalmente, intentó achacar su desasosiego al cambio de país y de franja horaria, pero sabía que esa no era la razón de que no hubiera pegado ojo. Por si estar con Zak no fuera ya bastante inquietante, ahora tendría que trabajar con él todo el tiempo.

      Tras vestirse y ducharse en menos de media hora, salió de la tienda y se dirigió al comedor, donde ya estaban las cuadrillas de la obra. Luego, se sirvió el desayuno y se sentó con Peter, que la saludó con una enorme sonrisa.

      –Buenos días.

      El escrutinio del capataz fue tan breve como apreciativo, demostrando un interés inocuo que era radicalmente contrario al que solía despertar en los hombres: el que su madre quería que sus hermanas y ella alimentaran para conseguir marido. De hecho, Sage se había marchado a trabajar a Nueva Zelanda para no tener que soportar las presiones de Margot.

      Al cabo de unos momentos, Zak entró en el comedor. Era la primera vez que Violet lo veía con ropa informal, aunque sus pantalones caqui y su camiseta blanca fueran de marcas buenas. Pero pensó que habría estado impresionante hasta en harapos, porque exudaba elegancia y refinamiento.

      –Buon giorno –los saludó, estremeciéndola con su rasgado tono de voz–. No esperaba verte tan pronto.

      Ella se encogió de hombros.

      –No podía dormir, así que me he levantado. Cuanto antes me acostumbre a la rutina, antes se me quitará el desfase horario. Además, tengo ganas de ponerme a trabajar.

      –Ah, eso es lo mejor de estos proyectos… cuando termina la espera y se empiezan a poner las estructuras –intervino Peter.

      Violet sonrió, porque la alegría del capataz era contagiosa.

      –Esperemos que ese entusiasmo no se debilite con el trabajo duro –declaró Zak, cruzándose de brazos.

      Ella tragó saliva al ver sus poderosos bíceps, y Peter frunció el ceño.

      –Bueno, todo el mundo flaquea un poco ante proyectos tan ambiciosos como este, pero el objetivo final es premio más que suficiente. Por eso me gusta lo que hago.

      Violet volvió a sonreír, y aún sonreía cuando una de las trabajadoras se acercó a Zak y le ofreció una taza de café. Pero, lejos de responder al ofrecimiento, Zak la miró a ella, que se estremeció sin poder evitarlo y se giró hacia el capataz para romper el hechizo del príncipe.

      –¿Cuánto tiempo llevas en la industria del turismo?

      –Toda mi vida. Empecé como voluntario y guía turístico.


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